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Reseña

Graciela Silvestri, Las tierras desubicadas. Paisajes y culturas en la Sudamérica fluvial,

 

Rodrigo Booth (1)

 

(1) Universidad de Chile

 

Paraná, Universidad Nacional de Entre Ríos, 2021, 416 páginas

 

Las tierras desubicadas, de Graciela Silvestri, es un contundente ensayo histórico urdido a través de una compleja trama de registros que busca descifrar “el territorio guaraní”, un espacio que coincide aproximadamente con la cuenca del Río de la Plata, estructurada por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, que la autora amplía hacia las estribaciones de la cordillera boliviana, el Pantanal y las pampas argentinas (p. 37). Un espacio en el que contrastan el guaraní de los indígenas, el portugués y el español de los conquistadores y de las naciones que surgieron tras la independencia. Silvestri aborda el estudio histórico-cultural de paisajes que se entrelazan a través del análisis de mitos, de descripciones naturalistas y etnográficas, de interpretaciones literarias, de la música, de proyectos ingenieriles y arquitectónicos que, en conjunto, dieron el tono material y simbólico a estos espacios.

¿Qué tienen de desubicadas las tierras bajas sudamericanas? El título del libro se explica en la interpretación de las palabras con que Claude Lévi-Strauss trató de comprender unos paisajes que no se acomodaban a sus expectativas. En Tristes trópicos el etnólogo manifestaba sus dificultades para interpretar los parajes brasileños que describió como “une nature déclassé”. La autora identifica en esta idea la imposibilidad de clasificar: la existencia de unos “paisajes sin orientes; faltos de tiempos; largos de transformación; sin vestigios descifrables; mezclados como en un campo de batalla el día después; sin arraigo, sin pertenencia, sin confianza; fuera de lugar” (p. 25), en suma, unos paisajes alejados del canon predominante, unas tierras extrañas, un territorio desubicado.

Silvestri estudia el paisaje de la Sudamérica fluvial con una mirada de larga duración. Esto se aprecia especialmente en la primera parte del libro, titulada “Antes de la escisión”. En el primer capítulo indaga en las representaciones del paraíso, “la tierra sin mal” de los mitos guaraníes que dieron paso a una contracara infernal habitada por caníbales “salvajes”. La figura literaria de Calibán en la literatura moderna es analizada a través de una red de referencias que intercala autores europeos, desde Tomás Moro hasta Shakespeare y Michel de Montaigne, con autores latinoamericanos que incluyen entre otros a Rubén Darío, Aimé Césaire y Oswald de Andrade. Este modo de hilvanar el argumento a través de referencias intelectuales de validez universal es quizás uno de los principales aportes de este libro, una técnica narrativa y analítica que se repetirá con éxito en el resto del trabajo. El segundo capítulo se centra en la figura del naturalista prusiano Alexander von Humboldt en su paso por Sudamérica al iniciarse el siglo xix. Sobrepasando el territorio guaraní, la autora se adentra en las selvas tropicales del norte de Sudamérica y los contrafuertes andinos, planteando al científico preguntas desde la historia del arte y la estética. Silvestri profundiza en los métodos de Humboldt para dar a conocer el conocimiento científico, donde incluía imágenes con las que buscaba que un libro sobre la naturaleza produjera la impresión de la naturaleza misma, atendiendo simultáneamente al efecto pintoresco y la exactitud geométrica (pp. 94-96). Estudia cómo fueron incorporados en la obra de Humboldt recursos gráficos en la cartografía, que vinculaban lo perceptual y los datos objetivos, imbricación presente en el famoso frontispicio del volcán Chimborazo de la Geografía de las plantas, y sobre todo en el establecimiento de un género de pintura de paisaje “científico”, con grandes exponentes en América, entre quienes se contaba a Frederic Church. El tercer capítulo adquiere una dimensión contemporánea al concentrar su atención en un dispositivo clave para comprender la relación entre paisaje y cultura material: el museo. Al analizar los programas del Museo Antropológico y Arqueológico de México y del Musée du quai Branly en París, la autora parece perder temporalmente de vista su objeto de estudio, que solo es retomado cuando recorre la historia del Museo de La Plata. Más allá de las conocidas debilidades de las hipótesis de Florencio Ameghino para probar la existencia de un “hombre terciario” en el Plata, es interesante el análisis que hace Silvestri para comprender una imaginación paisajística “antediluviana” en las tierras bajas sudamericanas, asociadas con el “viaje temporal” con el que se encontraría el visitante de este museo en la perspectiva de su fundador, Francisco P. Moreno (p. 106). La primera parte del libro culmina con el capítulo titulado “La línea serpentina”, que me parece el más importante de esta sección. Allí la autora plantea por primera vez su interés por comprender los paisajes indígenas desde perspectivas que hacen integrar la antropología sudamericana, el pensamiento guaraní y la tradición intelectual europea. Para hacerlo Silvestri se centra en la figura de la serpiente, animal presente en los mitos fundantes de muchas culturas sudamericanas, representada habitualmente en el mundo occidental como una línea serpentina, que coincide además con la forma de los ríos en perspectiva cenital. La autora se pregunta aquí cómo interpretar las marcas culturales del mundo guaraní, una cultura que como tantas otras culturas indígenas “no se manifestaba a través de la riqueza objetual y la mímesis naturalista” (p. 171). Esta ausencia abre en el libro discusiones acerca de la idea de representación en el mundo guaraní y lleva a la autora a introducir un análisis transdisciplinar que incluye aportes que van desde la iconografía de Warburg hasta la antropología contemporánea, con autores como Tim Ingold, introduciendo también la posibilidad de considerar otras formas de representación de la naturaleza en los mundos indígenas latinoamericanos, como la ritualidad performática, la mímesis gestual, la pintura facial o las técnicas artesanales.

