Presentación
Vidas y
sobrevidas de Comunidades imaginadas
Lila Caimari y Michael Goebel
Universidad de San Andrés / conicet
Freie Universität Berlin
Rastrear la
trayectoria de un libro como Comunidades imaginadas, publicado por
primera vez en 1983, pronto se vuelve un ejercicio de big data. Ubicado
fácilmente entre los cinco libros más exitosos en las ciencias sociales y
humanidades del último medio siglo, hasta el momento de su tercera edición en
inglés, en 2006, había sido traducido a veintinueve idiomas y publicado en
treinta y tres países.1
En verdad, era difícil establecer estas cifras con exactitud, ya que su autor,
Benedict Anderson, había encontrado al menos una versión (coreana) “pirateada”.2
Para entonces, la carrera del libro se asemejaba cada vez más a la de su tema,
el origen y difusión del naciona-lismo en el mundo moderno, igualmente
“pirateado” a través del globo, según el mismo Anderson.
Cual
efervescente encuentro de ideas, Comunidades imaginadas contenía en un
gran fresco lo que numerosos estudios habían abordado de manera separada.3
La audacia creativa del libro, escrito con pluma culta y enérgica, se
desplegaba en una trayectoria de aliento inusualmente amplio, un mapa de por sí
desestabilizante en donde los más conocidos casos europeos eran puestos en un
mismo cuadro junto a ejemplos latinoamericanos, asiáticos y africanos. Este
recorrido se organizaba en torno a un argumento fuerte: en todas partes y con
cronologías diversas –se afirmaba– los orígenes de las identidades nacionales
eran relativamente recientes, y se vinculaban a la impronta del “capitalismo
impreso” o “capitalismo de imprenta” (tales fueron las dos traducciones más
frecuentes de la expresión print capitalism, un concepto desarrollado a
partir de la lectura de Walter Benjamin). En esta visión, el nacionalismo
moderno era el resultado de la intersección explosiva entre un sistema
económico y una tecnología de diseminación cultural. Aquí y allá, el
capitalismo de imprenta habría producido un nuevo tipo de temporalidad
–homogénea, vacía y secular, medida por el reloj y el calendario–
particularmente apta para la identificación solidaria transversal, y por ende,
para la emergencia de comunidades imaginadas de maneras radicalmente
diversas de sus precedentes dinásticos o religiosos.4 Este fenómeno requería de abordajes
muy distintos de los que eran habituales para estudiar expresiones políticas
como el fascismo y el liberalismo, pues necesitaba de herramientas de la
antropología, los estudios literarios, o la historia cultural.
Este gran argumento
era luego puesto a trabajar en contextos históricos y geográficos
extraordinariamente diversos, en un despliegue que iba de la América hispana en
vísperas de sus revoluciones de independencia a la Europa decimonónica y sus
nacionalismos populares, de las grandes expansiones imperiales a los
movimientos independentistas en Asia y África. En cada escala aparecían temas
adicionales, que agregaban densidad a esta visión de la construcción nacional.
Gran peso explicativo era acordado a las lenguas vernáculas, un elemento
aglutinante muy resaltado en las interpretaciones, incluso sobre factores tan
establecidos como la raza. Si el aliento generoso y el amplio espíritu de
concepción reservaba a este libro un lugar descollante en discusiones futuras
sobre el nacionalismo, no menos decisiva en ese derrotero era la eficacia de su
ejecución, pues el hallazgo de expresiones como “comunidad imaginada” o
“capitalismo de imprenta” acompañaba muchas comparaciones inspiradas, capaces
de desnaturalizar instantáneamente y con pulso humorístico fenómenos familiares
al lector.
Con todos
sus méritos y originalidades, no es menos evidente que el éxito que le
aguardaba a Comunidades imaginadas debía mucho a algunos datos del
contexto de publicación, pues momento y lugar de origen eran por demás
propicios para su posterior carrera global. Como es sabido, un libro académico
escrito en inglés tiene por regla un alcance geográfico más extendido que
aquellos nacidos en otros idiomas. Y Gran Bretaña era entonces –y quizás hasta el
día de hoy– el epicentro de estudios sobre el nacionalismo. Los programas de
seminarios sobre el tema siguen superpoblados de textos publicados allí en los
tempranos años ochenta, como lo muestra la presencia, junto con Anderson, de
autores como Eric Hobsbawm, Ernest Gellner y Anthony Smith. Los integrantes de
este milieu multiplicaban las reverberaciones de sus ideas a través de
discusiones públicas entre sí.
