10.48160/18520499prismas26.1331

Reseña

Sebastián Rivera Mir, Edición y comunismo. Cultura impresa, educación militante y prácticas políticas (México, 1930-1940),

 

Mariano Zarowsky (1)

 

(1) Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de San Martín / CONICET

 

Raleigh, A Contracorriente, 2020, 286 páginas

 

En Edición y comunismo Sebastián Rivera Mir explora la relación entre las izquierdas mexicanas y sus labores editoriales; más puntualmente, las prácticas editorialistas del Partido Comunista de México (pcm) y su papel en el proceso de consolidación partidaria en los años treinta del siglo xx. La noción de prácticas editoriales funciona en el libro como un prisma útil para explorar la historia del pcm. Siguiendo a Roger Chartier y Robert Darnton, Rivera Mir las define como un campo de acción múltiple, relacionado con la “elaboración, producción y circulación del material impreso, a través de un proceso colectivo que combina tanto elementos técnicos y comerciales como políticos y sociales” (p. 193). La noción refiere así al diseño de colecciones, la edición de contenidos, el cuidado de la gráfica o la elaboración de paratextos; también a las diversas tareas “artesanales” asociadas a la impresión y a las prácticas de difusión y lectura de los materiales publicados.

Rivera Mir presenta su estudio del libro y la edición comunista en México como una contribución a la historia política; su enfoque le permite explorar procesos y dinámicas poco atendidas por la historia oficial del pcm y por la historia tradicional de las izquierdas mexicanas. De un lado, el papel de una serie de sujetos y “actores menores” que, detrás de los espacios formalizados del partido, contribuyeron a forjar a través de su práctica editorialista la vida de la organización: editores, traductores, diseñadores, autores de manuales, obreros gráficos en todas sus variantes. Por otro lado, dado que el libro era concebido como un instrumento de formación ideológica, organización interna y comunicación con un destinatario concreto (militante o no), seguir sus emprendimientos editoriales le permite a Rivera Mir explorar la trayectoria política e ideológica del pcm, tanto como las dificultades y límites que este encontraba en su accionar cotidiano. Si la historia de la difusión del marxismo en América Latina tendió a oscilar entre el estudio de las ideas y el de las organizaciones obreras, la perspectiva adoptada por el autor –el trabajo de Horacio Tarcus se revela aquí un antecedente decisivo–[1] permite ir al encuentro entre el mundo de las ideas y el de la acción política. Lejos de ser espontánea (o su éxito estar garantizado de antemano) la confluencia entre pensamiento y acción se realiza a través de un tipo particular de mediación: la actividad de los intelectuales, entre ellos, quienes se dedican al trabajo de pensar, hacer y lanzar libros al universo indeterminado de los lectores.

El trabajo de Rivera Mir participa así de una comprensión renovada de la historia política que se encuentra, o mejor, se beneficia, de las orientaciones de la nueva historia intelectual. Si esta subraya el carácter contingente de las ideas y su rol activo en la producción de lo político, su llamado “giro material” permitió poner el foco en el estudio de los soportes materiales y las prácticas de los sujetos que le dan forma y alcance.

Más allá de estas orientaciones generales, la historia de las izquierdas y del comunismo en particular ha prestado en los últimos años especial atención al mundo impreso. Rivera Mir sigue con provecho las hipótesis de Régis Debray en torno al lazo vital que unió la historia del socialismo con la de la imprenta. Para el intelectual francés, el ciclo vital de las izquierdas y el de la palabra impresa forman dos caras de un mismo proceso. El libro, el periódico o la escuela fueron reminiscencias de una cultura práctica que precedió a los programas políticos. O de otro modo: el socialismo fue un producto artesanal antes de convertirse en una mentalidad. Según Debray las dinámicas editoriales alentaron el desarrollo de una cultura común, tanto por las ideas y valores que promovían como por los elementos prácticos y conectivos que la actividad demandaba en su quehacer cotidiano.[2]

