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Reseña

Carlo Ginzburg, Aún aprendo. Cuatro experimentos de filología retrospectiva

 

José Emilio Burucúa (1)

 

(1) Universidad Nacional de San Martín

 

Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2021, 152 páginas

 

 

I

 

 

Detengámonos en una de las palabras del subtítulo de este libro denso y asombroso: “retrospectiva”, pues al ver su tapa y sonreír por la ocurrencia de usar el nombre de una imagen de Goya, tomada del Álbum de Burdeos donde ese artista reunió los dibujos de los últimos tres años de su vida, quizá pensemos que Carlo Ginzburg decidió hacer los ejercicios clásicos de tantos historiadores enormes desde hace unos doscientos años. Buscar los orígenes de la práctica sería caer en una obsesión o en una suerte de idolatría que Marc Bloch condenó con justicia, aunque no dejó de recomendar, irónicamente, la lectura “al revés” sugerida por Frederic William Maitland para precisar los cambios en el tiempo que diseñaron las diferencias entre el pasado y el presente. Bloch lo llamó método “prudentemente regresivo”.[1] Y bien, hagamos el experimento de modo breve. De inmediato se interpone On History, una colectánea publicada por Eric Hobsbawm en 1997,[2] donde se describen analíticamente todos los lugares comunes de la historiografía de la segunda mitad del siglo xx, desde la determinación económica y la descripción social en términos de clase hasta la dialéctica civilización-barbarie. No procede de esa línea el family tree que buscamos.

El rumbo se traza mejor al internarnos en los seminarios de historiografía que Arnaldo Momigliano dictó en la Scuola Normale Superiore de Pisa entre 1972 y 1987. Por ejemplo, en el programa de 1985, llamado “Entre historiografía romántica e historia antigua”, se formula una pregunta que sin duda Ginzburg reconocerá como uno de los estímulos mayores de una historiografía cultural como la suya: “¿Cuál es la utilidad de la tradición de la filología y la historia romántica en la actual situación de los estudios de filología clásica e historia antigua, donde los últimos o penúltimos espectáculos del estructuralismo, de la deconstrucción, de la historia de las mentalidades, etcétera, comienzan a parecer algo aburridos?”.[3] Esteban Noce nos ha recordado un texto de 1972, que no fue parte de los seminarios pisanos pero converge con sus temas y su espíritu.[4] Hay allí otra regla de oro, que bien puede integrar la constelación que buscamos para colocar en ella el Aún aprendo. Momigliano reconoce y exalta las libertades del historiador: elegir su tema, sus hipótesis, sus preferencias de método, pero a la hora de interpretar un documento el albedrío cesa: “Todo documento es lo que es y debe ser tratado conforme a sus características. Una simple casa no se convierte en santuario porque el historiador sea religioso. Y Heródoto no se transforma en un documento de lucha de clases porque lo estudia un historiador marxista. Es necesario respetar lo que los documentos dicen y sugieren”. Claro que el historiador no es solo un hermeneuta de las fuentes sino que descubre seres y cosas. ¿Cuáles? “La realidad de las que las fuentes son signos indicativos o fragmentos. […] El historiador interpreta documentos como signos de los hombres que han desaparecido”.[5]

Distinguimos enseguida nuevas ramas del family tree, y el propio Ginzburg nos facilita la tarea apenas pensamos, antes de adentrarnos en el Aún aprendo, en sus Cinco reflexiones sobre Marc Bloch.[6] En la Apologie pour l’histoire resulta sencillo encontrar las afinidades profundas entre la ontología y la praxis históricas de Ginzburg y Bloch. En un pasaje de la Apologie, el francés rechaza la definición de nuestra ciencia como un saber de experiencia indirecta de los fenómenos que estudia, y recoge la caracterización hecha por François Simiand de un conocimiento fundado y construido sobre huellas. En ese pasaje, despunta otra cuestión que ocupa largamente a Ginzburg: la aproximación necesaria y real, no solo futurible, sino siempre prometedora, de la historia qua ciencia y las ciencias naturales, involucradas con los fenómenos y más estrictas en términos racionales que nuestra vieja disciplina. Cito a Bloch: “Trátese de los huesos enmurallados de Siria, de una palabra cuya forma o empleo revela una costumbre, de un relato escrito por el testigo de una escena antigua o reciente, ¿qué entendemos por documentos sino una ‘huella’, es decir, la marca que ha dejado un fenómeno, y que nuestros sentidos pueden percibir?”.[7] La incursión hacia la surgente debe terminar aquí.

