10.48160/18520499prismas26.1311

Dossier

Materialidad e identidad textual en la obra de Roger Chartier

Textual Identity and Materiality in the Work of Roger Chartier

 

Perla Chinchilla Pawling (1)

 

(1) Universidad Iberoamericana

 

Resumen

Se propone en este artículo recuperar las condiciones históricas de la categoría de materialidad de los textos tal como fue propuesta por Roger Chartier desde la década de 1980, recuperación que se convirtió en toda una innovación para la historia del libro. Tras incorporar, no sin dificultades, esta categoría en el núcleo de la historiografía, Chartier buscaba demostrar que las obras no son sustancias inmutables, sino que la incidencia de su presencia impresa es fundamental para repensar su identidad como bienes culturales. No obstante, la materialidad siempre funcionó en su obra como una disposición práctica para el tratamiento histórico de los impresos o como una categoría autoevidente que no requiere de mayor explicitación. De hecho, habitualmente, la escritura solo aparece en su obra como una entidad inscrita sobre un soporte ¿Es posible reformular la idea de materialidad que forjó Chartier y radicalizarla aún más? El artículo culmina con una propuesta de trabajo que permitiría redefinir el tipo de identidad que se les asigna a los textos mediante la incorporación de la materialidad como un todo inherente a las obras mismas.

Palabras clave: Roger Chartier, Materialidad textual, Historia del libro, Cultura impresa, Identidad textual

 

Abstract

This article proposes to recover the historical conditions of the category of materiality of texts as proposed by Roger Chartier since the 1980s, a recovery that became an innovation for the history of the book. After incorporating, not without difficulty, this category into the core of historiography, Chartier sought to demonstrate that works are not immutable substances, but that the incidence of their printed presence is fundamental to rethink their identity as cultural goods. Nevertheless, materiality always functioned in his work as a practical provision for the historical treatment of print or as a self-evident category that does not require further explication. In fact, writing usually only appears in his work as an entity inscribed on a support. Is it possible to reformulate Chartier’s idea of materiality and radicalize it even further? The article concludes with a working proposal that would make it possible to redefine the type of identity assigned to texts by incorporating materiality as a whole inherent to the works themselves.

Key Words: Roger Chartier, Textual Materiality, History of Books, Print Culture, Textual Identity

 

