El proyecto historiográfico de Martín García Mérou

Sus lecturas de Alberdi, Echeverría y Sarmiento

 

Alejandro Romagnoli*

Universidad de Buenos Aires / conicet

 

La figura de Martín García Mérou ha recibido una renovada atención en los últimos años.1 Aquí nos abocaremos a estudiar una de las zonas menos trabajadas de su obra, el proyecto inconcluso de hacer una historia intelectual a través de las grandes figuras de la generación de 1837. Para hacerlo, atenderemos no solo al material publicado por el autor, ya sea que haya llegado o no a reunirlo en libro, sino también a borradores, cartas personales, y artículos anónimos que por primera vez aquí se le adjudican.

En las últimas décadas del siglo xix y las primeras del xx, se verifica un momento fuerte de emergencia de la crítica literaria en la Argentina. Es entonces cuando comienzan a aparecer cada vez más claramente autores que forjan un perfil como críticos. Si con anterioridad la de Juan María Gutiérrez se recortaba como una figura de excepción, para los años de la llamada generación de 1880 los nombres asociados con la crítica comienzan a contarse en mayor medida: Calixto Oyuela, Paul Groussac, Ernesto Quesada, Martín García Mérou, entre otros.

Una de las características distintivas de ese momento de emergencia es, como señaló Pastormerlo,2 el hecho de que esa crítica se encuentra orientada hacia la literatura que le era contemporánea.3 Buena parte de la obra de García Mérou se dirige en ese mismo sentido. Sus “Palmetazos”, la sección que firmaba con el seudónimo “Juan Santos” en El Álbum del Hogar (1879), estaban dedicados a reseñar los contenidos de la propia revista, o de otras, como La Ondina del Plata. De esa orientación hacia la literatura coetánea también resulta un buen ejemplo la serie periodística “La novela en el Plata”, reunida en Libros y autores (1886).4

Sin embargo, es en otra zona de su obra en la que nos detendremos. Se trata, para los últimos años del siglo xix, de un caso impar, “el único proyecto historiográfico cultural, literario, surgido en el seno de la generación del Ochenta”, según Barcia.5 El primer volumen publicado por García Mérou fue el que dedicó a Juan Bautista Alberdi; sostenía el crítico acerca de sus propósitos:

[...] trataremos de reflejar las diversas fases del pensamiento argentino, en la persona de sus grandes representantes, durante el período histórico que empieza en medio de la tiranía de Rosas y termina con la organización definitiva de la República. Las figuras de Echeverría, Mitre, Vicente Fidel López, Sarmiento, Lamas, Gutiérrez, etc., serán analizadas a su turno en el curso de este largo plan, al que hace algún tiempo prestamos una constante y entusiasta dedicación.6

Como se ve, y si bien el proyecto quedó –por lo que puede leerse en esta presentación– muy incompleto (solo alcanzó a publicar los estudios de Alberdi y de Echeverría, y algunos capítulos del que estaría dedicado a Sarmiento), pretendía ser una totalidad, un estudio sistemático. En este sentido, podemos ubicarlo en un proceso que, desde las ideas programáticas de Gutiérrez hasta su concreción en Ricardo Rojas, pretendía conformar una historia literaria.7 Quizá García Mérou haya emprendido tal empresa motivado por Estanislao Zeballos, quien lo alentó en estos términos en una carta fechada el 24 de junio de 1888:

Yo había soñado, mi querido García Mérou, que Ud., temperamento esencialmente literario, con un estilo vigoroso y ardiente, con una singular preparación (literaria) y un gusto no contaminado, era el indicado para escribir la Historia del movimiento literario del Río de la Plata, cuyo pasado brilla y brillará más, sin duda, que el presente, pero cuyo conjunto ofrece ya mucho terreno a la investigación crítica.8

Esta historia del pensamiento o de la literatura argentina –los términos poseen, para el momento en que escribe García Mérou, una amplitud de sentido que permite su equiparación o solapamiento– evidencia los límites de lo que el discurso de la crítica (literaria) imponía por entonces: se trata de un proyecto de índole historiográfica que –se diría– no podía sino quedar inacabado. Por otro lado, en esa tentativa por fundar una historia, García Mérou adjudica –o, al menos, tal cosa pueda ser leída en esas páginas, sostendremos– rasgos diferenciadores, perfiles diversos. Alberdi, Echeverría, Sarmiento, cada uno de ellos viene a ocupar un lugar específico, que el crítico les reserva para intentar garantizarle un origen intelectual a la patria.9

Los alcances del carácter nacional de la empresa historiográfica

En la época en que escribe García Mérou, existen distintas representaciones acerca de la posibilidad de una literatura propia y, por tanto, de una historia literaria nacional. Acaso el que más claramente haya formulado la distinción que nos interesa es Bartolomé Mitre. En un artículo de 1897 publicado en La Biblioteca, negaba la existencia de la “Letras americanas”, pero, como no dejaba de aclarar, lo que afirma pretendía valer también para la literatura argentina:

[...] podría escribirse con alguna más unidad una historia especial de la literatura hispanoamericana, desde sus orígenes hasta nuestros días, que tendría su utilidad y su razón de ser; pero a condición de considerar los productos literarios no como modelos, sino como hechos, caracterizando bajo esta faz la época colonial, la de la lucha por su emancipación y la vida independiente y democrática de sus repúblicas, como expresión de la sociabilidad en los tres grandes períodos sucesivos. Si no un curso de literatura, sería un curso de historia literaria.10

Estas dos formas de considerar el asunto (las obras como modelo, las obras como hechos) son una distinción que recorre todos los textos que, por entonces, se planteaban el problema de la existencia de una literatura nacional. Mitre acudía a esta concepción propia del historicismo romántico para negar que hubiera una literatura, aunque no negaba que existiera una historia, que, de literaria, apenas si estaría dada por referirse a libros y autores producidos en cierta geografía.11 En definitiva, lo que faltaba, para Mitre, y que hubiera sido necesario para poder hablar de literatura nacional –y de historia esta vez sí propiamente literaria– es la originalidad: la existencia de una cierta organicidad u homogeneidad, esto es, un cierto “plan racional”.12

Es interesante observar un fragmento en que Juan María Gutiérrez se planteó esta cuestión, o, mejor, en que prefirió no planteársela. Sostiene Sarlo:

[...] Gutiérrez no entra en la polémica sobre la existencia de una literatura nacional tal como se planteó después, y en varias ocasiones. Juan María Gutiérrez parte de la conciencia, y de la creencia de que tal literatura existe y que no solo puede sino que debe ser estudiada.13

No es nuestra intención ahora hacer un rastreo exhaustivo, ni mucho menos, de las formas en que estas ideas aparecen en la obra crítica e histórica de Gutiérrez. Pero si nos detenemos ahora en un pasaje que puede ser tomado como representativo, observaríamos que Gutiérrez solo tendría la creencia de una literatura nacional, pero en el segundo sentido definido por Mitre, en la medida en que hablaba de los libros como hechos, no como modelos:

No comenzaremos por examinar si tenemos o no una literatura, porque semejante investigación no cabe dentro de los límites que nos hemos trazado. Lo que sí parece que puede sentarse como un hecho es que “no carecemos de literatura”, puesto que nadie puede poner en problema que tanto en la época colonial como en la subsiguiente, nacieron y vivieron en el seno de nuestra sociedad, varios hombres de talento y de estudio que dejaron notorios vestigios de estas calidades, en la tradición o en sus escritos, ya inéditos, ya publicados por la prensa.14

En ocasiones, al citarse este pasaje, se normaliza la ortografía al punto de hacer perder el sentido original. Porque, en rigor, Gutiérrez no prescinde de la pregunta por si existe una literatura nacional, sino por si existe una literatura nacional. Además de las bastardillas, también las comillas, que enmarcan “no carecemos de literatura”, y que suelen eliminarse cuando se cita este pasaje, están marcando un modo específico de entender la literatura. En suma, según nuestra lectura, en este fragmento, Gutiérrez no niega, como Mitre, que exista una literatura propia, definida con rasgos que la hacen única, sino que suspende esa pregunta para abocarse a lo que también a Mitre le parecía posible, y en todo caso útil, el estudio de las obras como hechos, documentos que cabe recoger y estudiar.