 

 

II

 

 

De la consideración de los cuatro ensayos publicados en este libro se desprende inmediatamente que Carlo Ginzburg ha replanteado, en consonancia con las pretensiones universales de la cientificidad de la historiografía, el tema de las convergencias posibles o las divergencias difícilmente reconciliables entre los saberes de la naturaleza y el estudio del pasado humano. Desde la aparición de Spie en 1979,[8] nuestro autor explora el pasado en procura de dar coherencia y sentido a la recolección de huellas, para describir, primero, lo acontecido en términos individualizantes y, más tarde, como en su Storia notturna, hacerlo mediante una suerte de acumulación baconiana que despliega la explicación de un fenómeno múltiple, de larga duración, abarcador de pueblos y culturas en larguísimas distancias.[9] Es decir, el paradigma se aparta de todo paralelismo con el galileano generalizante y nos ofrece un modus operandi que descubre la excepcionalidad de lo individual, al que convierte en el nudo de una constelación de hechos bien situados en tiempo y espacio.

En el primer contacto con Spie, observamos que el método histórico podía acercarse al de las ciencias naturales por su parentesco con la semiología médica. Pero nunca nos habíamos topado con un intento tan explícito de entender y aplicar, adaptándolo a los materiales del pasado, un procedimiento de la ciencia médica, como en el primer ensayo de Aún aprendo. Ginzburg estudia allí las experiencias de doble ciego, destinadas a probar o no la eficacia de un medicamento mediante la administración del principio activo y de un placebo a una comunidad de pacientes voluntarios. El autor destaca el parentesco de esas experiencias con una exploración histórica de los procesos psíquicos ligados a la sugestión, aceptación o uso cínico del estatuto de realidad de ciertos hechos atribuidos a personajes como los benandanti, los participantes en los cortejos de Holda y los chamanes.[10] El historiador tiene que averiguar si tales fenómenos se emparentan con el efecto placebo (nocebo, a la postre, en el caso de brujos y benandanti) o se corresponden más bien con los efectos reales de una cura fundada en el conocimiento de los mecanismos de la naturaleza.

Ahora bien, mediante la comparación con el método de doble ciego, entendemos qué ocurre en el caso de un complejo intelectual como el satánico, empleado a modo de explicación real y válida por quienes parecen saber que se trata de un placebo. El fenómeno reconoce dos derivas. La primera cuando el placebo se independiza de la voluntad de quienes lo aplican y se convierte en una maquinaria autónoma cuya puesta en funcionamiento es incontrolable (por ejemplo, los tres casos de desborde del topos de la posesión en la Francia de la primera mitad del siglo xvii, en que tres monjas, las ursulinas Madeleine de Demandolx y Jeanne des Anges y la hospitalaria Madeleine Bavent acusaron a sus confesores, Louis Gaufridy, Urbain Grandier y Mathurin Picard, de poseerlas. Los dos primeros murieron en la hoguera y el tercero fue quemado en efigie, ya muerto al resolverse el juicio).[11]