Dentro del verdadero caleidoscopio que constituye la obra de Roger Chartier, abordaremos aquí un aspecto central de su proyecto historiográfico en lo que concierne a una nueva historia de la edición: combatir las nociones ahistóricas de “libro” y “lector” y, a partir de allí, situarlas en el ámbito de una historia cultural de la sociedad que contemple la materialidad del texto.[1] Ante todo, resulta indispensable acudir a una indicación del propio Roger Chartier cuando sugiere de qué modo debe leerse un texto del pasado: “se trata de definir las categorías e instrumentos que nos permiten ubicar cada creación literaria en el contexto y las formas históricas de su transmisión y recepción”.[2] Así, tras recuperar las condiciones históricas de la materialidad de su producción, lo que Chartier comenzó a proponer ya desde la década de 1980 era una verdadera innovación en el campo de la investigación denominado “historia del libro”. En aquel momento no fue nada sencillo introducir la categoría de materialidad, categoría con la cual buscaba demostrar que las obras no son sustancias inmutables, sino que dependen de su corporalidad, o sea, de su presencia impresa. A este respecto, resulta sintomática la genealogía que construye Anthony Grafton al acuñar el concepto “giro material” para el ámbito de la historia de las ideas y a partir del cual inscribe al propio Chartier, pero también a Carlo Ginzburg y Robert Darnton, como sus principales pioneros.[3] En todo caso, y a partir de una historia intelectual alejada del modelo anglosajón, Chartier se arrojó a un análisis que involucraba tanto la reproducción como la recepción de la producción escrita. Pero, como hemos señalado, durante las décadas de 1970 y 1980 y en el marco de una historia cultural emergente, tuvo que enfrentar posturas encontradas con su idea de materialidad.[4] A este respecto, cabe señalar que el propio Chartier se situó tanto fuera como dentro de las comunidades de teóricos que trabajaban esta problemática. En principio, ante el New Criticism y la Analytical Bibliography, corrientes que asumían los textos como inmateriales y cuya interpretación correcta solo podía ser unívoca. En este sentido, Chartier responderá con una ponderación inspirada en los trabajos de Michel de Certeau sobre la libertad creativa con la que el lector recrea un texto.[5] En realidad, Chartier acordaba con el tipo de sociología del libro que sostenía Donald Mckenzie así como con la propuesta de Margreta de Grazia y Peter Stallybrass.[6] De Mckenzie recuperaba “la manera en que las formas físicas a través de las cuales son transmitidos los textos a sus lectores (o a sus oyentes) afectan el proceso de construcción del sentido”;[7] en lo referido a De Grazia y Stallybrass, rescataba que “la producción, no solo de libros, sino también de los textos mismos, es un proceso que engloba diferentes etapas, técnicas y diferentes intervenciones más allá del mismo acto de escribir”.[8] De este modo, no solo desbordaba el ámbito estrictamente historiográfico para abrevar en la teoría literaria y la sociología, sino que también traspasó los límites del espacio francés, dialogando con el mundo anglosajón y, sobre todo, norteamericano; una postura bastante heterodoxa en aquella época para el mundo de Annales. A través de una serie de observaciones sobre la intervención del proceso editorial en la producción libresca, se colocó en un lugar inédito por cuanto trató de conectar la producción textual y la recepción lectora. Estas dos áreas de investigación se mantenían –y, por cierto, aún lo hacen– en cotos diferentes, y si bien eran lugares comunes de la teoría literaria y de la sociología cultural, no lo eran de la historia. En todo caso, es dable subrayar que su propuesta sobre las materialidades así como sus principales referentes teóricos no han variado fundamentalmente a través de los años, algo que se vuelve más relevante cuando se atiende a la diversidad de los múltiples corpus documentales que ha consultado y a los distintos escenarios históricos y geográficos que ha indagado en la larga duración.[9]

Pero ha sido la revolución digital la que lo ha llevado en los últimos tiempos a reflexionar nuevamente sobre el problema de la materialidad. En este sentido, en el año 2019 ha afirmado que “En el mundo digital se habla de ‘página’, de ‘libro’, de ‘imprenta’. Pero describen realidades totalmente originales: una página cuyo contenido es efímero, un libro que ya no vincula más materialidad y discurso, una imprenta sin prensas, ¿es un concepto aceptable la idea de ‘libro electrónico’? Yo tengo dudas”.[10] Sin embargo, un año después, sostuvo que

no hay nada más material que el mundo digital con sus múltiples computadoras cuyas pantallas sirven tanto para leer como para escribir. La incesante competencia entre los líderes del mercado al ofrecer nuevos productos, al crear necesidades para que les compren e infundir miedo a la obsolescencia de la información digital demuestran que en su materialidad no hay ninguna desmaterialización.[11]

Con todo, a mediados de los años 1990, había sugerido lo siguiente:

la representación electrónica de los textos modifica totalmente su condición: sustituye la materialidad del libro con la inmaterialidad de textos sin lugar propio, opone a las relaciones de contigüidad establecidas en el objeto impreso la libre composición de fragmentos manipulables indefinidamente.[12]

Pues entonces, cabe preguntarse en qué se convertiría el texto si quedase definitivamente separado de su soporte material tal como él mismo lo señala. ¿En qué parte se situarían las concepciones de forms effect meaning y de forms affect meaning?[13] ¿No habrá llegado el momento de replantear el modo de concebir la materialidad de la escritura con relación a su aparente soporte y asumirla como un todo material “consubstanciado” con este? A partir de tales interrogantes, surge una dicotomía que Chartier no parece resolver: o bien existen textos etéreos que se entienden por sí mismos independientemente de su materialidad, o bien ya no hay ninguna posibilidad de concebir o darle identidad a un texto en el formato digital. Más allá de la pertinencia de estas opciones, se trata de una dificultad que nos remite al problema de una “escritura inmaterial” al que Chartier, precisamente, se enfrentó en sus comienzos.