La segunda parte del libro, titulada “Proyecto y destino”, se centra en el estudio de planes y materializaciones que buscaron modelar la desafiante naturaleza en estas tierras. El primer capítulo de esta sección aborda aspectos urbanos de la conquista y la colonización de América, que se amplían hacia temas menos conocidos, como la conceptualización territorial guaraní y las estrategias espaciales jesuíticas en Paraguay. En cuanto a lo primero, se destaca el análisis que hace Silvestri a partir del estudio de algunos autores de referencia, principalmente antropólogos que han profundizado en la noción de tehoka, el lugar donde habita el modo de ser guaraní, una estructura territorial que se caracteriza por tres elementos centrales: “la intimidad con el mundo natural; la ausencia de concentración demográfica –la ausencia de ‘ciudad’–; la apertura del lugar por la palabra” (p. 195), un sistema que fue alterado por la conquista en el período colonial y republicano. Silvestri duda sobre este concepto, que parece ser reciente y que proyectaría así los tópicos actuales sobre las características del “habitar originario” (pp. 195-196). El riesgo del anacronismo en el análisis histórico de los mundos indígenas es una duda persistente para la historiadora en este libro, en el que aborda la cultura guaraní principalmente a partir de un contundente aparato crítico antes que desde una experiencia etnográfica propia. La parte final de este capítulo vuelve sobre aspectos más conocidos acerca del modo de habitar guaraní, como es la estrategia urbano-arquitectónica de los jesuitas en Paraguay, en la que se expone la intervención europea y cristiana en estos territorios. El libro vuelve sobre los canales propios de la historia cultural en el segundo capítulo de esta sección, en el que a partir de fuentes filosóficas y ensayísticas se analiza el problema que sugiere la abundancia de espacio y la ausencia de concentración de población en América. Aquí la autora problematiza en torno a la idea de Hegel, tratada también por Ortega, según la cual las vastas extensiones americanas dificultarían la producción de una civilización. El recorrido que establece Silvestri la lleva a indagar en cuestiones como las técnicas de ocupación del territorio norteamericano o la producción político-paisajística en la Argentina, planteando analogías y distinciones entre la Pampa y la Patagonia. Silvestri lleva adelante sus ideas poniendo en discusión lo mejor de la ensayística territorial, género de tanta trascendencia en la literatura argentina del siglo xx, prolífico además en la conexión de ideas que vinculan la política con el paisaje. El tercer capítulo, titulado “El canal sudamericano”, es un breve ensayo dedicado a estudiar los sueños y proyectos para establecer una conexión fluvial a escala continental en Sudamérica. La idea de establecer canales que conectaran las grandes cuencas fluviales del continente es tan antigua como la misma formación de las naciones poscoloniales. La posibilidad de conectar a través de canales las cuencas del Orinoco y del Amazonas fue una idea de Humboldt que intentó ser concretada oficialmente por el Estado de Venezuela, bajo la dirección del ingeniero y cartógrafo Agustín Codazzi. Pero la expansión del mercado del caucho es lo que alimenta la imaginación técnica latinoamericana y los esfuerzos de algunos empresarios y técnicos de establecer conexiones fluviales, como lo hizo Carlos Fitzcarrald en Perú, inspirador de la gran película de Herzog. Los proyectos de arquitectura y de arquitectura del paisaje se hacen presentes en el último capítulo de esta parte. Se trata de la única sección del libro en que la disciplina de origen de la autora ocupa el lugar central. El viaje sudamericano de Le Corbusier a fines de la década de 1920, que se estructura justamente en torno a algunas de las principales ciudades de los territorios desubicados que se analizan en el libro (Buenos Aires, Asunción, Montevideo, Río de Janeiro), se conecta con otros capítulos a través de la reflexión que suscita en los proyectos del arquitecto moderno la línea serpentina, por ejemplo, en sus planes para algunas de las ciudades sudamericanas. Las líneas curvas terminarán convirtiéndose en una marca de la arquitectura moderna local, expresándose con gran contundencia en la obra de referentes de estas disciplinas a nivel global, como fueron Oscar Niemeyer o Roberto Burle Marx, algunas de cuyas obras son atendidas por Silvestri.