La cuestión se “resuelve” en La literatura argentina. Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata. Y nos detenemos en el título de esa primera edición: La literatura argentina, y no la Historia de la literatura argentina, como se llamará posteriormente. Leemos el título original de Rojas, como si dijera: he aquí, finalmente, “la literatura argentina”. Como si ese título primero retomara la disyuntiva de Mitre, y apostara por un “curso de literatura” (en cuanto las obras eran consideradas como modelos), y no “un curso de historia literaria” (en cuanto bajo este rótulo las obras serían consideradas solo como hechos).

Pero regresemos a nuestro autor, García Mérou. En su caso, la declaración en relación con el propósito nacional de su empresa que es posible rastrear se encuentra al comienzo del Ensayo sobre Echeverría. En rigor, se limita a citar “las nobles líneas” que Gutiérrez había escrito sobre el tema.15 Y que son exactamente las mismas líneas a las que nos referimos más arriba. Esto es, García Mérou no teorizó, tampoco arriesgó, un plan para las posibilidades de una historia nacional. Se ciñó, para volver a decirlo con los términos de Mitre, a tomar a la literatura como hecho, y no como modelo.

El exterior de la serie: la defensa de Alberdi y la condena (y defensa) de Sarmiento

En 1886, desde El Censor, periódico que fundara el año anterior, Sarmiento publicó una carta de Juan B. Alberdi, de 1866, dirigida a Gregorio Benítez, entonces ministro del Paraguay, con la intención de acusar a su autor (por sus opiniones acerca de la Guerra del Paraguay) de traidor a la patria.16 En Sud-América, se publicaron, como réplica, una serie de artículos en contra de Sarmiento y en defensa de la memoria de Alberdi, fallecido en 1884. Los artículos, anónimos, fueron atribuidos a Paul Groussac,17 pero, en realidad, publicados en enero de 1886, no fueron escritos por quien había sido el director del diario hasta junio de 1885. Amén de su carácter de director emblemático de la publicación, la apresurada atribución pudo obedecer acaso a cierta semejanza entre el estilo corrosivo de Groussac y el que presentan esas páginas sin firma. Sin firma, pero de las que no caben dudas que fueron escritas por García Mérou. Ante todo, por una razón bien simple: en el fondo del autor del Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny” se conservan los recortes del diario, agrupados con una carátula que lleva su firma.18 El contenido de esos artículos, por otro lado, tiene mucho en común con las tesis que García Mérou sostendrá en Juan Bautista Alberdi (Ensayo crítico) (1890), en que defiende a Alberdi de la acusación de traidor y en que critica a Sarmiento, aunque no con el tono acre que es propio de aquella serie aparecida en Sud-América.19 Asimismo, tanto en el ensayo como en la serie periodística, García Mérou cita, para dar cuenta del modo en que Alberdi refuta opiniones de Sarmiento, cartas personales de Alberdi dirigidas a su sobrino, Guillermo Aráoz, y que el crítico obtuvo por parte de Benjamín Aráoz, hermano de Guillermo. Estas cartas también se conservan en el mismo fondo bibliográfico.20

En el ensayo de 1890, García Mérou no dejará de realizar críticas a Sarmiento (recordará que fue el autor de Las ciento y una quien trazó “una leyenda infamante hasta sobre la humilde piedra de [...] [la] tumba” de Alberdi)–,21 pero no del modo vehemente con que las hacía en 1886. En Sud-América, García Mérou se refería a “los delirios de un cerebro enfermo”, al “caso patológico” de Sarmiento, “dominado por pasiones violentas, juguete de su vanidad y egoísmo”.22 La acusación más dura era la de hacer recaer en Sarmiento, y no en Alberdi, la condición de “traidor” a la patria, en especial por defender los derechos de Chile sobre el estrecho de Magallanes.23 A la luz del desarrollo argumental posterior, podría pensarse que las críticas a Sarmiento en esta serie de textos no estarían en rigor particularmente motivadas por una real animadversión hacia el autor del Facundo; la vehemencia del rechazo sería la vehemencia que requería su defensa de Alberdi. Hacia la vida y la obra del tucumano existía, según veremos, por parte de García Mérou, una corriente de profunda simpatía. Por lo demás, es imperioso evaluar en todos los casos las circunstancias en las que escribe. Cuando redacte su Historia de la República Argentina (material pedagógico producido de acuerdo con el programa de los colegios nacionales), García Mérou omitirá toda clase de críticas y hará primar la exaltación patriótica: allí las figuras de Sarmiento y de Alberdi se yuxtaponen sin solución de continuidad, colaboran para construir del retrato virtuoso de la generación romántica.24

Más allá de las motivaciones sobre las que no se puede sino especular, lo que media por lo pronto entre los artículos de 1886 y el ensayo sobre Alberdi, de 1890, es la relación que García Mérou entabló con Sarmiento en Paraguay, en 1888, cuando García Mérou era diplomático y Sarmiento se trasladó a aquel país en busca de un clima más benigno, que no impediría que muriera en septiembre, bajo la mirada atenta de los médicos, pero también de la diligencia amistosa de quien antes –anónimamente– lo había llamado traidor. Acaso en el fuerte contraste entre estas imágenes, construidas con una diferencia muy acotada de tiempo, resida una de las claves con respecto al lugar problemático que el estudio crítico sobre Sarmiento tuvo en el proyecto de la historia del pensamiento argentino al que estamos atendiendo.

A pesar de que García Mérou nunca publicó el ensayo sobre Sarmiento, sabemos que lo comenzó a escribir durante su estadía como diplomático en Paraguay. En una de las primeras páginas del ensayo sobre Alberdi, publicado en 1890, ya se anunciaba, como obra “en preparación”, el título Domingo Faustino Sarmiento (Ensayo crítico). Y fue ese mismo año en que se publicaron dos de los tres capítulos conservados: en la Revista Nacional (t. 12, 1890, pp. 72-79) apareció el primer capítulo, titulado “D. F. Sarmiento”, y en La Nación, el 17 de agosto de 1890, el segundo, con el título “Recuerdos de provincia (fragmento de un ensayo crítico, inédito, sobre D. F. Sarmiento)”.25

La indagación en la correspondencia de García Mérou nos ha permitido observar que, para el año 1900, el estudio sobre Sarmiento aún permanecía inconcluso. El 15 de noviembre de 1900, Domingo A. Crisci, en representación de la recientemente inaugurada Biblioteca Pública de Bragado, le escribe pidiéndole ejemplares de “sus importantes obras: ‘Sarmiento’ y ‘Notas americanas’”.26 La respuesta de García Mérou, que no envía ninguno de los libros solicitados, es la siguiente: “Remítole a U. El Brasil intelectual, última obra que he publicado, para la biblioteca de la ciudad. En cuanto al estudio sobre Sarmiento, aún no está en prensa, pero pienso terminarlo en breve, demorando su envío, por esta causa”.27

A pesar del grado avanzado de escritura del ensayo, según se revela por la carta de García Mérou, nada se encuentra entre los papeles conservados de todo ese material que conformaría el tantas veces anunciado ensayo sobre Sarmiento. No hay ningún rastro en el Archivo General de la Nación. Y en el Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny” solo se conservan los borradores de los tres capítulos publicados.

Juan B. Alberdi: el verdadero pensador

Si Sarmiento fue una figura problemática para García Mérou, lo contrario se puede afirmar de Juan B. Alberdi. Las opiniones vertidas en Sud-América y luego en el ensayo crítico son semejantes. Lo defendía en 1886 y lo seguirá defendiendo en 1890. Y la imagen de Alberdi que García Mérou construye en las numerosas páginas de su estudio es también uniforme; no hay mayores tensiones o contradicciones en los juicios desplegados a propósito de los sucesos de la vida y de los episodios de la obra.