 

 

Radicalizar la materialidad

 

 

Cabe recordar que Roger Chartier no suele analizar el concepto de materialidad en sí mismo, sino que, a partir de diversos trazados, se sitúa frente a un objeto histórico y ejerce su oficio de historiador, por ejemplo, cuando asume que la materialidad es el punto en que se reúnen el “mundo del texto” y el “mundo del lector”, categorías que, como él mismo apunta, toma de Paul Ricœur. En este sentido, señala que “en efecto, [los lectores] nunca se enfrentan con textos abstractos, ideales, alejados de toda materialidad, sino que manipulan objetos cuya organización gobierna su lectura, separando su captación y su comprensión del texto leído”.[14] Es aquí donde Chartier introduce la materialidad como clave para comprender la historización del libro y su recepción afirmando que “las formas producen sentido y que un texto estable en su escritura está investido de una significación y de un estatuto inéditos cuando cambian los dispositivos del objeto tipográfico que propone su lectura”.[15] Así pues, si bien se muestra solidario con un doble frente, es decir, con la producción del objeto y su uso, al problematizar la materialidad es la idea de “libro” la que realmente privilegia y la que se convierte en una dura batalla que librar.[16] Su insistencia en que el texto que escribe un autor no es un libro, sino el tramo de un complejo proceso editorial, es el verdadero núcleo de la incidencia que observa en cuanto a la materialidad; de allí que señale que “las verificaciones múltiples y móviles de un texto dependen de las formas a través de las cuales es recibido por los lectores (o sus auditores)”.[17] Así, tomando como escenario el Antiguo Régimen, es la naturaleza del objeto histórico la que administra el concepto de materialidad, ya se trate de casos particulares como La Celestina o de problemáticas más generales como los libros de buhonería.[18] Y para ello, puede apelar a comparaciones sincrónicas como los Ars moriendi en el siglo xv o a correspondencias diacrónicas de larga duración como los cambios que se operan en las obras de Cervantes o Shakespeare.[19] También discurre por límites menos estables: entre la oralidad y la escritura (como el caso del teatro),[20] o en las permanencias –supuestas o no– de las obras canónicas que, en el marco del mundo digital, se someten a una nueva revolución de la cultura escrita.[21] No obstante, no cabe duda de que la prueba más célebre de su apuesta ha sido la que concierne a los “libros azules” con los cuales ha demostrado que, evidentemente, había un interés en el ámbito editorial por transformar la materialidad de las publicaciones originales en aras de dirigirlas a un nuevo público.[22] Por último, han sido las “revoluciones de la escritura”, desde el códex hasta la computadora, donde se explicitan todas o casi todas las materialidades de lo que él denomina “libro”.[23]