La tercera parte del libro, titulada “Deslindes”, continúa con una exploración sobre la línea y sus porosidades, atendiendo en primer lugar a la idea de la frontera, tal como fue planteada a fines del siglo xix por Frederick Jackson Turner, invirtiendo la hipótesis de Hegel y estableciendo la idea de que la abundancia de terrenos es clave para la formación de nuevas civilizaciones (pp. 299-300). Como contrapartida a la extensión de las tierras bajas, Silvestri recorre la complejidad y la densidad cultural del contexto andino para explorar la producción político cultural que vincula una teoría europea, el marxismo, con las derivas intelectuales sudamericanas que renovaron las miradas indigenistas críticas con el mestizaje, en Mariátegui y Arguedas, o con los proyectos revolucionarios que se gestaron en los periplos sudamericanos del Che Guevara. Un tercer punto se establece en la producción de una identidad mestiza, que reivindica la mezcla cultural, en los análisis brasileños de autores como Gilberto Freyre y Sérgio Buarque de Holanda. El segundo capítulo de esta sección supera el estudio de las representaciones plásticas y literarias en que se ha concentrado el estudio histórico cultural de los paisajes, dando pie a un hermoso estudio sobre los paisajes sonoros en el Río de la Plata. El chamamé, ritmo popular de las regiones paranaenses en la Argentina, extendido por el sur de Brasil y Paraguay y por el oriente de Bolivia, ocupa la primera sección de este capítulo, para luego continuar con las representaciones que se observan en el más urbano de los ritmos musicales de Buenos Aires y Montevideo, epítome de la vida de los barrios, de los conflictos, de la mezcla, de la migración y de la melancolía moderna: el tango. Tipos urbanos ya extintos como el malevo o el gaucho son atendidos por la autora a la luz de las interpretaciones de Jorge Luis Borges, otro protagonista de este capítulo dedicado a la música. Para finalizar, el capítulo titulado “Metafísica guaraní” aborda las interpretaciones de la cultura guaraní construidas desde la visión de autores como Pierre Clastres y Eduardo Viveiros de Castro. En esta parte final del libro Silvestri observa nuevas maneras de comprender las formas de vida guaraní, como la expansión territorial o la insumisión al trabajo, que desde perspectivas europeo-capitalistas podrían ser consideradas antisistémicas. La ocupación y la explotación del territorio, la amenaza que se cierne sobre la Amazonia y los dilemas socioecológicos que suponen la crisis ambiental actual, las identidades indígenas y su lugar en las naciones sudamericanas son algunas de las reflexiones con las que se cierra el libro.

Con Las tierras desubicadas, Graciela Silvestri nos propone una lectura de paisajes que trascienden las fronteras políticas y los tiempos acotados. La historiadora va urdiendo en su ensayo ideas espaciales provenientes de un corpus variado y denso que vincula la filosofía con la historia y las disciplinas del diseño, el arte, la literatura, la antropología y las reflexiones que no se enmarcan en ninguna disciplina específica, como es el conocimiento guaraní. Un problema de investigación en apariencia inasible como es la producción del territorio en el tiempo y las claves culturales con que lo interpretamos convertido en paisaje requiere estas miradas amplias y al mismo tiempo eruditas que ofrece Silvestri en este libro, que con toda seguridad se convertirá en un trabajo ineludible para comprender los paisajes fluviales de Sudamérica.