En los archivos de García Mérou se conserva una cantidad considerable de material relacionado con su ensayo sobre Alberdi. En una carta del 10 de marzo de 1890, Vicente Fidel López lo elogia en estos términos:

No sería propio que sobre obra de ese género, yo le dijere a V. otra cosa, sino que veo en ella con sumo gusto la prueba de que V. posee con solidez las tres principales calidades que distinguen a los grandes críticos: la observación concentrada en todas las fases de su asunto; la labor persistente para investigarlo; y la benevolencia del criterio: esa noble predisposición que los romanos recomendaban a sus jueces con el sublime axioma: summum ius summa iniuria, para prevenirlos contra la malignidad que no pocas veces inspira a los que no elevan lo bastante su criterio para comprender que la justicia no debe separarse jamás de la benevolencia ni aun cuando tenga que ser severa y asertiva.28

Nos interesa detenernos en la tercera cualidad destacada por López, la benevolencia del crítico, que es también mencionada por Julio Bañados Espinosa en un artículo aparecido en El Comercio de Lima, aunque con tono de reproche, cuando señala que no debe olvidar “el biógrafo” de Alberdi la necesidad de “tener, junto al incensario, un pequeño cauterio, y a veces bisturí de diestro cirujano”, o cuando añade que García Mérou es “un crítico bondadoso, [que] no se atreve a veces ni a dar un pellizco”.29 Más allá de los modos en que ese estilo se concretiza en los distintos libros de García Mérou, importa destacar que, en el caso del ensayo sobre Alberdi, se ve reforzado por las cualidades con las que se presenta el personaje estudiado a los ojos del crítico. En la serie de artículos de Sud-América la falta de benevolencia se explica por el anonimato. Es solo con la firma, cuando la opinión debe defenderse con el nombre, cuando se le hace necesario matizar las críticas.

A diferencia de los provocadores y desenfadados “Palmetazos” (1879), en la serie de estudios dedicados a los hombres más destacados de la generación romántica García Mérou rehúye –o al menos esa es la imagen que intenta presentar– la disputa: “Nuestro ensayo crítico sobre Alberdi no es un libro de polémica: es una obra de comentario y de análisis. Nos ha guiado al escribirle un espíritu de respetuosa benevolencia y de franca admiración por una de las inteligencias más brillantes y nítidas de nuestra patria.”30 He ahí, de nuevo, la benevolencia de la que hablaba Vicente Fidel López.

La pasión, que suele acompañar la discusión, aparece en el ensayo fuertemente marcada con un signo negativo. Por ejemplo, a propósito de ciertos juicios de Bartolomé Mitre, al que “la pasión” le habría impedido reconocer las virtudes del espíritu de Alberdi.31 Alberdi, quien, en cambio, resulta elogiable por “el modo frío y exacto” de sus análisis.32 Del mismo modo aparece caracterizado en contraste con Sarmiento: “[...] en este duelo en que más de una vez se han producido heridas sangrientas, toda la razón está de parte de Alberdi. Su tranquilidad y su sangre fría contrastan con la violencia y el desborde de insultos de su adversario”.33

No obstante, esa distribución de roles no es siempre nítida. En los artículos de Sud-América fue donde García Mérou expresó de manera más clara ese otro perfil de Alberdi: “Él es también apasionado y, al sentirse agredido, devuelve golpe por golpe a sus más encarnizados enemigos”.34 En el ensayo de 1890, en que se lo caracteriza como “el primer polemista de nuestra literatura”, ese desajuste en la dicotomía pasión-frialdad también está presente.35 Puede pensarse en la tensión que se produce entre la presentación de Alberdi como “enemigo de la denigración del ataque envenenado” y la “gota de arsénico” que habría “en el fondo de su sátira”.36

Además de rechazar la polémica, la serie de ensayos de García Mérou sobre los principales hombres de la generación romántica quiere perseguir un “patriótico empeño”.37 En este punto, también existe una suerte de identidad entre el crítico y el criticado, en la medida en que Alberdi es, para García Mérou, un patriota, y en su obra el “ardor de patriotismo” es un “rasgo distintivo que la hace simpática como pocas”.38

Sus errores (aquellos pocos errores de Alberdi que García Mérou reconoce) se refieren precisamente a episodios que podrían afectar esa condición (a tal punto que los adversarios hayan podido –de forma injusta para el crítico– calificarlo de traidor). Uno de ellos (referido a la forma en que la cuestión de la nacionalidad de los ciudadanos extranjeros se había pactado en un tratado con España) constituiría la “única derrota verdadera” de Alberdi como diplomático,39 aunque se trataba, como García Mérou se apresura a apuntar, de una derrota “nacida de un propósito noble”, producto de una “ofuscación momentánea”, lo que la haría “disculpable”.40

El otro episodio, esperablemente, es el referido a la guerra del Paraguay, que ya había suscitado la defensa de García Mérou en 1886, desde Sud-América. El crítico, dada la importancia del punto, escribe una larga “digresión histórica” con la que busca “plantear los términos del problema antes de examinar las opiniones de Alberdi”.41 Y, frente a esas opiniones, se mostrará en absoluto desacuerdo. Los juicios de Alberdi le parecerán “inaceptables o inexactos”, algunos de sus párrafos “indisculpables”.42 Con lo que discrepa básicamente es con la “defensa de la causa de [Francisco Solano] López” que había llevado adelante Alberdi, pensamiento que habían sostenido asimismo “Adolfo Alsina y todo su partido”.43 Por el contrario, en toda esa “digresión histórica” lo que hace García Mérou es insistir en la “barbarie del Paraguay”, desde el período precolombino, pasando por la Colonia, y hasta López.44 Y, no obstante, pese a esta discrepancia de fondo, en todos los casos García Mérou no esgrime sino alguna forma de la disculpa: el “escozor de las heridas aún abiertas”, el “desinterés de su prédica y la sinceridad respetable con que [Alberdi] emitía sus ideas”,45 por ejemplo.

Además de su patriotismo, compartido en términos generales con sus compañeros de generación, lo que define a Alberdi en el ensayo de García Mérou es aquello que lo diferencia de las otras figuras que el crítico se proponía estudiar en esta serie de ensayos sobre el pensamiento nacional:

Su pluma está puesta al servicio de la ciencia y de la verdad. No posee la impetuosidad de polemista de Sarmiento; no resaltan en su persona los rasgos vigorosos del caudillo ni el prestigio halagador del tribuno. Mitre, López, Gutiérrez, Lamas señalan otros rumbos en su acción, y envueltos en la ola de los acontecimientos que se suceden en el seno de la patria, le prestan el ardor de sus pasiones y la ayuda generosa de sus fuerzas. Alberdi es, sobre todo y antes que todo, un pensador.46

Aparecerán a lo largo de las páginas algunos sinónimos –“filósofo”, “teorizador”–47 para expresar la misma idea: que “el interés intelectual lo domina con detrimento y exclusión de los otros intereses”.48 Un ejemplo más, entre los más explícitos. Dice sobre Alberdi: “Siempre hay en él una preocupación política, moral o científica. Es un verdadero pensador, un filósofo, pero no es un lírico”.49

Reunidos esos pasajes como los reunimos, parece muy evidente que esa es la forma en que García Mérou conceptualiza a Alberdi; pero lo cierto es, por el contrario, que esos rasgos aparecen dispersos a lo largo de las muchas páginas del ensayo, y que solo el análisis permite conceptualizarlos de este modo. Sin embargo, habiendo inferido los rasgos de patriota y de pensador como los más sobresalientes o decisivos de la opinión crítica de García Mérou sobre Alberdi, podemos, al releer, encontrar un caso particular, específico, en que ya se verificaban, esto es, que ya marcaban una dirección. En su comentario del Fragmento preliminar al estudio del derecho, García Mérou identificaba “dos rasgos fundamentales”: “Por una parte, el amor a la ciencia pura [...]. Por otra, el patriotismo vibrante y puro [...]”.50

Convendrá no perder de vista estos ejes que comenzamos a distinguir en el análisis de la primera entrega de esta historia trunca del pensamiento argentino, puesto que persistirán –con variantes significativas– en el modo en que se traman los elementos que conforman las lecturas críticas de García Mérou sobre Echeverría y sobre Sarmiento.

Esteban Echeverría, el verdadero fundador

Si toda la serie de ensayos dedicados a hombres de la generación del 37 busca constituirse como una historia de “las diversas fases del pensamiento argentino”,51 el volumen dedicado a Echeverría puede entenderse como el intento por dar cuenta de la historia literaria argentina. El adjetivo no puede sino seguir teniendo un alcance amplio, pero posee una tendencia hacia la especificación. En ese proceso, Echeverría se define fundamentalmente como un literato (y no un pensador), y su obra, ante todo, por la literatura, en especial la poesía (y no por los escritos doctrinarios).