Ante este panorama, ¿es posible reconstruir conceptualmente su idea de “materialidad”? En primer término, diríamos que la materialidad es para Roger Chartier un concepto autoevidente cuya función es únicamente operativa y cuyo objetivo es demostrar una falacia cognitiva que debe dirimirse entre una concepción “platónica” de libro frente a otra de corte “pragmático”. Así, la materialidad, como la “cosa” que se percibe y se manipula, no requiere de mayor explicitación puesto que, simplemente, está allí y solo cabe reconocerla. Pese a ello, Chartier ha recalcado en múltiples ocasiones que, en lo referido a la historia del libro en Occidente, ha sido muy difícil observarlo como objeto concreto debido al carácter inmaterial con el que siempre se ha pensado una obra literaria, vale decir, como portadora de una identidad ajena a su soporte material. A este respecto, Chartier sí logra demostrar que la recepción de un texto siempre está mediada por algún tipo de materialidad que afecta su sentido de identidad. No obstante, entiendo que aquí continúa asumiendo la escritura como una entidad que se inscribe sobre un soporte y no como un todo material inherente a dicho soporte. De este modo, evita la unidad que busca, pues siempre hay una “escritura” que se adhiere a diversos soportes y que, de algún modo, sigue siendo autónoma. Asumo que, si bien Chartier abre el camino para llegar a esta unidad, es necesario postular una materialidad radical de la propia escritura.[24] A pesar de que el proceso de producción escrituraria es un hecho mediante el cual el texto se inscribe sobre un papiro, sobre un papel en blanco o sobre una pantalla, una vez concluido tal proceso, la unidad del artefacto producido es indiscernible. Esta idea de “artefacto” podría preservar, al menos parcialmente, el problema que aún queda latente en la propuesta de Chartier, es decir, la tensión entre el texto y el libro. Sin embargo, al concebir un texto escrito como una entidad móvil, asociada con cualquier tipo de soporte, Chartier más bien fortalece el supuesto de que se trata de una entidad inmaterial, en tanto que, si se piensa en términos del “artefacto”, se fortalece la afirmación según la cual forms effect meaning. Cuando afirma que “en efecto, la ‘misma’ obra no es ya la misma cuando cambian su lengua, su puntuación, su formato o su maquetación”, lo que aquí privilegia no es la materialidad del texto, sino el modo en que los cambios operan sobre ese texto.[25]

Este desplazamiento genera consecuencias especialmente interesantes respecto de la “identidad” de un libro, sobre todo, cuando el lector lo tiene en sus manos. Por un lado, parte del problema es saber cómo, para Jorge Luis Borges, por ejemplo, en cuyo libro rojo lee su Quijote, incluso siendo un escritor que conoce múltiples versiones de este y que supone la existencia de una “obra inmaterial”, tal como nos lo hace saber Chartier, hay una afectación de la materialidad concreta en el momento de su recepción. Ahora bien, el problema se trasladaría a cómo, a pesar de la radical concreción que implica asumir el artefacto como un todo material “consubstanciado”, se puede reconocer la identidad de este en términos de su pertenencia a un conjunto de obras: ¿cómo articular este artefacto borgiano con la estabilidad que imponen los códigos, reglas y tradiciones? Si bien las expectativas de las comunidades de lectores siempre han sido y seguirán siendo diferentes, sin la presencia de una expectativa identitaria no es posible conocer: solo ante el objeto concreto –es decir, material– se cumplen o no tales expectativas.[26] En conclusión, el problema que permanece abierto en el planteo de Roger Chartier, y a partir del cual se podría seguir trabajando, es el cruce de las expectativas de los lectores con los artefactos materiales que son leídos, es decir, ahondar en preguntas tales como qué es un libro y qué es un texto a partir de la materialidad concreta de la propia escritura y, desde allí, ir en busca de la construcción de su identidad en cuanto unidad compleja.

 

Bibliografía citada

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[1] Roger Chartier, “From Texts to Readers. Literary Criticism, Sociology of Practice and Cultural History”, Estudios Históricos (Rivera), vol. xxx, nº 62, septiembre-diciembre de 2017. Sobre su perspectiva de historia cultural de la sociedad, véase El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Barcelona, Gedisa, 1992.

[2] Roger Chartier, Las revoluciones de la cultura escrita. Diálogo e intervenciones, Barcelona, Gedisa, 2000, p. 132.