También
incidían los cambios tectónicos en las humanidades y ciencias sociales
ocurridos durante los años ochenta y noventa, que allanaron el camino para
ideas de identidad nacional arraigadas en lo cultural, nutriéndose de este
libro y retroalimentando sus argumentos. Vale recordar en este punto que Comunidades
imaginadas se presentaba como una polémica contra la incapacidad del
marxismo estérilmente materialista para comprender un fenómeno como el
nacionalismo, habitualmente descartado como mera falsa conciencia. No es
difícil percibir allí el eco de discusiones más amplias que orientaban la
atención de tantos historiadores (sociales o económicos) hacia variables
culturales, manteniendo el compromiso con las bases materiales. En los albores
de aquel “giro cultural”, el énfasis simultáneo en el mundo simbólico y las
apoyaturas concretas de la lectura como base explicativa de un fenómeno hasta
entonces considerado en términos más estrictamente políticos no podía sino
encontrar terreno propicio. Por lo demás, el interés en los modos de
imaginación impulsados por el capitalismo de imprenta, el lugar estelar
acordado a la prensa y a la novela como vehículos, y la plausibilidad emocional
que esta explicación prestaba a las naciones, se adaptaban bien al movimiento
hacia la literatura por parte de otras disciplinas humanísticas, muy propio
también de aquel momento. Particularmente incitante era la atención prestada al
papel de las ficciones (literarias, periodísticas, burocráticas) en el
perdurable apego de estas identidades, que abriría una verdadera compuerta de
análisis y discusiones.5
Muy pronto, Comunidades imaginadas se convirtió en una referencia
ineludible no solo para historiadores, soció-logos y politólogos, sino también
para quienes eran sensibles a los giros paradigmáticos del momento, que tocaban
a la mayoría de los académicos de muchos países.
Mientras
este camino iba multiplicando sus zonas de contacto y rendimiento, comenzaban a
acumularse síntomas de otro tipo, lecturas que aquí y allá identificaban
dimensiones vulnerables –e incluso fallidas– contenidas en la manifiesta
grandeza de Comunidades imaginadas. La dispar trayectoria que los años
siguientes reservaron a algunos elementos de esta gran visión son un testimonio del interés y también de las objeciones
opuestas al despliegue argumental de Anderson. La reacción sería temprana en
algunos casos, y se extendería con la segunda edición ampliada y corregida,
publicada en 1991 como una especie de relanzamiento de aliento más
internacional. Provino de rincones diversos, a menudo movilizada por
especialistas en los casos nacionales evocados para ilustrar el argumento
general. Tenían una dimensión correctiva previsible: ajustar la interpretación
de un ejemplo particular, reclamar mayor atención a contextos específicos, a
historiografías regionales, traer contraejemplos que erosionaban el argumento.
En algunos pocos casos, esas miradas localizadas en los campos discretos de expertise
también podían abrir objeciones más generales al conjunto.
Ya en 1986,
Partha Chatterjee formulaba una profunda crítica a la propuesta de Anderson. Su
principal argumento era que los nacionalismos del tercer mundo no debían
interpretarse únicamente en su “carácter profundamente ‘modular’”, como copias
posteriores de modelos establecidos en América y Europa. A su juicio, ese
ejercicio no era compatible con la evidencia del contexto bengalí que mejor
conocía, y que ponía sobre el tapete las insoslayables particularidades del
nacionalismo en contexto colonial.6 Su lectura objetaba también la
noción clave de “tiempo homogéneo y vacío”, concepción que consideraba propia
de una utopía capitalista, y muy discutible en sus manifestaciones
particulares. Esa noción unificadora de la temporalidad era condición explícita
del argumento de Comunidades imaginadas, como hemos visto, pues en su
interior podían albergarse aquellas afinidades de larga distancia que hacían
posibles identidades transversales de gran escala entre personas que no se
conocían –el fenómeno de lectura simultánea del mismo diario en puntos alejados
entre sí representaba aquí el ejemplo más emblemático–. Dicha visión era una