La particular estructura del libro es ya un claro índice de la operación fundamental que articula este ensayo. A diferencia del dedicado a Alberdi, en el que, tras unos breves apuntes biográficos seguía un orden cronológico en el comentario crítico de las obras, el Ensayo sobre Echeverría está dividido en cuatro partes, y solo la tercera y la cuarta están dedicadas a quien da título al libro. En la primera parte se dedica a estudiar “Los modelos del siglo xviii y las primeras manifestaciones literarias en el Plata” y en la segunda hace una “Ojeada sobre los poetas de la Revolución y de la época de Rivadavia”. Recién la tercera la destina a “La vida de Echeverría y sus ideas políticas y artísticas” y la cuarta al “Análisis de las obras poéticas de Echeverría”.

En una carta del 19 de febrero de 1895, Miguel Cané le critica esa estructura. Aunque no leyó el libro completo, le señala a García Mérou que la primera parte, “excelente en sí misma”, le parece “excesiva, en su extensión” y que “una nota ligera hubiera estado más en el tono”.52 Ciertamente, puede llamar la atención que solo la mitad del ensayo esté enfocado en Echeverría, pero lo que Cané no advierte es que esto es así por el lugar que Echeverría ocupa, para García Mérou, en la literatura argentina: el lugar del fundador. Pero ¿cuál ha sido, con exactitud, su mérito?

En el ensayo, se verifica una tensión entre la desmitificación y la sacralización. Ya desde los estudios de Juan María Gutiérrez se había venido marcando la calidad despareja de la obra echeverriana, incluso sus graves defectos.53 Pero es con García Mérou que pueden verificarse lecturas que articulan una mirada cuestionadora de algunos valores fundamentales.54 Patricio Fontana ha analizado el modo en que las distintas intervenciones de Gutiérrez sobre Echeverría –en especial las “Noticias biográficas...”– intentaron “imponerle a la totalidad de esa obra un sentido homogéneo”.55 Ese protocolo de lectura se encarna en la idea del poeta patriota, de alguien que “jamás aplicó su talento a otros objetos que a la patria americana y a la libertad”.56

Es ese protocolo de lectura el que comienza a ser cuestionado en el ensayo de García Mérou; allí reside su parte de desmitificación. Vale decir, aquello que el ensayo pone en primer plano es el modo en que el criterio vinculado con el patriotismo de un autor o de una obra se relaciona con el mérito literario de ese autor y de esa obra. Acerca de que Echeverría era un “patriota” no cabía ninguna discusión;57 lo que sí está –irresueltamente– problematizado es la búsqueda de un juicio literario que no estuviera plegado por completo a un fin patriótico, empresa desde el comienzo incierta en la medida en que, como lo declaraba en el prefacio de Alberdi, toda esta serie de ensayos se hacía con “patriótico empeño”; allí se ubica su parte de sacralización.58

La tensión recorre todo el ensayo. Por un lado, García Mérou –tal como sostiene en una página– trata de “no incurrir en un patrioterismo ridículo al tratar asuntos literarios”.59 Y puede decirse que, en ocasiones, lo logra, por ejemplo, al dar cuenta, a veces minuciosamente, de las formas en que Echeverría siguió de cerca o plagió obras europeas.60 Sin embargo, esa independencia de juicio está contrapesada por un elemento que termina rescatando el honor del autor:

A pesar de todo, sería un error y una injusticia considerarlo un pirata literario, incapaz de engendrar una obra propia y original. Su pensamiento siempre fijo en el suelo de la patria da a todos sus escritos un corte especial, una fisonomía característica que aleja la más remota sospecha de plagio o de imitación.61

Prestemos ahora atención al siguiente juicio acerca de García Mérou con respecto a las intervenciones de Gutiérrez sobre la obra de Echeverría, en que aparece sintetizada aquella ambivalencia. Tras citar las críticas que mereció El ángel caído por parte de Gutiérrez, agrega García Mérou:

A primera vista, estas reservas parecerán alarmantes para los que juzgan a la mayoría de nuestros escritores con un criterio puramente patriótico, sin haber penetrado en la intimidad de sus producciones. Cómo! he ahí el padre de nuestra poesía nacional, el iniciador y el verdadero maestro de toda esa pléyade brillante que llega desde Mármol hasta Ricardo Gutiérrez, Andrade y Guido Spano! ¿Y es a un espíritu de esa talla que se atreve a medir y analizar la crítica en vez de considerarlo impecable e indiscutible? Por nuestra parte, –si la objeción nos fuera hecha– responderíamos que deploramos el celo exagerado de los editores de Echeverría, al dar a luz muchos de sus escritos, que reclamaban una discreta penumbra, y que hoy no resisten al examen más desapasionado y respetuoso.62

Por un lado, García Mérou elogia el juicio de Gutiérrez acerca de El ángel caído, no plegado a un criterio únicamente patriótico; por el otro, rechaza la amplitud de editor, que incluyó textos que mejor habría sido no dar a la imprenta. Esa doble valoración de la labor de Gutiérrez persiste en otras páginas y evidencia que se vincula con el modo en que el propio García Mérou lleva adelante su estudio de Echeverría. Dicho de otro modo: García Mérou, como Gutiérrez, oscila entre la poca o la mucha benevolencia, en la búsqueda en todo caso de aquella benevolente justicia de la que hablaba Vicente Fidel López.

En la cuarta parte del Ensayo sobre Echeverría, anota que Gutiérrez trató a Echeverría con “excesiva benevolencia”, lo que daba una “pobre idea de la imparcialidad del biógrafo”.63 Pocas páginas después, sin embargo, nos encontramos con un García Mérou que escribe –elevando el tono–:

Sin estímulo, sin entusiasmo, desconocido y desdeñado, combatiendo con la ignorancia y con la desnudez, perdido en un mundo que no era el suyo –¿qué mucho que sus poesías truncas, descuidadas e incompletas no sean sino el eco vago del grandioso poema que acariciaba en el fondo del alma y que llevó a la tumba antes de animarlo con el soplo de la vida? ¡Sí, seamos dulces y benévolos con su memoria!64

No es esa la única oscilación que se registra en la valoración de Echeverría. García Mérou no puede sino señalar la “candorosa imitación” de “todas las peculiaridades de los héroes románticos que le sirven de modelos”, pero, en su afán de rescatar a Echeverría, agrega que “lo verdaderamente extraño e interesante [...] es que el poeta es sincero y original”, puesto que “las evoluciones de su pensamiento lo han conducido a una situación moral tan semejante con la de aquellos, que la compenetración entre ambos ha llegado a ser natural y completa”.65 Y, no obstante, más adelante, al ensalzar Revolución del Sud y Avellaneda, revela, por contraste, que la copia de modelos foráneos sí habría sido en otras ocasiones un obstáculo para el valor artístico de las obras de Echeverría: “No hay aquí ninguna imitación extranjera, ningún héroe postizo, acaparado por las necesidades de la composición y cubierto con más o menos éxito, entre los pliegues del poncho, airosamente llevado por el jinete de la llanura”.66

Por supuesto, no son todas vacilaciones las opiniones que aparecen en el ensayo, ni todos los juicios positivos encubren un posible reverso negativo. Hemos ya señalado que, desde su misma estructura, el perfil de Echeverría trabajado por García Mérou no es el de un pensador, como lo era el de Alberdi. Escribe en una nota al pie: “[...] esas producciones [...] carecen de importancia como obra doctrinal”.67 El perfil de Echeverría es, para García Mérou, el de un literato, el de un escritor. En ese marco, es importante el reconocimiento que hace del valor de El matadero, al que compara con “una tela pintada a la manera de Goya”68 y al que asocia con el naturalismo.69

Pero ese perfil y esa obra son, ante todo, las de un poeta. De ahí que en las dos primeras partes del libro se dedique a la historia de la poesía, más que a la de la literatura en su conjunto, y que destine la cuarta parte a estudiar, específicamente, las obras poéticas de Echeverría. De todas ellas, Avellaneda y La cautiva le parecen las “dos obras más originales y hermosas”, “creaciones verdaderamente nacionales”, “inspiradas en el espectáculo de nuestra naturaleza, de nuestras luchas, de nuestra historia”.70 Esperablemente, es La cautiva la que se ubica en el lugar de privilegio, “el poema nacional por excelencia”.71

Sin embargo, pese al valor que puede reconocerles a algunas obras literarias –frente a otras que le parecen “cantos de escuela de primeras letras”–,72 el verdadero valor de Echeverría, para García Mérou, está en su posición en la historia (de la literatura). Más que al mérito de páginas como La cautiva o Avellaneda, Echeverría es alguien que funciona como un punto de articulación: es el “verdadero fundador de la literatura nacional”.73 Lo sintetizará en las conclusiones a través de una cita de Nicolás Avellaneda (“si sus méritos de poeta son grandes, fue mayor aún su acción como precursor”),74 lo que evidencia que, en su planteo general, García Mérou no hace sino seguir una opinión extendida, y que en todo caso su mayor originalidad se encuentra en juicios particulares, o en el modo en que avanza –tímidamente– con algunos juicios desmitificadores.

