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Reseña

Marcela Ternavasio, Los juegos de la política. Las independencias hispanoamericanas frente a la contrarrevolución,

 

Gabriel Entin (1)

 

(1) CONICET / Universidad Nacional de Quilmes

 

Buenos Aires, Siglo XXI, 2021, 264 páginas

 

La impronta de las historiografías nacionalistas continúa vigente en los estudios sobre las revoluciones e independencias en Hispanoamérica. Estas historiografías se basan en un mito fundador: la existencia de la nación. A partir de allí, el pasado se lee bajo ese prisma: las independencias declaradas en el continente desde la década de 1810 remiten siempre a las naciones. A través de una renovada historia de la diplomacia y de la política de la guerra, Marcela Ternavasio desarticula este mito. Y lo hace de forma magistral, ensayando “una apuesta historiográfica y un experimento de escritura” (p. 12) en donde la historia es narrada en tiempo presente con el objetivo de reconstruir hipótesis a partir de acontecimientos que los actores esperaban que ocurrieran, pero no necesariamente se produjeron. Aquellos acontecimientos hubiesen podido modificar la historia sobre la cual las naciones construyeron sus orígenes. A lo largo de los seis capítulos de Los juegos de la política, Ternavasio multiplica los puntos de vista y alternativas sobre la independencia en Hispanoamérica, revelando su carácter circunstancial y coyuntural, reviviendo la incertidumbre en medio de la cual los actores políticos toman sus decisiones (lo que lleva a una obligada reevaluación tanto de los primeros como de las segundas).

Más que una historia contrafáctica, la autora propone una historia de posibles basada en un exhaustivo análisis de fuentes de un período poco explorado por la historiografía: el sexenio de 1814-1820 o primera Restauración, cuando, tras la caída de Napoleón, las monarquías europeas buscaron componer el orden perdido con la Revolución francesa, mientras que los revolucionarios hispanoamericanos intentaron adaptarse a ese clima conservador con la consigna de terminar la revolución. Se trata de una forma original y novedosa de una historia de posibles. Original, porque se limita –y esto la vuelve consistente– a analizar hipótesis fallidas que fueron postuladas por los propios actores y que incidieron en sus decisiones. Novedosa, porque hasta este libro nunca se había mostrado con tanta contundencia –al menos en la historiografía de la revolución en el Río de la Plata– la relevancia del contexto internacional, de las conexiones y de las hipótesis de conflicto en el Atlántico Sur para el análisis de la independencia.

Desde hace tres décadas, la renovación de la historia política reveló –desde los trabajos de François-Xavier Guerra, Antonio Annino y José Carlos Chiaramonte, tributarios de la perspectiva atlántica e ibérica de Tulio Halperin Donghi– el carácter teleológico de las historiografías nacionalistas y la necesidad de considerar a las naciones consecuencia y no causa de las revoluciones. Basándose en esta bibliografía y en los estudios más recientes sobre guerra y diplomacia en Hispanoamérica (en particular, los de Alejandro Rabinovich y Daniel Gutiérrez Ardila), Ternavasio da un paso más: no solo desnaturaliza el sentido común de los relatos nacionales que consideran la independencia y la opción republicana de gobierno como un destino manifiesto; muestra también la irracionalidad epistemológica de este tipo de postulados que eclipsan a los sujetos históricos bajo la sombra de un objeto ahistórico.

El título del libro es preciso. La metáfora del juego expresa el clima de la Primera Restauración entre Europa y América del Sur, que inaugura un doble proceso de “diplomatización de la política y de politización de la diplomacia” (p. 18). Ternavasio despliega un tablero transatlántico con final abierto en que los jugadores no se mueven con una dirección preestablecida, sino ante la coyuntura cambiante de la revolución y de la guerra. La historiadora se concentra en un escenario: el “corredor luso-hispano-criollo del Atlántico Sur” que tiene múltiples centros: si Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro funcionan como sus ejes, Londres, Madrid, Lisboa, París y Viena –donde se dirime la política restauradora de las monarquías bajo la memoria de los imperios– condicionan también las acciones en el Río de la Plata, Brasil y la Banda Oriental. Los actores se dividen en dos equipos: el revolucionario y el contrarrevolucionario. Pero ni uno ni otro refieren a identidades estancas ni estas sirven para anticipar movimientos: “Las estrategias de los equipos se modulan a partir de cálculos y condicionamientos, según los incentivos y las expectativas de alcanzar los objetivos trazados”, afirma (p. 11).