Ahora, si bien Rivera Mir hace de las hipótesis de Debray una orientación teórico-metodológica, su investigación pone de relieve las particularidades que asumió en México la asociación entre el socialismo y la imprenta. En un país en el que hacia la década del treinta del siglo pasado solo el 6% de la población había terminado la escuela primaria (p. 123), la práctica editorialista se revelaba una acción modernizadora tanto como una empresa mestiza: la palabra impresa supo combinarse en la edición comunista con medios y estrategias de comunicación que hacían de la imagen su recurso privilegiado: el cartel callejero, el dibujo impreso o el mural. Sin plantearlo explícitamente, la investigación de Rivera Mir relativiza la periodización propuesta Debray y la exclusión que establece –eurocentrada o tecnologicista– entre la grafosfera y las diversas manifestaciones de la cultura visual.

Por las características de su objeto, el estudio de las prácticas editoriales del comunismo mexicano demanda el uso de diferentes escalas de análisis. Rivera Mir sigue la observación de Adriana Petra, quien se refirió al movimiento comunista del siglo xx como una “internacional de papel”, por el peso que asumieron las actividades editoriales en su expansión a lo largo del globo.[3] Edición y comunismo se inscribe así en una corriente de estudios transnacionales que, al señalar los límites de la escala nacional como medida de análisis, demanda pensar conexiones entre procesos locales, regionales y globales. Rivera Mir diferencia no obstante dos dimensiones de análisis. De un lado, sitúa las actividades editoriales del pcm en relación con la política de la Internacional Comunista para América Latina. De otro, considera la propia dinámica del mundo editorial hispanoamericano, irreductible a una dimensión nacional y, lógicamente, a las directivas provenientes de Moscú. El estudio de la edición comunista en México se sitúa así en un punto de intersección entre las directivas de la Comintern, las definiciones del pcm en relación con la coyuntura mexicana, y, finalmente, las dinámicas al interior de ese “triángulo” editorial que en el período conformaban España, México y Argentina, los centros de irradiación del libro en el mundo de habla hispana.

En el juego de estas variables y escalas Rivera Mir incorpora con provecho un actor adicional: el Partido Comunista de Estados Unidos (pceu). A mediados de los años treinta, en el contexto de la salida de la clandestinidad y de la llamada política de “unidad a toda costa” (el fin de la política de “clase contra clase” pronto se transformaría en apoyo al cardenismo), el pcm creció en cantidad de militantes y simpatizantes. Se planteó entonces reforzar su labor editorial para cohesionar al partido y llegar a un público más amplio que el de los militantes. Entre una serie de iniciativas partidarias y semioficiales se destacó la labor de Alexander Trachtenberg, enviado a México por el pceu. La presencia de Trachtenberg, antiguo director de International Publishers, la principal casa de edición de la Internacional Comunista en el continente, fue una de las claves para comprender el esfuerzo editorial del pcm en el período. Entonces, observa Rivera Mir, sus publicaciones se ampliaron y diversificaron, mostrando una presencia mayor de autores mexicanos (prácticamente ausentes en el período anterior), quienes apuntaban a pensar problemas de la coyuntura nacional. Aun cuando la impresión de autores extranjeros siguió siendo predominante, distintas intervenciones editoriales –fundamentalmente en los aparatos paratextuales– se esforzaron por adaptar o “traducir” la bibliografía marxista a la realidad mexicana.