La segunda deriva se produce cuando los efectos placebo se transforman en un fenómeno indudablemente real para los inquisidores, por ejemplo, el affaire Grandier de 1632-1634 en Loudun. El señor Jean-Martin de Laubardemont era consejero de Estado, protegido por el cardenal Richelieu. El ministro le había encargado la demolición de las murallas de Loudun, medida resistida por el concejo de la ciudad, en el que influía la opinión del padre Grandier. En 1632, estalló el escándalo de la acusación de la Madre Jeanne des Anges contra Grandier. Laubardemont recibió órdenes de hacerse cargo del asunto. El proceso fue escandaloso; toda la Francia de juristas, magistrados, médicos, teólogos estuvo pendiente del tema, más que nada cuando Grandier envió una carta al rey en la que ironizaba sobre su presunta posesión. De todos modos, Laubardemont logró que se condenase al padre Urbain a la hoguera. Quedan pocas dudas de que el nocebo del padre Grandier era un placebo para el funcionario del rey. Y, sin embargo, años después del juicio, Jeanne des Anges había adquirido una fama sólida de santidad y recibido los estigmas. Laubardemont, desesperado por la enfermedad de su hija más querida, acudió al convento de Loudun para que su priora bendijese a la niña y permitiese un contacto sanador con sus estigmas. ¿Dudaremos de la sinceridad del actor? En absoluto; la idea de Ginzburg acerca del doble ciego “al cuadrado” permite comprender el laberíntico complejo intelectual-emocional que se puso en juego en toda esta historia.

 

 

III

 

 

El segundo ensayo del libro narra los pasos que condujeron a Ginzburg del descubrimiento del individuum religioso de los benandanti a la universalidad del acto chamánico que procura establecer contacto con los muertos, desde la Hibernia sobre la que habló Procopio en el siglo vi hasta la China de los Zhou en el siglo iv a. C. Así nos enteramos de cómo fueron fundamentales para alcanzar tal escala los trabajos de Serguei Shirokogoroff acerca del chamanismo siberiano[12] y, más aún, el libro de Ernesto De Martino, Il mondo magico, publicado en 1948.[13] Un texto este al que podríamos referirnos como un experimento antropológico de doble ciego invertido, pues el cosmos mágico deja de ser en él efecto placebo para convertirse en medicina real contra el colapso de la presencia humana.

En el tercer ensayo de Aún aprendo reaparece la cuestión de los vínculos entre historia y ciencia natural que, desde los tiempos de Hooke, Woodward y Burnet a los de Buffon y, más tarde, Cuvier, fueron planteados desde la perspectiva de los naturalistas contempladores de las prácticas historiográficas. En buena medida, el sentido de aquella búsqueda se invirtió con Goethe, Adolphe Pictet y el primer Saussure: la poesía y la filología buscaron sus modelos en el saber de las ciencias biológicas, de la paleontología en particular. El eslabón entre ambos grupos es la obra de François-Xavier de Burtin (1743-1818), médico, paleontólogo y connoisseur capaz de llegar al umbral del método morelliano. Este hallazgo de Ginzburg corona el proyecto de Momigliano sobre el papel fundamental de los anticuarios de los siglos xvii y xviii en la inflexión de la historiografía clásica, que llevaría a los prolegómenos de una histoire totale desde Michelet hasta el programa del Marc Bloch de Los reyes taumaturgos y La sociedad feudal. Por otro lado, capturado por los enigmas del mundo natural, Michelet intercaló en la redacción de su enciclopédica Historia de Francia libros exquisitamente escritos según el método de los naturalistas: L’Oiseau de 1856, L’Insecte de 1857, La Mer de 1861 y La Montagne de 1868. En homenaje a la tesis desplegada por Ginzburg en el tercer capítulo del Aún aprendo, recordemos que, en el punto medio de toda esta empresa del Michelet naturalista, se engarzó La Bruja, de 1862, un elemento básico de la constelación que Carlo ha enriquecido en una medida que conocemos muy bien.