proyección sin bases en la realidad, insistía Chatterjee, pues pasaba por alto
no solamente manifestaciones culturales de otro tipo en la génesis del sentido
identitario (su ejemplo era el teatro), sino también evidentes asincronías en
el marco de las naciones, cuya historia efectiva transcurría en disparidad de
temporalidades, y cuyo análisis no podía sino considerarse en tiempos y
espacios heterogéneos.7
Por cierto,
este diagnóstico refería sobre todo al capítulo vii
de Comunidades imaginadas, sobre la “última oleada” de nacionalismos en
Asia y en África, soslayando el largo análisis sobre Hispanoamérica, que
evidentemente no formaba parte de la definición implícita del “tercer mundo” de
Chatterjee. Anderson deploraba la escasa atención de estas lecturas iniciales
al escenario latinoamericano: “en muchas de las noticias de Comunidades imaginadas
[…] este provincianismo eurocéntrico
permanece impávido, y […] el
decisivo capítulo sobre las Américas como originadoras pasaba casi enteramente inadvertido”. Ante esto, el prefacio a la segunda edición enfatizaba su voluntad de incluir en el cuadro los orígenes del
nacionalismo del Nuevo Mundo, ya que “había tenido la sensación de que un
provincianismo inconsciente había influido y deformado las teorías sobre el
tema”.8
Contra esa
persistente indiferencia, Anderson redoblaba la apuesta, y renombraba el
capítulo hispano-ame-ricano “Pioneros criollos”. Como observa Fidel Tavárez en
su contribución a este dossier, esa solución “instantánea” no dejó de tener
efecto, aunque no fuese exactamente el buscado. De hecho, se preparaba el
terreno para uno de los núcleos de impugnación más severos: luego de pasar
desapercibida en los años ochenta, la idea de los “pioneros criollos” generó
una avalancha de comentarios de historiadores latinoamericanistas. Y en ese
repentino movimiento de atención, concentrado en los años 1990 y tempranos
2000, casi todos se permitían disentir, más o menos estentóreamente. Como el
mismo Anderson admitió en varias ocasiones, era “incapaz de leer español en
1983”,9
lo cual derivó en una dependencia excesiva de bibliografía en lengua inglesa,
sobre todo de la obra de John Lynch. Este límite debilitaba fatalmente su audaz
argumento en relación con el vínculo entre las independencias hispanoamericanas
y el temprano despertar de un nacionalismo hispanoamericano. La mayor atención
prestada en esta edición a la comparación con el Brasil de algún modo empeoraba
el asunto. Pues si el caso brasileño ilustraba una independencia sin mucho
nacionalismo, se desprendía mejor que antes que ese ingrediente tampoco era una
condición tan necesaria para las independencias hispanoamericanas.
Con la
traducción al castellano, en 1993, el argumento fue sometido a la lectura de un
grupo mayor de especialistas. Entre los más terminantes estaba José Carlos
Chiaramonte, quien acusó a Anderson de ligero descuido en afirmaciones sobre
áreas que conocía poco, y sometió a particular escrutinio la concepción (a su
juicio insostenible) de un nacionalismo previo a las revoluciones hispanoamericanas
de independencia. Tal noción pasaba por alto que la identidad nacional era del
todo ajena a los americanos de entonces, y que el nacionalismo “fue mucho más
tardío, en la medida en que su aparición es fruto y no causa del proceso de
Independencia”.10
Claudio Lomnitz resumiría así las múltiples refutaciones del argumento de los
“pioneros criollos”: “la fecha temprana de los movimientos independentistas […] no
resultaba tanto de la fuerza de sentimientos nacionalistas en la región como de
la decadencia de España en el foro europeo”.11 Este diagnóstico era parte de un
análisis de conjunto, que además de cuestionar la explicación de las
independencias hispanoamericanas, ofrecía argumentos críticos en relación con
otras premisas de Comunidades imaginadas, nacidas del conocimiento del
caso mexicano. Así, la preeminencia de la lengua sobre la raza como factor
identitario era puesta en duda, como lo era la noción sacrificial del nacionalismo,
o incluso el momento de emergencia del “tiempo vacío” en el mundo
hispanoamericano, que Lomnitz situaba antes de la crisis del Imperio español.