[3] Anthony Grafton, “La historia de las ideas. Preceptos y prácticas, 1950-2000 y más allá”, Prismas. Revista de historia intelectual (Bernal), nº 11, 2007. En la década de 1980, Robert Darnton y otros estudiosos, ante todo Roger Chartier y Carlo Ginzburg, habían creado una nueva historia de libros y lectores utilizando un amplio espectro de fuentes para detectar cómo habían sido creadas, impresas y comercializadas grandes obras de un período concreto y cómo habían sido vendidas y leídas muchos otras más discretas. Los primeros historiadores del libro tendían a sostener, en oposición a las tradiciones de la historia intelectual, que la prueba numérica era más importante que la textual y que la experiencia de grandes cantidades de lectores, a reconstruir mediante registros de editores, podían echar luz sobre problemas infinitamente debatidos, como los orígenes de las revoluciones francesa e inglesa.

[4] Roger Chartier, El mundo como representación. Toda esta batalla fue librada por Chartier dentro del espacio acuñado por él mismo como historia “sociocultural” o “historia cultural de la sociedad”.

[5] Michel de Certeau, “Leer: una cacería furtiva”, en M. De Certeau, La invención de lo cotidiano i. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana-Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, 2010.

[6] Cf., respectivamente: Donald F. McKenzie, Bibliografía y sociología de los textos, Madrid, Akal, 2005; y Margreta di Grazia y Peter Stallybrass, “The Materiality of the Shakespearian Text”, Shakespeare Quarterly (Oxford), vol. xliv, nº 3, otoño de 1993.

[7] Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos xiv y xviii, Barcelona, Gedisa, 2017, p. 42.

[8] Cécile Rabot, “De l’imprimé au numérique. Une révolution de l’ordre des discours” [entrevista con Roger Chartier], Biens Symboliques/Symbolic Goods. Revue de sciences sociales sur les arts, la culture et les idées (París), nº 7, 2020, p. 3. La traducción es nuestra.

[9] Roger Chartier a menudo se refiere a “las materialidades” en plural, es decir, a las “formas” en la que se materializan los textos a través de su proceso de producción editorial.

[10] Roger Chartier y Carlos A. Scolari, Cultura escrita y textos en red, Barcelona, Gedisa, 2019, edición digital.

[11] Cécile Rabot, “De l’imprimé au numérique”, p. 7.

[12] Roger Chartier, Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apropiación, México, Instituto Mora, 1995, p. 255. El propio Chartier señala el problema que se abre con la archi-escritura derridiana en este aspecto: “El abordaje deconstruccionista insistió fuertemente en la materialidad de la escritura y en las diferentes formas de inscripción del lenguaje. Pero en su esfuerzo por abolir o desplazar las oposiciones más inmediatamente evidentes (entre oralidad y escritura, entre la singularidad de los actos de lenguaje y la reproductibilidad del escrito), construyó categorías conceptuales (‘archi-escritura’, ‘iterabilidad’) que pueden alejar de la percepción de los efectos producidos por las diferencias empíricas que caracterizan las diversas modalidades de la inscripción de los textos”. Cf. Roger Chartier, “Materialidad del texto, textualidad del libro”, Orbis Tertius. Revista de Teoría y Crítica Literaria (La Plata), Año xi, nº 12, 2006, pp. 2-3.

[13] Cf. Roger Chartier, “Genealogies of the Study of Material Texts. The French Trajectory”, Textual cultures. Texts, contexts, interpretation. Society for textual Scholarship (Chicago), vol. xiv, nº 1, 2021.

[14] Roger Chartier, El mundo como representación, p. 51.

[15] Ibid.