Edición y comunismo sortea las limitaciones que plantea el acceso a materiales documentales sobre la actividad editorial del pcm en el período. La inexistencia de catálogos, la pérdida de ejemplares, los escasos registros sobre los principios que organizaron las iniciativas editoriales, la falta de datos sobre tiradas y ventas, dificultades habituales en la historia del libro y la edición, se vuelven obstáculos mayores cuando se trata de explorar la actividad política o intelectual de actores subalternos, con poca capacidad de sistematización y conservación de su accionar. Consciente del problema, Rivera Mir utiliza una serie de estrategias: apunta a reconstruir los catálogos a través de un seguimiento casi artesanal en bibliotecas y librerías; recurre a testimonios o memorias de los involucrados; utiliza los archivos de la acción represiva estatal; sigue atentamente los paratextos que enmarcaban las ediciones y las publicidades editoriales en la prensa comunista. Las dificultades aumentan a la hora de explorar las prácticas de lectura y de interrogarse por la eficacia del trabajo editorial. También aquí Rivera Mir sigue una diversidad de pistas. Entre otras, dedica un capítulo a relevar las publicaciones anticomunistas del período (su proliferación señala la fuerza que había adquirido el trabajo editorial del comunismo en el escenario político cultural mexicano); sigue marcas de lectura en una muestra de ejemplares (dedicatorias, subrayados, comentarios); revisa el programa de un curso de formación del Partido Comunista chileno a inicios de los años treinta, para rastrear el origen de los títulos que se estudiaban (y por ende la circulación del libro comunista en la región). Otro indicador: la polémica que la prensa comunista desplegó contra las publicaciones que editaba Rodrigo García Treviño, un exmilitante del pcm que había lanzado su propia editorial de orientación marxista, revela no solo discrepancias en torno a la orientación política o la interpretación de la tradición, sino también la existencia en el período de una intelectualidad marxista en construcción y la ampliación y dinamización de las actividades editoriales de la izquierda mexicana. El seguimiento de las trayectorias de Trachtenberg o Treviño son relevantes en la perspectiva de Rivera Mir: iluminan la agencia social, esto es, la actividad de los sujetos y actores (muchos de ellos olvidados o ni siquiera registrados por la escritura de la historia) detrás de la producción intelectual y la circulación de ideas.

La historia de la edición comunista mexicana de los años treinta del siglo xx, concluye Rivera Mir, arroja algunas paradojas. Si pareció haber tenido un impacto menor al esperado en el plano de la recepción de las ideas marxistas, el balance es diferente si se trata de evaluar cómo las prácticas editoriales potenciaron la acción política de los implicados. A inicios de los años 40, afirma el autor, la militancia comunista fue incapaz de sostener las empresas editoriales que habían surgido durante el cardenismo. Se iniciaba en México un ciclo de expansión y modernización de la industria editorial, potenciado por la promoción estatal, el aumento del universo de lectores y la recepción de un contingente de exiliados españoles que se volcaron al mundo del libro. Cuando México comenzaba a ocupar un lugar destacado en la edición marxista en la región, las iniciativas comunistas, paradójicamente, se encontraban apagadas. Los esfuerzos editoriales de los años 30, no obstante, fueron para Rivera Mir un componente esencial para comprender el devenir de los actores durante los años siguientes. Y aquí entonces otra paradoja: el esfuerzo editorial del pcm contribuyó a mediano plazo menos a fortalecer la organización partidaria que a fortalecer a las izquierdas mexicanas y continentales. Si Carlos Illades afirma que el marxismo estructuró el ámbito intelectual mexicano en el siglo xx,[4] con su investigación Rivera Mir revela otra arista del fenómeno: el análisis de las prácticas editoriales del comunismo mexicano durante la década de 1930 coloca a sus militantes, obreros, sindicalistas, maestros y artesanos en el centro de la formación histórica del país.



[1] Horacio Tarcus, Marx en Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.

[2] Régis Debray, “El socialismo y la imprenta, un ciclo vital”, en New Left Review, n° 46, Londres, julio-agosto de 2007, pp. 5-26.

[3] Adriana Petra, “Hacia una historia del mundo impreso del comunismo argentino. La editorial Problemas (1939-1948)”, en A. Granados y S. Rivera Mir (coords.) Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo xx, México, El Colegio Mexiquense, 2018, pp. 99-126.

[4] Carlos Illades, El marxismo en México. Una historia intelectual, México, Taurus, 2008.