Tampoco parecía evidente a este lector la horizontalidad de una comunidad
imaginada forjada en la lectura. La complejidad del fenómeno hacía difícil las
generalizaciones, insistía, y cada caso requería de “descripción densa”.12
Este
debate, que tanto marcó la trayectoria del libro en nuestra región, es muy
diverso del que el libro suscitaba en otras partes del mundo. En su análisis de
la perdurable huella de Comunidades imaginadas en los estudios del
nacionalismo en el Sudeste Asiático –una región mucho mejor conocida por
Anderson: su área de especialidad, su lugar de residencia en repetidas
ocasiones, y su foco de compromiso político y personal de largo plazo–,13
John Sidel ha mostrado que lejos de verse refutadas, sus hipótesis centrales se
han visto allí consolidadas, y sus intuiciones desarrolladas en mayor detalle
por estudios ulteriores sobre los orígenes del nacionalismo y de la prensa
regional. Esa huella es diversa en sus énfasis, además. Por caso, la singular
atención prestada al vínculo entre capitalismo impreso, aparatos educativos y
lenguas vernáculas como origen de la identidad nacional, soslayado en tantos
análisis, se ha visto sometida a un examen más pormenorizado. En líneas más
generales, el espectro abierto a casos tan diversos y el aliento comparatista
del planteo global impulsaron una nueva ola de estudios sobre el lugar del
cosmopolitismo en los orígenes del nacionalismo en el Sudeste Asiático.14
Mientras
tanto, la cadena de reacciones adversas parecía anunciar el fracaso de Co-munidades
imaginadas en las humanidades latinoamericanas, y un curso divergente en
relación con su versión inglesa. Si es posible adivinar una influencia más
atenuada que la de aquella deslumbrante performance, también es cierto que la
mayor parte de esas impugnaciones estaba circunscripta al vapuleado capítulo
sobre los pioneros criollos. Acaso por eso mismo, una vez saldada esa
discusión, fue evidente que aun cuando Anderson se había equivocado en relación
con las independencias latinoamericanas, su argumento mantenía interés para
pensar otros problemas, incluyendo la posterior formación de identidades
nacionales en la región. Más importante: la voluntad de apertura de una avenida
para la discusión amplia sobre el nacionalismo tenía valor por sí misma, y su fuerza
expansiva excedía en mucho la validez de las conclusiones parciales de esta
operación. Tal era el perspicaz balance de Tulio Halperin Donghi, quien apenas
se detenía a considerar el valor de la propuesta sobre las independencias, pero
destacaba aun así la productividad de la noción de comunidad imaginada y, sobre
todo, la apuesta al comparatismo, cuya validez consideraba del todo
independiente de los errores parciales, tan abundantemente desmentidos por los
especialistas. “En historia, como en otras disciplinas –observaba– encontrar
las preguntas correctas es tan importante como encontrar las respuestas. Y
Anderson ha encontrado una manera nueva de formular las preguntas básicas sobre
la nación y el nacionalismo”.15
La
pervivencia y la geografía de Comunidades imaginadas tienden a confirmar
que la vida de este portentoso libro era relativamente independiente de las
validaciones parciales. Con razón William Acree observa en este dossier que el
libro “ha pervivido más que la mayoría de los libros sobre nacionalismo y los
estudios de corte académico en general”. En comparación con otros estudios
académicos, es llamativo que la atracción de la obra no parece haber disminuido
desde su primera publicación. Es al menos lo que sugiere el Google Ngram de
“imagined communities”, herramienta que permite visualizar el porcentual de
frecuencia de uso de dicha expresión en el tiempo. A juzgar por este indicador,
la evocación aumentó sostenidamente a partir de la segunda edición, en 1991,
llegando a su auge en el año 2016. La línea es más despareja en castellano,
pero permite observar que la expresión no adquirió difusión masiva hasta bien
entrados los 2000, y su pico (más bajo que el de la versión inglesa) data
asimismo de 2016.16
Algo similar sucedería con otras traduc-ciones, de las cuales hasta el momento
de la segunda edición había solo tres, al japonés, al alemán y al serbocroata.
Esta última sin duda se ensamblaba con el auge del interés académico y público
despertado por la disolución violenta de Yugoeslavia y la fragmentación de la
Unión Soviética que conllevaron una nueva ola de fundaciones de Estados
nacionales. El propio Anderson vislumbró este evidente motivo para el éxito del
libro cuando escribió en el prefacio a la segunda edición:
habiendo seguido
las explosiones nacionalistas que destruyeron los vastos reinos políglotas y
poliétnicos que fueron gobernados desde Viena, Londres, Constantinopla, París y
Madrid, no pude ver que la fila continuaba al menos hasta Moscú. Resulta una
consolación melancólica observar que la historia parece estar confirmando la
‘lógica’ de Comunidades imaginadas mejor que su propio autor.17
La invasión
rusa en Ucrania en febrero de 2022 ha renovado esta confirma-ción, si aún hacía
falta.
