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Reseña
José Luis de Diego, Los escritores y sus representaciones. Formación, campo literario, escritura, lector, crítica, canon, mercado editorial, libros,
Alejandra Laera (1)
(1) Universidad de Buenos Aires / CONICET
Buenos Aires, Eudeba, 2021, 238 páginas
A comienzos de la década de 1980, la colección Capítulo que sacaba el Centro Editor de América Latina dio a conocer a lo largo de veinte fascículos una extensa encuesta a un conjunto amplio de escritores, que confeccionaron y llevaron adelante Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano y que se publicaría como volumen en 1982. Aunque mencionada con frecuencia en diversos trabajos críticos, sin embargo, nunca era citada largamente o no se la analizaba con sistematicidad. En Los escritores y sus representaciones, José Luis de Diego, profesor e investigador de la Universidad de La Plata y autor de ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? (2001), se hace cargo explícitamente de este vacío crítico y convierte esa importante encuesta en objeto de una lectura minuciosa. Para ello, y con el fin de darle un marco temporal mayor que permita advertir cambios o inflexiones, agrega como corpus dos libros de principios de los 90 de entrevistas a escritores (La curiosidad impertinente de Guillermo Saavedra y Primera persona de Graciela Speranza, respectivamente de 1993 y 1995).
Como lo indica el subtítulo, De Diego aprovecha esos materiales como insumos para revisar ciertas categorías desde el punto de vista de la sociología de la literatura: formación, campo literario, escritura, lector, crítica, canon, mercado editorial, libros, todos ellos aunados en la noción de “representación” anunciada en el título. Atravesado fundamentalmente por Raymond Williams y Pierre Bourdieu, pero también por el abordaje de Robert Darnton y los aportes de Gisèle Sapiro, solo por nombrar los supuestos teóricos más evidentes de su propuesta, De Diego, quien es uno de los principales especialistas en historia de la edición y del libro en la Argentina, desagrega la encuesta en cada una de las preguntas que la conformaron y que ahora se constituyen a su vez en cada uno de los nueve capítulos de su libro. Para cerrar, un “Anexo”, que ocupa casi un tercio del volumen, lista por año y con indicación de la editorial correspondiente la publicación de obras argentinas entre 1940 y 1990, ofreciendo de ese modo una suerte de bibliografía literaria que resulta sumamente útil para encarar nuevas investigaciones.
En el cruce de las ideas o imágenes mentales sobre los escritores con algunos datos personales y de época, De Diego detecta en cada pregunta ciertos tópicos, definidos según variables particulares. Por ejemplo, de la formulación de la segunda pregunta, que se vincula con la formación literaria, se desprenden cuatro tópicos: clima intelectual familiar; escuela, educación formal e informal; grupos y amistades literarias; autores decisivos en esa formación. Y a la vez, el análisis de estos tópicos considera no solo la representación sociológica de los escritores, sino variables como, para el caso del origen de clase, el origen familiar inmigratorio. Esa sistematización de las respuestas, por un lado, es lo que permite conectar el contenido sociológico del análisis de la encuesta con las categorías de una teoría social de la cultura: la primera pregunta, sobre la iniciación a la escritura, se vincula, entonces, con la noción de mercado, para plantear que es mayor la oferta de textos literarios que la demanda de publicación; por su parte, la tercera pregunta, sobre el trabajo con el texto, se vincula con la noción de escritura, mientras que la quinta, sobre el lector ideal, lo hace, precisamente, con la de lector en sus diversas inflexiones. Como background literario o teórico, la temática de cada capítulo se redimensiona al ser puesta en relación con ciertas referencias. A modo de ejemplo: el sexto capítulo, sobre el interés que despierta la crítica literaria en los escritores, arranca con la imagen diseñada por Roberto Arlt en su relato “Escritor fracasado”, en el que de entrada se pone bajo sospecha la mirada de los críticos diluyendo su especialización tras su resentimiento; de otro modo, el capítulo séptimo, sobre los escritores extranjeros más influyentes, que se vincula con la noción de canon, se trabaja a partir de las teorizaciones de Harold Bloom en ese clásico de los 90 que fue El canon occidental.