Domingo F. Sarmiento, el verdadero escritor

En 1886, en Sud-América, Sarmiento resultaba ser, para García Mérou, el verdadero traidor a la patria, y no Alberdi, según hemos visto. Otro contraste organiza la relación entre Echeverría y Sarmiento. Echeverría era el “verdadero fundador” de la poesía nacional, pero Sarmiento parecería ser el verdadero escritor. Si Echeverría aportaba, amén de su rol de iniciador, unas pocas obras entre muchas sin valor, Sarmiento contribuye a la historia literaria con libros que se imponen por sí mismos, más allá de los argumentos del crítico para resaltar su importancia en el marco de una historia de la literatura nacional.

Sarmiento fue muchas cosas, y el ensayo de García Mérou no deja de atender a su perfil como político, como polemista, etc. Sin embargo, la imagen que diseña el crítico es, ante todo, la de un escritor. Vale decir que, al comentar libros como Recuerdos de provincia o Campaña en el Ejército Grande, lo que más le interesa evidenciar es, de todas las dimensiones posibles, la del talento literario de Sarmiento.

A partir de El matadero (que comparaba a una pintura de Goya), el crítico había señalado la no aprovechada capacidad de Echeverría para “la novela histórica o de costumbres sociales”.75 En su comentario de Recuerdos de provincia (en que observa el “lujo de detalle” de la “escuela flamenca”), García Mérou también deploraba que Sarmiento (ese “Rubens criollo”) no se hubiera puesto “al servicio de la novela”.76 Pero, en este caso, el juicio del crítico se expande; más que estar en función de valorar una obra en particular, quiere explicar el conjunto de la obra del escritor.

Este talento de Sarmiento habría dado, continúa García Mérou, “largos y fecundos análisis a lo Balzac de la psicología de los tipos elegidos, armonizada con el espectáculo curioso y minuciosamente reproducido del escenario en que actuaron”.77 Unas líneas más abajo, insiste con la vinculación con el autor de La comedia humana (“[...] se nota el germen de una obra de largo aliento, de un drama psicológico de la amplitud y el alcance del que sirve de base a Le Pére Goriot o Eugénie Grandet”) y con que Sarmiento sería “realista por índole y por naturaleza”.78

Los hombres y mujeres retratados en Recuerdos de provincia se quedan en la memoria “como una caricatura de Hogarth o una creación bufona del Dickens de las tribulaciones de Pickwick”, ciertos episodios solo pueden compararse con “La sencillez y la belleza de los mejores capítulos de Goldsmith en el El vicario de Wakefield”, o poseen el “lirismo sentimental de Woodsworth, la imaginación exuberante de Richter y las tiernas confidencias de Renán”, o están “inspirados por la musa de Lamartine”.79 Su manejo de la ironía en Campaña en el Ejército Grande es asimilable a la de Swift a propósito de la matanza de niños irlandeses; tiene pasajes que revelan “las más notables dotes shakesperianas”; y “episodios que parecen arrancados a las soberbias descripciones de la vida eslava de las novelas de Henryk Sienkiewicz”.80 Las referencias permiten apreciar la importancia que reviste la asimilación de las páginas de Sarmiento a la gran literatura europea. La cita que resulta imposible eludir, sin embargo, es otra: el comentario que le merece a García Mérou que Sarmiento, en el Facundo, haya descripto la pampa de la manera en que lo hizo, sin haberla conocido, tal como revelaba en su Campaña:

Esta declaración de Sarmiento demuestra cuánto es su mérito literario, y qué admirables facultades de adivinación poseía aquel hombre para presentir así, con una vigorosa penetración de vidente, el alma de los personajes que estudiaba, asociada a un medio que no conocía y que, sin embargo, nadie ha pintado y sentido mejor que él. Esta fabricación de “color local”, hecha de tan eximia manera, recuerda la hermosa mistificación literaria que se llamó La Guzla y en que el ingenio de Merimée con cinco o seis palabras ilirias, dos libracos pedantes e insípidos, se asimiló las sensaciones violentas de una raza de primitivos hasta engañar y envolver en sus redes a talentos de la talla de Pushkin y Goethe.81

Son distintos los modelos de escritores a los que ha venido haciendo referencia García Mérou en su afán de ensalzar el talento de Sarmiento, muchos de los cuales no coinciden con aquella caracterización que el crítico hace acerca de la concepción de su “arte literario”, siempre en la búsqueda de la “acción social”.82 Si gusta de postular las novelas “a lo Balzac” que podría haber escrito, se trata solamente de un lugar retórico para ensalzar las virtudes escriturarias de Sarmiento; la particularidad del escritor residía en textos como el Facundo, según parece advertir García Mérou en aquella cita: el mérito literario de un texto político.

No es posible hacer comentarios concluyentes, puesto que solo tenemos fragmentos de lo que habría sido el ensayo crítico sobre Sarmiento. Debemos conformarnos con lo que ha guardado el archivo, y con lo poco –casi nada– que en los capítulos conservados adelantan de lo que vendría después.83 En lo preservado, lo que hay son fundamentalmente elogios. Como vimos, elogios del talento literario de Sarmiento. Es parte del protocolo de análisis de García Mérou su benevolencia. Por supuesto, hay, en los tres capítulos, reprobaciones, críticas a Sarmiento (y, por contraste, como en los textos anteriores, elogios para Alberdi), pero ahora aparecen más mitigadas.84

También aparecen cambiadas de signo algunas cualidades; determinados defectos se vuelven parte de sus virtudes. Su vanidad, esa “fatuidad enfermiza”, se revela, al mismo tiempo, como aquello que lo ha salvado de los “desfallecimientos que enervan y de la anemia moral que mata los impulsos y los arranques primos de la personalidad”.85 Y su pasión, aquella frente a la cual el crítico tenía sus reparos en Alberdi –y aquí mismo–,86 puede también aparecer con signo positivo: “Nunca se eleva a mayor altura que cuando escribe inspirado por el odio”.87 Cuando escribe: de nuevo, en estas páginas, de lo que se trata, para el crítico, también en este punto, es de Sarmiento como escritor.

Conclusiones

Para los años en que García Mérou escribió estos ensayos sobre Alberdi, Echeverría y Sarmiento, se registraba, como hemos indicado, un proceso de emergencia de la crítica literaria, que tenía como rasgo distintivo el de orientarse fundamentalmente hacia la literatura que le era contemporánea. En tal sentido, el proyecto de historiar el pensamiento argentino era más bien excepcional. Se trataba, por lo demás, de un proyecto muy ambicioso, según se desprendía de la presentación que el crítico ofrecía en el volumen dedicado a Alberdi, tanto más cuando entonces, si bien la crítica estaba en vías de constitución, aún no se había formado como una actividad profesional. García Mérou fue una figura clave en ese proceso de emergencia; tuvo un papel destacado como crítico de las obras literarias que le eran contemporáneas, y, también, en la incipiente historización del pensamiento y de la literatura argentina. Como Juan María Gutiérrez, no partió de un plan orgánico ni propuso una identidad para esa literatura –como haría posterior y fundacionalmente Ricardo Rojas–. Tampoco logró concluir el proyecto que se había propuesto llevar adelante; sin embargo, constituyó un aporte relevante que intervino en los modos en que por entonces eran leídos los autores estudiados. Analizamos el proyecto de una historia del pensamiento argentino, pero también atendimos a otros materiales conexos: los artículos anónimos de García Mérou, la historia de la República Argentina redactada para ser usada en los colegios nacionales. Las distintas circunstancias de producción implicaron diferencias en ocasiones fundamentales en los protocolos de lectura.