Con todo,
la larga curva del uso de la expresión que da título al libro durante más de
tres décadas –desde los años noventa hasta al menos 2016– desmiente que su
éxito haya sido función de constelacio-nes geopolíticas momentáneas o de la
economía global de la atención periodística. El ritmo no parece responder ni a
confirmaciones específicas del poder del imaginario nacionalista ni a
confrontaciones bélicas en particular: va simplemente aumen-tando, para
alcanzar una especie de altiplano alrededor del 2005. En un simposio sobre Comunidades
imaginadas en 2016, John Breuilly contó 64.000 citas en Google Scholar.18
Pero entre esa fecha y febrero de 2023 encontramos otras 31.000. El significado
de estas cifras es incierto, sin duda, y bien podría ser testimonio de un uso
crecientemente superfi-cial del libro en el que la contracara de su éxito sería
el vaciamiento de su significado –máxime si observamos que el aumento absoluto
de los últimos años no se refleja en el uso porcentual registrado por el Ngram,
y que probablemente se explica o por el aumento de publicaciones académicas en
general, o por la ampliación de cobertura de Google Scholar–. Aun así, es claro
que la difusión del libro estuvo lejos de disminuir con el tiempo.
Si todo
indica que la vigencia de Comunidades imaginadas se mantuvo mucho más
allá de su recepción inicial y de los vaivenes de la política internacional,
¿qué tipo de lecturas admitió una vez sedimentadas las discusiones iniciales, a
medida que esa permanencia le permitía pasar del estatus de best seller
al de “clásico”? No faltan, por cierto, elementos que autorizan este término en
los sentidos más consagrados: el libro que no solamente se mantiene presente
sino que carga con las lecturas previas suscitando a la vez otras nuevas; el
que tiene capacidad de generar en cada ciclo “un incesante polvillo de
discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”; el
“que nunca termina de decir lo que quiere decir”; el que creemos conocer de
oídas “y tanto más nuevos, inesperados, inéditos nos resultan al leerlos de
verdad”.19
Con la perspectiva que aportan cuatro décadas de distancia en relación con la
edición inicial, este dossier se apoya en la evidencia del diálogo de Comunidades
imaginadas con obras concebidas más tarde, y con lectores distantes de los
climas que marcaron tanto su génesis como su recepción inicial. Los ensayos que
siguen podrían encuadrarse, así, en una lectura “de segunda generación”, con
las marcas y el espectro de diálogos de otro tiempo.
Esa
colocación permite, por ejemplo, volver sobre aquellas críticas, incorporadas
hoy al utillaje de lectura y a la vez factibles de devenir ellas mismas objeto
de análisis sobre los contextos de recepción de la propuesta de Anderson. Tal
es el ejercicio de Fidel Tavárez en su contribución sobre la reacción de
historiadores latinoamericanistas al capítulo dedicado a los “pioneros
criollos”. Además de sintetizar los argumentos de esa crítica, tal reacción
queda situada en el marco de un giro decisivo en los paradigmas
historiográficos en torno al origen de las revoluciones de independencia, que
permite comprender mejor lo que se jugaba en esta discusión.
La lectura
a cuatro décadas de distancia también pone de relieve las zonas de contacto que
Comunidades imaginadas ha mantenido con campos de estudio desarrollados
después de su publicación. Y ninguna de estas “afinidades anticipadas” es más
evidente que la que emparenta a esta obra con la historia global, entre otros
motivos, porque pronto fue evidente que el capitalismo de imprenta bien podía
ser concebido como la base material de lazos de solidaridad otros que el
nacionalismo. El mismo Anderson se adelantó a plantear el potencial de esta
deriva, en verdad. En Bajo tres banderas (2005), volvía sobre su énfasis
en el vínculo entre las formas de la circulación cultural e informativa y las
identidades colectivas, para iluminar los efectos de esta posibilidad en el
desarrollo del anarquismo finisecular, asentado en redes políglotas
internacionales y cosmopolitas, muy por fuera de los marcos nacionales (y en
contra de ellos).20
El nacionalismo –decía en una adenda a la tercera edición de Comunidades
imaginadas– existía en “matrimonio indivorciable” con el internacionalismo.21
No sorprende, entonces, que la obra se integrara en el campo emergente de la
historia global mucho más que otros estudios del nacionalismo. Si no llegó a
ser una referencia canónica en este ámbito, es porque desde los años 90 el tema
del nacionalismo estaba siendo desplazado por las recurrentes demandas de “ir
más allá” de las naciones y el Estado-nación.22 Pero incluso en este marco adverso
al objeto principal del libro, esa presencia se reveló singularmente resistente
a tal marginalización.