 

 

IV

 

 

La serendipity es el tema principal del último ensayo. Ginzburg parte de un aserto de Carlo Dionisotti, el historiador de la literatura: “Por mera casualidad, o sea por la norma que preside la investigación de lo desconocido”, y luego desarma, pieza a pieza, el proceso de casualidades y deducciones que lo llevó a descubrir la reiteración de la palabra nondimanco en la obra de Maquiavelo (podríamos traducirla por “y sin embargo”, “pero no obstante”), a investigar sus orígenes en la casuística teológica y jurídica del Medioevo tardío, las oscilaciones y los pliegues de su significado, sus resonancias, sus citas, usos explícitos, traducciones, refracciones en Galileo o los historiadores anticuarios, sus nuevos usos, hasta ir a descubrir su metamorfosis en el instrumento de la ironía con que Pascal construyó sus Cartas escritas a un Provincial.[14] Y, en ese punto, se produce uno de aquellos redescubrimientos de Carlo que no cesan de asombrarnos: el personaje de Johann Ludwig Fabricius y el Euclides Catholicus, escrito y publicado por el personaje en 1667, una de las sátiras más exquisitas del catolicismo, presentada como una apología llevada a cabo mediante mathematica metodo. La ironía se agiganta apenas notamos que, diez años más tarde, fue editada póstumamente la Ética de Spinoza, more geometrico demonstrata. Si se piensa, por un lado, que los vínculos cordiales entre Fabricius y Spinoza existieron y, por el otro, que el filósofo compuso su Ética entre 1661 y 1675,[15] queda abierta la posibilidad de una oscilación de influencias que colocaría las derivaciones del nondimanco en el corazón de la dialéctica religiosa nunca resuelta del teísmo y el ateísmo.

Rafael Gaune Corradi ha realizado, para el Fondo de Cultura Económica, una traducción clara de nuestro libro, precisa y fascinada ante el texto. Aún aprendo podría haberse llamado el Banquete, semejante al que contó y dejó inconcluso nuestro maestro Michelet.[16]



[1] Marc Bloch, Les caractères originaux de l’histoire rurale française, París, Les Belles Lettres, 1931, pp. xii-xiv.

[2] Eric Hobsbawm, On History, Nueva York, New Press, 1988.

[3] Arnaldo Momigliano, “Sull’inesistenza di un filone romantico nella filologia classica italiana del sec. xix”, Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa, serie iii, vol. xvi, n° 1, 1986, p. 70.

[4] Esteban Noce, “Arnaldo Momigliano y la historiografía. Reflexiones pisanas en torno a las tradiciones de los siglos xix y xx”, Actas y Comunicaciones, Instituto de Historia Antigua y Medieval, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, vol. 4, 2008, pp. 1-5.

[5] Arnaldo Momigliano, “Le regole del giuoco nello studio della storia antica”, en A. Momigliano, Storia e storiografia antica, Bolonia, Il Mulino, 1987, pp. 21-22.

[6] Carlo Ginzburg, Cinco reflexiones sobre Marc Bloch, Bogotá, Desde Abajo, 2016, especialmente pp. 71-93.

[7] Marc Bloch, Introducción a la Historia, México, Fondo de Cultura Económica, p. 47. Recuérdese que, con ese título, fue publicada por el fce la primera versión castellana de Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien, 1952.

[8] Carlo Ginzburg, “Spie. Radici di un paradigma indiziario”, en A. Gargani, Crisi della ragione, Turín, Einaudi, 1979, pp. 59-106.

[9] Carlo Ginzburg, Storia notturna. Una decifrazione del sabba, Milán, Adelphi, 2017 [1986].

[10] Carlo Ginzburg, I Benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento, Turín, Einaudi, 1966.

[11] Robert Mandrou, Magistrati e streghe nella Francia del Seicento. Un’analisi di psicologia storica, Bari, Laterza, 1971, pp. 223-279 y 299-324.

[12] Serguei Shirokogoroff, The Psychomental Complex of the Tungus, Londres, Kegan Paul, Trench, Trubner and Co., 1935.

[13] Ernesto de Martino, Il mondo magico. Prolegomeni a una storia del magismo, Turín, Bollati Boringhieri, 2007 [1948].

[14] Carlo Ginzburg, Nondimanco. Machiavelli, Pascal, Milán, Adelphi, 2018.

[15] Genevieve Lloyd, Routledge Philosophy Guidebook to Spinoza and The Ethics, Londres, Routledge, 2002, p. 24.

[16] Jules Michelet, Le Banquet. Papiers Intimes, París, Calmann-Lévy, 1879.