Cálculos, incentivos, condicionamientos, expectativas… Ternavasio ofrece una imagen compleja de la revolución en la que los ideales y las doctrinas no llegan a explicar decisiones de agentes que miden sus costos, especulan, negocian y adoptan distintas políticas, aun aquellas que contradicen posturas previas. El libro puede verse como un estudio de caso histórico de la teoría sobre la razón en política de Jon Elster (Le Désintéressement, 2009). Para el filósofo, si la racionalidad se define por la eficacia instrumental, esta no basta para comprender las decisiones de los agentes, y menos aquellas complejas que dependen también de creencias y comportamientos. Toda decisión remite a una indeterminación primaria sobre la cual los sujetos interactúan estratégicamente entre ellos y proyectan opiniones sobre posibles cursos de acción de los que nunca pueden estar seguros. En Los juegos de la política vemos desdibujarse los bandos en pugna ante cada incertidumbre y desafío.

Ternavasio explora las movidas de varios jugadores: la corte británica, la española, la portuguesa, la rusa, y sus embajadores en Europa y en América; los revolucionarios en Buenos Aires, y sus enviados oficiales y secretos a Río de Janeiro y a Europa; los revolucionarios de la Banda Oriental liderados por Artigas y su proyecto confederal, enfrentado a la política centralista del Directorio en el Río de la Plata que lo considera un anarquista y teme su expansión a las jurisdicciones del Litoral; los militares realistas que combaten la revolución en Sudamérica. Todos se observan, dialogan y negocian, envueltos por rumores y noticias que circulan a ambos lados del Atlántico con al menos dos meses de retraso.

Los revolucionarios se adaptan a los cambios: pueden defender en un momento una forma de gobierno republicana y en otro, una monárquica. Así, Ternavasio revela un sentido práctico del patriotismo: la supervivencia frente a los acontecimientos, más que el amor a una patria indefinida. Tras la Asamblea Constituyente de 1813 –un experimento republicano radical en el Río de la Plata–, los enviados del Directorio a Europa, Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano, reciben instrucciones secretas para lograr la independencia “o al menos la libertad civil de estas Provincias”. Pero ante un posible fracaso, deben buscar un “príncipe de la Casa Real de España” o de otras cortes europeas para establecer una monarquía constitucional (p. 53). El bloque artiguista, en lucha contra las tropas de Buenos Aires, negocia con el Imperio portugués. Perseguido, Fernando Otorgués, primo y lugarteniente de Artigas, demanda protección en la frontera sur de Brasil y jura fidelidad y sumisión a Fernando VII contra quienes considera sus enemigos, los revolucionarios de Buenos Aires. Luego es habilitado a ingresar con sus soldados a Rio Grande do Sul (p. 55). La autora refuta argumentos simplistas que caracterizan de “simulación” o “impostura” a las conductas consideradas reprochables de los “héroes” revolucionarios. “Tanto para los agentes que representan el regreso del absolutismo más reaccionario como para quienes encarnan las tendencias más radicales de la revolución, las alianzas posibles no reparan en máximas irrenunciables sino en cálculos tácticos”, sostiene (p. 81).

Dos hipótesis marcan el contexto del juego en el Atlántico sur entre 1814 y 1820: el supuesto acuerdo secreto entre la monarquía portuguesa y española para unir sus ejércitos y terminar con la revolución, y el envío al Río de la Plata (finalmente se destinará a Venezuela) de la Expedición Pacificadora al mando de Pablo Morillo para reconquistar el único territorio americano que, junto con Paraguay, no sería ocupado por los realistas tras la restauración.