Tributarios
de las perspectivas de la historia global que tanto han iluminado los modos de
circulación de los imaginarios nacionales, Gabriel Entin y Pablo Blitstein
proponen tres hipótesis de lectura que dan cuenta de la vigencia de Comunidades
imaginadas, poniendo la obra en diálogo con corrientes historiográficas
posteriores –los estudios poscoloniales, los estudios subalternos y la historia
conectada, entre otros–. Con esta lente, revisan la problemática relación entre
capitalismo de imprenta y nacionalismo, y la noción de nacionalismo “modular”
como principio de difusión del fenómeno. A cuarenta años del origen, su
evaluación crítica de estos argumentos confirma lo que el mejor conocimiento de
casos específicos distribuidos en un espectro muy amplio –China y América
Latina son sus escenarios– permite seguir corrigiendo de aquel modelo, un
ejercicio que a la vez ilustra lo que los más refinados estudios recientes de
circulación de ideas aún comparten con la visión de Anderson.
En otras
zonas asociadas al gran cauce de la historia global, algunas intuiciones
formuladas en Comunidades imaginadas han sido objeto de estudios
pormenorizados y específicos. Una dimensión que ha mantenido particular
vigencia remite al peso atribuido a la prensa –apuesta enfatizada y expandida
en Bajo tres banderas– que permitía vaticinar un derrotero ulterior en
la historia cultural de las comunicaciones. Así fue. En la introducción a su
libro sobre el sistema informativo francés en Argelia (2019), por ejemplo,
Arthur Asseraf retomaba naturalmente el diálogo con lo que ya era un clásico,
haciendo foco en el peso atribuido a los medios de comunicación –el diario en
particular, y su capacidad para crear identidades y experiencias del tiempo–,
para someterlo al test de un estudio más matizado de la circulación y las
apropiaciones de la información en situación colonial.23 En su contribución a este dossier,
Asseraf retoma aquellas hipótesis sobre el vínculo entre información,
comunicación e identidad, a la luz de los considerables avances de este campo.
Su propuesta invoca nociones más precisas y diferenciadas de audiencia,
distinciones entre efectos posibles según medios diferentes, y comunidades
solidarias de tenor diverso, entre otros ejercicios de ajuste y refinamiento.
Una
relectura más actual aún de la hipótesis del vínculo entre capitalismo de
imprenta e identidad solidaria permite a Aviel Roshwald pensar los efectos de
las tecnologías de la comunicación en plazos más largos. Nacida de preocupaciones
y debates aún en curso sobre el efecto de las redes sociales en las
subjetividades, su comparación pone de relieve lo que en retrospectiva aparece
como un sesgo fundamentalmente optimista subyacente a aquella visión. Pues si
Anderson encontraba que el vínculo identitario nacido de la práctica de la
lectura entre personas distantes podía ser lo suficientemente fuerte y
perdurable para construir una nación, es porque creía que ese efecto subjetivo
podía sostenerse por encima de las mil contradicciones que deparaba la vida
cotidiana. Esa expectativa, argumenta Roshwald, resulta insostenible en la era
de la frustración, el fracaso económico, y la consecuente disyunción violenta
entre la vida en línea y la vida real. Por el contrario: todo sugeriría que las
intensas identidades allí cultivadas operan erosionando los grades marcos de
pertenencia nacionales, vinculados a operaciones simbólicas propias del siglo xix.
El
sedimento de vertientes tributarias de la historia global también permite ver
con claridad otro rasgo fundamental en la génesis de Comunidades imaginadas
que fuera soslayado en su momento, a saber: el explícito encuadre de la
intervención de Anderson en el marco de las guerras poscoloniales del Sudeste
Asiático. Es Martín Bergel quien explora esta dimensión, inspirado en la (mucho
más reciente) historia del Tercer Mundo y el tercermundismo. Ese proyecto
“global, ubicuo e hiperconectado” no podía sino ejercer su influencia sobre la
figura de Anderson, se argumenta, formado en las instituciones británicas de
élite en época de derrumbe del imperio, y conocedor de primera mano de ese
mundo hoy desaparecido.