Propusimos leer su caracterización de las figuras de la generación romántica a partir de un esquema contrastante: Alberdi sería el pensador, Echeverría el fundador y Sarmiento el escritor. No es tal el modo en que explícitamente lo plantea García Mérou, pero la lectura minuciosa de los textos, el análisis de sus estructuras y operaciones principales permiten plantear esa organización. A cada uno de ellos el crítico no dejó de imputarles graves errores o defectos (una derrota diplomática, versos plagiados, oposiciones políticas ciegas); no obstante, siempre los disculpó en virtud de aquel “patriótico empeño” que buscaba imprimirle a toda su empresa historiográfica.

Más allá de esas intervenciones de conjunto, buscamos atender a las formas en que las lecturas particulares de Alberdi, Echeverría y Sarmiento que realizó García Mérou dialogaron con otras que se produjeron para esos años. En muchos casos se plegó a las ideas dominantes y en otros logró distinguirse con una propuesta original. Ambas orientaciones pueden advertirse incluso en el abordaje de cada uno de los autores. En relación con Echeverría, por caso, no hizo sino reforzar el consenso crítico acerca del papel fundador de la literatura nacional que tenía La cautiva, pero, al mismo tiempo, aunque con reservas, avanzó en un juicio desacralizador que mostraba las deudas del poeta con sus modelos europeos.

El proyecto de historia del pensamiento argentino, tal como lo tenía planeado su autor, quedó trunco y, como decíamos más arriba, casi que era lo esperable, en virtud de la ambición del proyecto, y en virtud también del estado de la historiografía literaria del momento. El propio García Mérou iría, según se desprende de una carta de Francisco Sosa, cambiando de opinión acerca del valor de su trabajo. La misiva, fechada el 10 de noviembre de 1897, interesa especialmente en la medida en que permite asomarse a las valoraciones que el crítico habría tenido sobre algunas de sus obras. Escribe Sosa:

Terminé ya la lectura del libro de U. sobre Echeverría. Sin duda alguna, ese estudio pone en su verdadera luz la figura del poeta, y al propio tiempo confirma el juicio que el autor –como crítico– ha merecido por donde quiera. Permítame U., sí, que le diga, que no porque su Echeverría valga tanto como vale, deja su Alberdi de ser un modelo de estudios críticos. Creí notar, cuando hablamos, que tiene U. cierta preferencia por Echeverría, y con ese motivo releí el Alberdi. Encierra muchas bellezas, mucha doctrina, y no desmerece un ápice cuando se le compara con el otro estudio. Lo que, a mi juicio, pasa, es que aparece U. más sobrio en Echeverría y a medida que los años transcurren los entusiasmos son menores y aunque amamos las flores de la juventud, preferimos los frutos de la edad madura. Pero el lector, el extraño, encuentra siempre gran encanto en las páginas trazadas por una mano juvenil.88

En relación con el ensayo sobre Sarmiento –que se anunciaba en 1890 pero sobre el que García Mérou seguía trabajando diez años más tarde– ya hemos sugerido otro factor que habría incidido de forma específica; nos referimos al cambio de valoración que es posible rastrear en las páginas que escribió, desde aquella –en defensa de Alberdi– primera acusación –anónima– de traidor que le dirigió a Sarmiento. A Sarmiento, con quien, como vimos, trabó relación en Paraguay, y de quien, en 1883, pudo leer Conflicto y armonías de las razas en América, lo que implica, por otra parte, que este proyecto de historiar el pensamiento argentino no era una obra puramente orientada hacia el pasado, puesto que ese pasado se proyectaba hasta convertirse en el presente, y, además, que no se trataba de una obra en el que las relaciones e intereses personales estuvieran ausentes. Esos eran los alcances y los límites en los que permitía moverse el discurso de la emergente crítica literaria. o

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——, “La emergencia de la crítica literaria en Argentina: en torno a Pedro Goyena”, Exlibris, nº 9, 2020.

——, “La emergencia de la crítica literaria en Argentina y el debate en torno al naturalismo: las lecturas de Martín García Mérou (cocottes, Miguel Cané y novela nacional)”, Cuadernos del cilha, nº 36, 2022.

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Resumen / Abstract

El proyecto historiográfico de Martín García Mérou: sus lecturas de Alberdi, Echeverría y Sarmiento

El artículo investiga el proyecto de una historia del pensamiento argentino, centrado en las grandes figuras de la generación romántica, que ideó y realizó en parte Martín García Mérou a fines del siglo xix. El corpus básico, por tanto, está conformado por Juan Bautista Alberdi (ensayo crítico) (1890), Ensayo sobre Echeverría (1894) y los tres capítulos que alcanzó a publicar del volumen que iba a estar dedicado a Sarmiento (1890- 1896). Sin embargo, un extenso trabajo de archivo ha permitido incorporar otras fuentes, tales como artículos –sin firma– en los que García Mérou defendía a Alberdi y acusaba a Sarmiento de traidor a la patria (Sud-América, 1886), y también manuscritos y cartas personales que permiten reconstruir y comprender de mejor modo el proyecto historiográfico. Se sitúa el análisis de estos materiales en el marco de la emergente crítica literaria de fines de siglo, y se plantea que los alcances y los límites de esta historia intelectual responden a ese proceso de emergencia del discurso de la crítica. Asimismo, se estudian cuáles son los objetivos generales que persigue García Mérou y las operaciones específicas con que traza perfiles distintivos con los que busca asegurarle a cada uno de los autores abordados un lugar propio en la historia del pensamiento y de la literatura nacional.

 

Palabras clave: Historia intelectual - Martín García Mérou - Juan Bautista Alberdi - Esteban Echeverría - Domingo Faustino Sarmiento

 

The historiographical project of Martín García Mérou: his readings of Alberdi, Echeverría and Sarmiento

This article investigates the project for a history of Argentine thought, centered on the great figures of the romantic generation, which Martín García Mérou conceived and partly carried out at the end of the 19th century. The basic corpus, therefore, consists of Juan Bautista Alberdi (Ensayo crítico) (1890), Ensayo sobre Echeverría (1894) and the three chapters he managed to publish of the volume that was to be devoted to Sarmiento (1890-1896). However, extensive archival work has made it possible to incorporate other sources, such as unsigned articles in which García Mérou defended Alberdi and accused Sarmiento of being a traitor to the fatherland (Sud-América, 1886), as well as manuscripts and personal letters that allow us to reconstruct and better understand that historiographical project. The analysis of these materials is situated within the framework of the emerging literary criticism at the end of the century, and it is argued that the scope and limits of this intellectual history respond to the process of the emergence of the discourse of criticism. It also examines the general objectives pursued by García Mérou and the specific operations through which he outlines the distinctive profiles with which he seeks to ensure that each of the authors addressed has his own place in the history of national thought and literature.

 

Keywords: Intellectual history - Martín García Mérou - Juan Bautista Alberdi - Esteban Echeverría - Domingo Faustino Sarmiento

 

Fecha de recepción del original: 4/05/2022

Fecha de aceptación del original: 28/09/2022

 

DOI: https://doi.org/10.48160/18520499prismas27.1391

* aeromagnoli@gmail.com. ORCID: < https://orcid.org/0000-0002-2923-9846>

1 Véase, por ejemplo, Paula Bruno, Martín García Mérou. Vida intelectual y diplomática en las Américas, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2018.

2 Sergio Pastormerlo, “¿Crítica literaria sin literatura? Sobre el nacimiento de la crítica argentina hacia 1880”, 1º Congreso Internacional Celehis de Literatura, Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2001.

 

3 De la mano de la progresiva e incipiente constitución de un mercado de bienes simbólicos y culturales, emergen en esos años algunos géneros modernos de la literatura argentina, como la novela o la crítica (sobre la emergencia de la novela, véase Alejandra Laera, El tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004).

 

4 Sobre esta serie periodística, véase Alejandro Romagnoli, “La emergencia de la crítica literaria en Argentina y el debate en torno al naturalismo: las lecturas de Martín García Mérou (cocottes, Miguel Cané y novela nacional)”, Cuadernos del cilha, nº 36, 2022. Sobre la emergencia de la crítica literaria en las últimas décadas del siglo xix, véanse –además del trabajo citado de Pastormerlo– Oscar Blanco, “De la protocrítica a la institucionalización de la crítica literaria”, en A. Rubione (dir.), Historia crítica de la literatura argentina. La crisis de las formas, Buenos Aires, Emecé, 2006, y Alejandro Romagnoli, “La emergencia de la crítica literaria en Argentina: en torno a Pedro Goyena”, Exlibris, nº 9, 2020.