João Paulo Pimenta, en Estado y nación hacia el final de los imperios ibéricos (2011) mostró la necesidad de incorporar el Río de la Plata para estudiar la monarquía en Brasil, que significó desde 1808 –con la llegada de los Braganza al huir de la invasión francesa– la metropolización de la colonia. En diálogo con Pimenta, Ternavasio explica que la independencia en el Río de la Plata no puede comprenderse sin Brasil. Allí llega junto a su marido el príncipe Don Juan de Portugal, la princesa Carlota Joaquina de Borbón –a quien la autora estudió en su anterior libro, Candidata a la Corona, de 2015–. Carlota mantiene una comunicación fluida con su hermano el rey Fernando VII, lo informa sobre las movidas
de la corte portuguesa, de los revolucionarios y de los contrarrevolucionarios hispanoamericanos, y lo insta a enviar soldados para recuperar América del Sur.

Sin embargo, quien marca los tiempos del juego político es la corte portuguesa en Río de Janeiro, “una suerte de Viena tropical, donde plenipotenciarios del Viejo Mundo […] protagonizan la escena diplomática” (p. 46). Las movidas de los Braganza mantienen en vilo a realistas, artiguistas y revolucionarios porteños, quienes se disputan intereses en la “porosa frontera luso-hispano-criolla” (p. 47). A fines de 1815 Brasil es elevado a la condición de reino. Los Braganza se convierten en los representantes del conservadurismo monárquico en América. En aquel año, se firma el acta del Congreso de Viena, sin un acuerdo sobre las disputas fronterizas entre España y Portugal en el Río de la Plata. A través de conexiones exquisitas entre diversas fuentes, Ternavasio reconstruye movidas del tablero euroamericano que refuerzan algunas de las hipótesis en juego y, al mismo tiempo, desconciertan a los jugadores.

Los casamientos dinásticos en 1816 entre Fernando VII y su hermano el infante Carlos, del lado de los Borbones, con dos hijas de Carlota, por el lado de los Braganza refuerzan la hipótesis de la unión contrarrevolucionaria entre las monarquías ibéricas en América del Sur. Pero en el mismo año, la ocupación del ejército imperial portugués de la Provincia Oriental, con el pretexto de resguardar los dominios de la Corona española ante la dilación del envío de una expedición militar, sorprende a todos. La autora estudia la “cuestión oriental” dando cuenta de las intrigas diplomáticas y las especulaciones sobre las razones que llevaron a los lusitanos a actuar contra el equilibrio inestable alcanzado en el Congreso de Viena. Gran Bretaña, la monarquía que continuamente se erige como mediadora y negociadora de los conflictos en Sudamérica, se encuentra desorientada. Se imagina que los portugueses privilegian sus posesiones americanas, asumiendo la pérdida de su reino en Europa (pp. 138-139).

En España las reacciones ante la invasión incluyen alternativas radicales: anular los matrimonios dinásticos e invadir Portugal como forma simbólica de conquistar la Banda Oriental. Nada de esto sucede. En la Conferencia de París, las potencias condenan la agresión de Portugal. La monarquía lusitana americanizada, señala Ternavasio, “movió las fichas del tablero de juego” con un “mutismo infranqueable” (p. 139). Su objetivo: “emanciparse de sus mayores” y “colocar el Atlántico como la mejor barrera de defensa” (p. 145). El conflicto rioplatense se volvió uno europeo, explica. La invasión del imperio portugués a la Banda Oriental permite también entender la declaración de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816 dentro de un nuevo escenario político basado menos en el lenguaje del derecho natural que en el de la Realpolitik.

El libro concluye en 1820 con las revoluciones liberales en España (con el resultado de la restitución de la Constitución de Cádiz por Fernando VII) y en Portugal (que fuerza a Don Juan a regresar a Lisboa), la disolución de la unidad en el Río de la Plata y el ostracismo de Artigas en Paraguay. Es el fin de la hipótesis de la unidad de las coronas ibéricas, que había permanecido latente durante los seis años anteriores. Para Ternavasio, todos los jugadores perdieron. Lo que resulta en una constatación sugerida en el libro: la construcción de naciones puede referirse a proyectos y decisiones de actores y espacios conectados que comparten un interés por relacionarse y difieren en cómo hacerlo ante un futuro indefectiblemente incierto.