La
capacidad de supervivencia de Comunidades imaginadas a las impugnaciones
y grandes cambios de la historiografía es el tema de William Acree, quien
atribuye un peso sustantivo a la detección de la base emocional del
nacionalismo, y la relación de esa carga con las narrativas identitarias a lo
largo del tiempo. Su análisis, que denota una sensibilidad muy actual en torno
al lugar de las narrativas y de la emoción como elementos explicativos de la
historia, extiende la pregunta al lugar de esta obra en una cultura estudiantil
que ha cambiado mucho en las últimas décadas. Su punto de observación es,
justamente, el aula de clase, y la variación de las reacciones de los jóvenes
lectores a las incitaciones de la noción misma de comunidad imaginada.
Vigencia de
largo plazo y resistencia a la crítica son atributos de Comunidades
imaginadas que también interesan a Víctor Goldgel Carballo. Para dar cuenta
de ellos, atiende a los mecanismos expositivos desplegados a lo largo de una
obra de semejante aliento. Su análisis llama la atención sobre el recurso
andersoniano al paréntesis, entendido tanto como una opción utilizada en la
construcción de su narrativa, como un método más amplio de selección de
elementos argumentales. Abordado en niveles diferentes, el paréntesis es
identificado como una clave que ha permitido salvar la propuesta más allá del
efecto olímpico de sus grandes afirmaciones, permitiéndole absorber las
críticas recibidas a lo largo del camino. Para ilustrar esta capacidad, Goldgel
Carballo retoma el gran argumento sobre prensa e identidad nacional a propósito
del caso de Ambrosio Echemendía, un cubano esclavizado autor de poemas
nacionalistas publicados en la prensa de la isla.
De la
crítica historiográfica inscripta en campos específicos al ejercicio en tiempo
presente; de la relectura inspirada en las corrientes actuales de la disciplina
al examen de los recursos narrativos que guardan el secreto de su longevidad:
la diversidad de reacciones que suscita Comunidades imaginadas a
cuarenta años de su publicación puede ser pensada tanto con relación a sus
vulnerabilidades como a su diálogo vital con corrientes profundas de la
historiografía que la sucedió. Quizás la combinación no sea tan paradójica, en
verdad. Los libros que dejan marca no son por fuerza los más perfectos. A
menudo son aquellos que irradian una visión clara, y guardan en su bagaje
suficientes elementos para hacer un viaje largo. Libros cuya eficacia inspira
otros libros, porque despiertan impugnaciones, o porque en su paso vertiginoso
también han plantado intuiciones que valen exploración. El falible Comunidades
imaginadas estaba dotado de la audacia generosa que mueve la rueda. o
Bibliografía citada
Anderson,
Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión
del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
—, Imagined Communities. Reflections on the Origin
and Spread of Nationalism, tercera edición, Londres, Verso, 2006.
—, Bajo tres banderas. Anarquismo e imaginación anticolonial,
Madrid, Akal, 2008 [2005].
—, Una vida más allá de las fronteras, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2020 [2016].
Asseraf, Arthur, Electric News in Colonial Algeria,
Oxford, Oxford University Press, 2019.
Breuilly, John (ed.), “Benedict Anderson’s Imagined
Communities: A Symposium”, Nations and Nationalism, vol. 22, nº 4,
2016.
Calvino,
Italo, Por qué leer los clásicos, México, Tusquets, 1992.
Chatterjee, Partha, Nationalist Thought and the
Colonial World. A Derivative Discourse?, Tokio, Zed Books, 1986.
—, La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
Chiaramonte,
José Carlos, Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en
tiempos de las independencias, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
Culler, Jonathan, “Anderson and the Novel”, Diacritics,
vol. 29, nº 4, 1999.
Goswami, Manu, “Benedict Anderson, Imagined
Communities (1983)”, Public Culture, vol. 32, nº 2, 2020.
Halperin Donghi, Tulio, “Argentine Counterpoint: Rise
of the Nation, Rise of the State”, en S. Castro Klarén y J. Ch. Chasteen
(eds.), Beyond Imagined Communities. Reading and Writing the Nation in
Nineteenth-Century Latin-America, Washington-Baltimore, W. Wilson
Center-Johns Hopkins University Press, 2004.
Körner, Axel, “Beyond Nation States: New Perspectives
on the Habsburg Empire”, European History Quarterly, vol. 48, nº 3,
2018.