 

5 Pedro Luis Barcia, Historia de la historiografía literaria argentina. Desde los orígenes hasta 1917, Buenos Aires, Pasco, 1999, p. 164.

 

6 Martín García Mérou, Juan Bautista Alberdi (ensayo crítico), Buenos Aires, Pablo E. Coni, 1916 [1890], p. 7.

 

7 Sobre “La constitución de la historia literaria argentina”, véase Oscar Blanco (en N. Rosa [ed.], Políticas de la crítica: historia de la crítica literaria en la Argentina, Buenos Aires, Biblos, 1999).

 

8 García Mérou cita esta carta en Confidencias literarias (Buenos Aires, Argos, 1894, pp. 24-25), continuación de Recuerdos literarios, obras en clave memorialista en las que cuenta sus experiencias en la vida literaria de Buenos Aires y, también, en otras ciudades sudamericanas, como resultado de sus viajes diplomáticos. Sin embargo, la carta bien puede citarse a propósito del proyecto historiográfico que estamos analizando.

 

9 Hemos emprendido una lectura minuciosa de las fuentes consultadas. La profusión de algunas citas no debiera inducir al equívoco –y con esto hacemos nuestra la advertencia de Oscar Terán en Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la cultura científica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 11– de que las fuentes producen sentido por sí solas. Para otros análisis del proyecto de García Mérou, véase Barcia, Historia de la historiografía literaria argentina, pp. 151-164, y Bruno, Martín García Mérou, pp. 27-29.

 

10 Bartolomé Mitre, “Letras americanas”, La Biblioteca, año 2, tomo 4, 1897, pp. 67-68; cursivas añadidas. Se trata de una reelaboración de una carta de 1887 dirigida a Miguel M. Ruiz (reproducida en Bartolomé Mitre, Correspondencia literaria, histórica y política, tomo 3, Buenos Aires, Imprenta de Coni Hermanos, 1912, pp. 169-178). Para un análisis de la carta y su contraposición con la concepción de literatura sostenida por Joaquín V. González, véase Diego Chein, La invención del folklore. Joaquín V. González y la otra modernidad, Tucumán, Consejo de Investigaciones de la unt, 2007, pp. 44-50.

 

11 Ibid., p. 66.

 

12 Ibid., p. 68.

 

13 Beatriz Sarlo, Juan María Gutiérrez: historiador y crítico de nuestra literatura, Buenos Aires, Escuela, 1967, pp. 78-79.

 

14 Juan María Gutiérrez, “Reminiscencias. Literatura antigua americana y especialmente de la República Argentina”, Revista de Buenos Aires, tomo 12, año 4, nº 48, abril de 1867, p. 468; cursivas del original.

 

15 Martín García Mérou, Ensayo sobre Echeverría, Buenos Aires, Peuser, 1894, p. 5.

 

16 Alberdi ya había recibido con anterioridad tal acusación. Se había defendido de ella en Palabras de un ausente (Obras completas de J. B. Alberdi, tomo vii, Buenos Aires, Imprenta de “La Tribuna Nacional”, 1887, pp. 145-148).

 

17 Guillermo Gagliardi y Mauricio Meglioli, Testimonios de un hacedor. Bibliografía sobre Domingo Faustino Sarmiento, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011, p. 130.

 

18 Fondo Martín García Mérou del Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”, caja 1, legajo 1885-1886, ff. 73-85.

 

19 La serie se conforma por las siguientes entregas: “De ultratumba. Alberdi contra Sarmiento” (12/1/1886); “De ultratumba. El gran traidor” (14/1/1886); “Facundo II. Alberdi contra Sarmiento” (16/1/1886); “Alberdi contra Sarmiento. Golpe de gracia” (19/1/1886).

 

20 Fondo Martín García Mérou del Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”, caja 2, legajo 1887-1889, ff. 62-95.

 

21 García Mérou, Juan Bautista Alberdi, p. 289.

 

22 Martín García Mérou, “De ultratumba. Alberdi contra Sarmiento”, Sud-América, 12 de enero de 1886.

 

23 Martín García Mérou, “De ultratumba. El gran traidor”, Sud-América, 14 de enero de 1886.

 

24 Martín García Mérou, Historia de la República Argentina, tomo 2, Buenos Aires, Ángel Estrada y Cía., 1905, pp. 340-342.

 

25 Un tercer capítulo se publicó posteriormente (“Sarmiento polemista. La campaña en el Ejército Grande”, La Biblioteca, año 1, tomo 2, septiembre, 1896).

 

26 Domingo A. Crisci, carta a Martín García Mérou, fechada el 15 de noviembre de 1900, Archivo General de la Nación, colección Biblioteca Nacional, legajo 545. Con “Notas americanas” se refiere a Estudios Americanos.

 

27 Martín García Mérou, carta a Domingo A. Crisci, fechada el 21 de noviembre de 1900, Archivo General de la Nación, colección Biblioteca Nacional, legajo 552, f. 358.

 

28 Vicente Fidel López, carta a Martín García Mérou fechada el 10 de marzo de 1890, Archivo General de la Nación, colección Biblioteca Nacional, legajo 517, pieza 8284.

 

29 Julio Bañados Espinosa, “Publicistas argentinos. Martín García Mérou (De El Comercio de Lima)”, recorte conservado en el Archivo General de la Nación, legajo 541. Una precisión acerca del término “biógrafo”, utilizado por Julio Bañados Espinosa. Si bien García Mérou reseña la vida de los autores estudiados, no lo hace como su tarea central. Esto puede constatarse cuando remite al lector, para conocer la “vida” de Alberdi, a la “biografía” escrita por Pelliza, o por Bilbao y Reynal O’ Connor, y agrega, apuntando a la índole de su ensayo: “Por lo demás, esta vida, puramente intelectual, está encerrada mejor que en parte alguna, en sus numerosos escritos” (García Mérou, Juan Bautista Alberdi, p. 17, nota 1). Por otro lado, tampoco le cabría a la obra de García Mérou el término “bibliografía”. En su Ensayo sobre Echeverría, deja sin comentar la colección completa de las obras en prosa porque “Su mención, detallada y cronológica, más que a la crítica, pertenece al dominio de la bibliografía” (García Mérou, Ensayo sobre Echeverría, p. 162). Es verdad que en el trabajo sobre Alberdi sigue una exposición cronológica, pero García Mérou pretende ir más allá del breve apunte bibliográfico.

 

30 García Mérou, Juan Bautista Alberdi, pp. 8-9.

 

31 Ibid., p. 123.

 

32 Ibid., p. 237.

 

33 Ibid., p. 176.

 

34 Martín García Mérou, “Alberdi contra Sarmiento. Golpe de gracia”, Sud-América, 19 de enero de 1886.

 

35 García Mérou, Juan Bautista Alberdi, p. 188.

 

36 Ibid., p. 9 y 177 respectivamente. Haremos aun otra cita, que, ya no en contrapunto con Sarmiento, contrasta sí la pasión y la frialdad, y que es interesante de recuperar aquí porque muestra que, si las cualidades atribuidas a Alberdi son virtuosas, al mismo tiempo no dejan (en esta ocasión, que no se repite en el ensayo) de tener un costado negativo (producir un texto por momentos poco claro). García Mérou se refiere a Peregrinación de Luz del Día: “Esta preocupación de imparcialidad y esta abstención voluntaria de personalismo hacen oscuros algunos de los episodios de Luz del Día, pero, en cambio, le da un tono de prescindencia y de elevación filosófica que no es posible dejar de reconocer” (ibid., p. 252).

 

37 Ibid., p. 8.

 

38 Ibid., p. 147.

 

39 La identificación entre la actuación diplomática de Alberdi y la del propio García Mérou es otro elemento para considerar en relación con la simpatía del crítico hacia el criticado.