Toda esta sistematización se lleva a cabo, como puede inferirse, de las respuestas a los escritores encuestados para Capítulo o entrevistados por Saavedra y Speranza para sus libros. Esos escritores, de los que De Diego excluye a los críticos por cuestiones metodológicas atendibles, trazan un arco muy variado que abarca unas tres generaciones, que va de los indiscutiblemente consagrados a los de consagración no totalmente consolidada, y que además intenta captar las emergencias. De un lado, de Sábato, Mujica Lainez o Beatriz Guido a Piglia o Luis Gusmán: todos escritores que eran muy conocidos a principios de los 80 y que, aun con matices, siguen siéndolo en la actualidad. Del otro, escritores como Gudiño Kieffer, María Esther de Miguel o Martha Mercader, cuya circulación y efectos en la escena literario cultural estuvieron circunscriptos, particularmente, a los años 80 y los primeros 90. En los extremos de ese arco, están Borges y Cortázar y Horacio Armani o Jorge Riestra. De cualquier modo, no importan tanto, creo, los alcances de la consagración como los criterios de representatividad. E importan menos, creo también, los criterios usados oportunamente para elegir a los escritores censados, por tratarse de una muestra panorámica y sincrónica que servía para tantear la situación cultural general, que los criterios usados para el análisis de la encuesta, que exige considerar su representatividad en un mediano plazo y asumiendo una perspectiva diacrónica, ya que la convierte en un objeto de estudio, en fuente de datos a partir de los cuales hipotetizar. Como explica De Diego, el término “representación” reúne en castellano varios sentidos y todos ellos están involucrados en las representaciones de las que se ocupa en su libro: el sentido artístico, el político y la producción de una imagen mental. Sin embargo, la segunda acepción, según la cual “alguien representa a un grupo”, implica también la noción de representatividad, que es la que se pone en juego en la instancia del análisis; es decir: ¿son representativos de un estado de situación, de una escena cultural, de unas condiciones de posibilidad, los y las escritoras de la encuesta?
En ese punto, la consideración de quiénes son los escritores que respondieron la encuesta tiene una doble relevancia. Por un lado, y tal como lo hace De Diego, es preciso atender, al considerar cada caso, ciertas variables sociológicas que son fundamentales (cuál es la posición social del escritor, el origen familiar, etc.); esos rasgos permiten ponderar las respuestas al momento de llegar a alguna hipótesis o conclusión (no sería lo mismo el acceso a la literatura de quienes han tenido biblioteca familiar que el de quienes provienen de familias de inmigrantes, o el de quienes se han educado formalmente que el de quienes han sido prevalecientemente autodidactas). Ahora bien: por otro lado, ¿acaso no importa metodológicamente quién es el o la escritor/a (¡y si es escritor o escritora!) en cuanto tal? Si en cierto nivel tiene la misma validez la respuesta de Borges a la sexta pregunta, sobre la crítica literaria, que la de otros escritores, no ocurre lo mismo al enfocar en la séptima pregunta: “en relación con qué autores argentinos o extranjeros piensa usted su propia obra”. Desde el momento en que la influencia de Borges en la literatura argentina de la segunda mitad del siglo xx y las primeras décadas del xxi es ineludible, sus propias influencias, que han dejado rastro no solo en una encuesta sino en la configuración de sus relatos y ensayos, también resultan ineludibles ya que han hecho ingresar al sistema literario local un conjunto de escritores y obras que de otro modo no lo habrían hecho. Es decir: hay ciertas cuestiones para las cuales la representatividad del escritor es un rasgo irreductible a cualquier tipo de análisis.
Para un análisis actual de la constitución del campo o la escena literaria de los años 80 nos dice más el cotejo entre la estela formada por escritores que siguen siendo reconocidos o muy leídos y la estela formada por escritores cuya circulación ha disminuido o se ha detenido, que la contabilización general de ciertas respuestas. Asimismo, el porcentaje ínfimo de escritoras que integran el censo debe ser interrogado en función de considerar si se trata de un efecto de la propia configuración del campo cultural de ese momento o un problema en el armado de la encuesta. Obviamente la sociología de la cultura examina cuantitativa y cualitativamente los datos que recolecta, la información que reúne, pero hay una zona en la que la ecuación entre lo cuantitativo y lo cualitativo corre el riesgo de terminar inclinándose por lo primero. Para ello, analizar no únicamente los resultados de la encuesta sino su propia confección puede ser también muy revelador.
En ese sentido, vale la pena invocar el extraordinario análisis que hace desde la sociología de la cultura Pierre Bourdieu en Las reglas del arte (1992) sobre el campo intelectual francés de mediados del siglo xix, en el que, con ese fin y modélicamente, lo que elige es la lectura a la vez rigurosa y sensible de una novela, La educación sentimental de Flaubert. Aunque la descripción de Bourdieu e incluso su noción de campo intelectual ya no explique la escena cultural contemporánea, con sus expansiones disciplinares y la transformación de sus soportes, su gesto es inspirador del modo a veces transversal, indirecto, que sirve para iluminar las interpretaciones sociológicas sin que por eso haya que renunciar a enfoques más clásicos e igualmente productivos (basta pensar en Los intelectuales en el siglo xix del historiador Cristophe Charle, publicado en 1996, que tiene toda una zona complementaria de la perspectiva de Bourdieu). Por lo mismo, la detallada descripción que lleva a cabo José Luis de Diego de la histórica encuesta de Capítulo es un punto de partida fundamental para seguir interrogándonos sobre las diversas situaciones de la escena cultural argentina, sus sucesivos cambios y los rasgos que nos permiten explicar las condiciones contemporáneas de la práctica literaria y las figuraciones sociales de los escritores y las escritoras.