Lomnitz, Claudio, “Nationalism as a Practical System:
Benedict Anderson’s Theory of Nationalism from the Vantage Point of Spanish
America”, en M. A. Centeno y F. López-Alves (eds.), The
Other Mirror: Grand Theory Through the Lens of Latin America, Princeton,
Princeton University Press, 2001.
Parker, Andrew, “Bogeyman: Benedict Anderson’s
‘Derivative’ Discourse”, Diacritics, vol. 29, nº 4, 1999.
1
Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and
Spread of Nationalism, tercera edición, Londres, Verso, 2006, p. 207. La primera
versión en castellano data de 1993: Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura
Económica.
2 Anderson, Imagined communities, p. 213.
3 Manu Goswami, “Benedict Anderson, Imagined
Communities (1983)”, Public Culture, vol. 32, nº 2, 2020, p. 442.
4 La
condensación de este argumento en Anderson, Imagined Communities, cap. ii.
5 Sobre las
implicancias del planteo de Comunidades imaginadas para el análisis de
la ficción literaria, y de la novela en particular: Jonathan Culler, “Anderson
and the Novel”, y Andrew Parker, “Bogeyman: Benedict Anderson’s ‘Derivative’
Discourse”, ambos incluidos en el dossier “Grounds of Comparison: Around the
Work of Benedict Anderson”, Diacritics, vol. 29, nº 4, 1999; Joep
Leerssen, “Community and Imagination: Anderson and Literary Studies”, en John
Breuilly (ed.), “Benedict Anderson’s Imagined Communities: A Symposium”,
Nations and Nationalism, vol. 22, nº 4, 2016.
6
Partha Chatterjee, Nationalist Thought and the Colonial World: A Derivative
Discourse?,
Tokio, Zed Books, 1986, p. 21. Una versión en castellano de estos argumentos
en Partha Chatterjee, La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios
subalternos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; especialmente “La nación en
tiempo heterogéneo”, “Comunidad imaginada: ¿por quién?” y “La utopía de
Anderson”.
7
Chatterjee, La nación en tiempo heterogéneo, p. 62.
8 Anderson, Comunidades
imaginadas, pp. 13-14.
9 Ibid.,
p. 13.
10 José
Carlos Chiaramonte, “Acerca de Comunidades imaginadas de Benedict
Anderson”, en J. C. Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica. El
lenguaje político en tiempos de las independencias, Buenos Aires,
Sudamericana, 2004, p. 164.
11
Claudio Lomnitz, “Nationalism as a Practical System: Benedict Anderson’s Theory
of Nationalism from the Vantage Point of Spanish America”, en M. A. Centeno y
F. López-Alves (eds.), The Other Mirror:
Grand Theory Through the Lens of Latin America, Princeton, Princeton
University Press, 2001, p. 348.
12 Ibid.,
pp. 351-353.
13 Benedict
Anderson, Una vida más allá de las fronteras, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2020 [2016].
14
John T. Sidel, “Axial Twist: The Impact of Imagined Communities on the
study of nationalism in Southeast Asia”, en Breuilly (ed.), “Benedict
Anderson’s Imagined Communities”.
15
Tulio Halperin Donghi, “Argentine Counterpoint: Rise of the Nation, Rise of the
State”, en S. Castro Klarén y J. Ch. Chasteen (eds.), Beyond Imagined
Communities. Reading and Writing the Nation in Nineteenth-Century Latin-America,
Washington-Baltimore, W. Wilson Center-Johns Hopkins University Press, 2004, p.
33.
16 Véase <https://books.google.com/ngrams/graph?content=imagined+communities&year_start=1980&year_end=2019&corpus=en-2019&smoothing=0>.
17
Anderson, Comunidades imaginadas, p. 11.
18
Breuilly, “Benedict Anderson’s Imagined Communities”, p. 2.
19 Italo
Calvino, Por qué leer los clásicos, México, Tusquets, 1992, pp. 7-14.
20 Benedict
Anderson, Bajo tres banderas. Anarquismo e imaginación anticolonial, Madrid,
Akal, 2008 [2005].
21 Anderson, Imagined
Communities (tercera edición, 2006), p. 207.
22
Axel Körner, “Beyond Nation States: New Perspectives on the Habsburg Empire”, European
History Quarterly, vol. 48, nº 3, 2018.
23
Arthur Asseraf, Electric News in Colonial Algeria, Oxford, Oxford
University Press, 2019, pp. 7-9.