 

40 García Mérou, Juan Bautista Alberdi, p. 203.

 

41 Ibid., p. 217.

 

42 Ibid., pp. 240 y 235 respectivamente.

 

43 Ibid., pp. 242 y 243 respectivamente.

 

44 Ibid., pp. 235, 217, 218 y 235 respectivamente.

 

45 Ibid., pp. 235 y 242 respectivamente.

 

46 Ibid., p. 303.

 

47 Ibid., p. 123.

 

48 Ibid., p. 82.

 

49 Ibid., p. 76; cursivas añadidas. Se trataba de una idea sobre Alberdi que otros autores del período podían fácilmente compartir. La encontramos en el perfil de los “Redactores” de La Biblioteca que redactó Paul Groussac: “Como literato de vigor y colorido, es inferior a Sarmiento y acaso a López: a todos aventaja como pensador político” (“Redactores de La Biblioteca. Juan Bautista Alberdi”, La Biblioteca, año 2, tomo 3, marzo de 1897, p. 483). Groussac será más fiel a su estilo corrosivo en un artículo posterior, en que Alberdi es caracterizado, por el contrario, como un “incurable improvisador”, un “aficionado universal” (“El desarrollo constitucional y las Bases de Alberdi”, Anales de la Biblioteca, tomo 2, 1902, p. 232).

 

50 García Mérou, Juan Bautista Alberdi, p. 32.

 

51 Ibid., p. 7.

 

52 Miguel Cané, carta a Martín García Mérou fechada el 19 de febrero de 1895, Archivo General de la Nación, colección Biblioteca Nacional, legajo 516, pieza 8254/30.

 

53 Aquí nos limitaremos a recordar el apuntamiento de Gutiérrez acerca de la dificultad de hacer la crítica de la obra echeverriana, puesto que “está en toda ella de tal modo mezclado el oro de buena ley con materias humildes” (“Breves apuntamientos biográficos y críticos sobre don Esteban Echeverría”, en E. Echeverría, Obras completas de D. Esteban Echeverria, tomo 5, Buenos Aires, Carlos Casavalle, 1874, p. xlv).

 

54 Recordemos que Juan María Gutiérrez había publicado las Obras completas de D. Esteban Echeverría, en cinco tomos, entre 1870 y 1874. Echeverría era considerado el introductor del Romanticismo, aquel que, con La cautiva (1837) y su abordaje del desierto –esto es, de la pampa– había iniciado una literatura nacional, propia. Para 1880, por otro lado, El matadero iría cobrando un lugar cada vez más protagónico; en ese año, Luis B. Tamini se refirió al relato como un texto precursor del naturalismo. En la antología sobre Echeverría publicada por Rafael Obligado en 1885 para la Biblioteca Económica de Autores Argentinos editada por Pedro Irume y en América literaria. Producciones selectas en prosa y verso, de Lagomaggiore (1890), puede advertirse la incipiente centralidad que La cautiva y El matadero irían adquiriendo como obras representativas del autor.

 

55 Patricio Fontana, “El crítico como hacedor de autores. Juan María Gutiérrez y las Obras completas de Esteban Echeverría”, en L. Amor y F. Calvo (comps.), Historiografías literarias decimonónicas. La modernidad y sus cánones, Buenos Aires, Eudeba, 2011, p. 181.

 

56 Juan María Gutiérrez, “Noticias biográficas sobre D. Esteban Echeverría”, en E. Echeverría, Obras completas de D. Esteban Echeverría, tomo 5, Buenos Aires, Carlos Casavalle, 1874, p. xcviii. Citado por Fontana, “El crítico como hacedor de autores”, p. 182.

 

57 García Mérou, Ensayo sobre Echeverría, p. 156.

 

58 En otra ocasión hemos estudiado la lectura de Echeverría por parte de Paul Groussac: la suya tiene un sentido, a diferencia de la García Mérou, mucho más decididamente desmitificador. Véanse Alejandro Romagnoli, “Esteban Echeverría y la constitución de la literatura nacional en un manuscrito inédito de Paul Groussac”, Badebec. Revista del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, vol. v, nº 10, 2016; y El manuscrito inédito de Paul Groussac sobre Esteban Echeverría: emergencia y constitución de la crítica literaria en Argentina, tesis de maestría, Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras (uba), 2018.

 

59 Ibid., p. 88.

 

60 Tras subrayar una frase del “Peregrinaje de Gualpo” de Echeverría (“Gualpo se había cansado temprano de todas las cosas del mundo y aún de la esperanza”), García Mérou agrega la siguiente nota al pie: “Lamartine, en su deliciosa sinfonía de Le Vallon, había dicho antes: ‘Mon cœr, lassé de tout, même de l’espérance, / N’ira plus de ses vœux importuner le sort; / Prêtez-moi seulement, vallon de mon enfance, / Un asile d’un jour pour attendre la mort !...’” (ibid., p. 120; cursivas del original). También subraya una frase de “Cartas a un amigo” de Echeverría (“Eternidad, nada, abismos horrorosos del sepulcro para la imaginación del hombre feliz, vosotros me espantáis”), y luego anota: “La siguiente magnífica estrofa de Le Lac de Lamartine acude a nuestra memoria: ‘Eternité, néant, passé, sombres abîmes. / Que faites-vous des jours que vous engloutissez? / Parlez: nous rendrez-vous ces extases sublimes / Que vous nous ravissez?...’” (ibid., p. 124; cursivas del original).

 

61 Ibid., p. 111.

 

62 Ibid., pp. 173-174.

 

63 Ibid., pp. 201-202.

 

64 Ibid., p. 205; cursivas añadidas.

 

65 Ibid., p. 118.

 

66 Ibid., p. 225; cursivas del original.

 

67 Ibid., p. 151.

 

68 Ibid., p. 162.

 

69 “Cerrad los ojos después de leer detenidamente los párrafos siguientes, y os parecerá presenciar la escena descripta por el poeta, con un franco naturalismo que transporta la imaginación a los procedimientos de los más altos representantes contemporáneos, de la escuela de Flaubert y de Zola” (ibid., p. 163). (En este punto, la interpretación de García Mérou es deudora de la de Luis B. Tamini [“El naturalismo”, La Nación, 9, 12, 13 y 14 de mayo de 1880]).

 

70 Ibid., p. 237.

 

71 Ibid., p. 247.

 

72 Ibid., p. 204.

 

73 Ibid., p. 249; cursivas añadidas.

 

74 Ibid., p. 251.

 

75 Ibid., p. 163.

 

76 Martín García Mérou, Sarmiento, Buenos Aires, Ayacucho, 1944, pp. 63, 49 y 50. La asociación de Sarmiento con la figura del novelista –que podría haber sido– se consolidará en los años siguientes; la reiterarán Leopoldo Lugones (Historia de Sarmiento, Buenos Aires, Otero & Co., 1911, p. 137) y Ricardo Rojas (Historia de la literatura argentina. Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata, tomo v, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1960 [1920], p. 371).

 

77 Ibid., pp. 50-51.

 

78 Ibid., pp. 52 y 78 respectivamente.

 

79 Ibid., pp. 50, 65 y 66 respectivamente.

 

80 Ibid., pp. 72, 81 y 87 respectivamente.

 

81 Ibid., p. 85.

 

82 Ibid., p. 39.

 

83 En dos pasajes aparecen referencias a otras partes –no conservadas– del ensayo: “La respuesta de Sarmiento y la réplica de Rawson que estudiaremos oportunamente, figuran, con justicia, entre los trabajos más profundos que han escrito nuestros publicistas sobre materia constitucional” (ibid., pp. 31-32); “En el curso de nuestro ensayo tendremos oportunidad de volver sobre esta especialidad del escritor, al ocuparnos de sus biografías, género para el cual desde los Recuerdos de provincia declara tener afición, y muestra aptitudes recomendables” (ibid., p. 57).

 

84 Probablemente la crítica más dura a Sarmiento sea la de “retardar el momento histórico de la reorganización argentina” al oponerse intransigentemente a Urquiza (ibid., p. 76). Las causas de esas desavenencias están explicadas por Alberdi “con admirable sagacidad”, apunta García Mérou (ibid., p. 76).

 

85 Ibid., p. 41.

 

86 “Desgraciadamente, muy pronto, la pasión política aparece y nubla la serenidad del juicio de Sarmiento” (ibid., p. 78).

 

87 Ibid., p. 37.

 

88 Francisco Sosa, carta a Martín García Mérou, fechada el 10 de diciembre de 1897, fondo Martín García Mérou del Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”, caja 2, legajo 1897, ff. 150-151.