[16] “En la práctica de la comunidad de los libreros e impresores de Londres, se consideraba que lo que era el objeto mismo de la propiedad, del copyright, era el manuscrito de la obra que el librero había depositado y hecho registrar. Ese manuscrito debía ser transformado en un libro impreso, pero continuaba siendo el fundamento, el garante y el objeto mismo al cual se aplicaba el concepto del right in copy, es decir, del derecho sobre el ejemplar, del derecho sobre el objeto. En el curso del siglo xviii, se realiza un intenso trabajo con el fin de desmaterializar esta propiedad, de hacer que se ejerza no solo sobre un objeto en el cual se encuentra el texto, sino sobre ese texto mismo, definido de manera abstracta por la unidad y la identidad de los sentimientos que en él se expresan, del estilo que le es propio, de la singularidad que traduce y transmite”. Cf. Roger Chartier, Las revoluciones de la cultura escrita, pp. 46-47.

[17] Roger Chartier, El mundo como representación, p. 51.

[18] Cfr., respectivamente, Roger Chartier, “Texts, Printing, Readings”, en L. Hunt (ed.), The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989; y Roger Chartier, Sociedad y escritura en la Edad Moderna, pp. 139-245.

[19] Cfr., respectivamente, ibid, pp. 37-71; y Roger Chartier, Cardenio entre Cervantes y Shakespeare. Historia de una obra perdida, Barcelona, Gedisa, 2012.

[20] “Así como lo hace el teatro inglés con los table books y las writing tables, las ‘comedias’ llevan a la escena los ‘libros de memoria’ y les asignan los mismos usos: transcribir inmediatamente palabras oídas, escribir los pensamientos fugitivos, redactar textos cortos, y esto sobre el terreno: la plaza, la calle, la carroza. La tipología de algunos empleos del término en Lope de Vega se refiere a tres registros. Ante todo, la materialidad misma del objeto, llevado por los personajes”. Cf. Roger Chartier, Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura (siglos xi-xviii), Buenos Aires, Katz, 2006, p. 57.

[21] Roger Chartier, Las revoluciones de la cultura escrita, pp. 81 y ss.

[22] “Es también una fórmula editorial que le da al objeto formas propias, que organiza los textos según dispositivos tipográficos específicos. Para comprender las significaciones de los libritos de gran circulación es necesario volver la vista al impreso en sí, en su materialidad misma. Por un lado, en el caso del repertorio azul, aquello que es contemporáneo al lector, desde su horizonte de alcance, no es el texto, más o menos antiguo, sino la forma impresa en la cual es dado a leer. Por otro lado, lo que es ‘popular’ en semejante catálogo no son tampoco los textos, que pertenecen a todos los tipos literatura erudita, sino los objetos tipográficos que los llevan, escogidos con la doble exigencia de un menor precio y de una lectura que no sea forzosamente hábil y competente”. Cf. Roger Chartier, El mundo como representación, p. 155.

[23] “El libro de la Antigüedad, con sus rollos, los libros chinos, los codex mexicanos prehispánicos también son libros, soolo que organizados según otra materialidad que la del libro que aparece en Occidente en los siglos ii y iii de nuestra era. ¿Por qué no pensar entonces en que sea posible la existencia de un ‘libro electrónico’?”. Cf. Roger Chartier, Las revoluciones de la cultura escrita, p. 130.

[24] Cf. nuestro artículo “Las ‘formas discursivas’. Una propuesta metodológica”, Historia y grafía (México), Año xxii, nº 43, julio-diciembre de 2014.

[25] Roger Chartier, La mano del autor y el espíritu del impresor. Siglos xvi-xviii, Buenos Aires, Katz, 2016, p. 11.

[26] Si bien es importante recuperar los paratextos, tal como Gérard Genette los entiende en Umbrales (México, Siglo XXI, 2001) y como en algún momento también lo ha comentado el propio Chartier, tal vez convendría considerar las redes paratextuales a través de sus diferentes vinculaciones en un artefacto impreso, redes que, a su vez, permitirían comprender la identidad que construyen frente a las apropiaciones de los lectores. Cf. nuestro artículo “La no-forma discursiva”, en P. Chinchilla Pawling (ed.), Las formas y las no-formas discursivas. Una aproximación a la historia de la identidad de los impresos, México, Universidad Iberoamericana, 2021.