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Dossier

Llevar el mundo de los libros al grand public

Roger Chartier y el arte de la reseña

Bringing the World of Books to the Grand Public. Roger Chartier and the Art of Book Review

 

Geoffrey Turnovsky (1)

 

(1) University of Washington

 

Resumen

El objetivo del artículo consiste en reconstruir el rol que, desde los años 1980, Roger Chartier tuvo como escritor de reseñas dirigidas al gran público en el periódico Le Monde, reseñas cuya profusión y continuidad representan una verdadera crónica global de la historiografía occidental. En el marco de una “alta divulgación” francesa, Chartier se convirtió en el intermediario transnacional entre un público no especializado y la producción intelectual francesa o extranjera y, con ello, logró expandir su concepto de “libro” como objeto histórico: no solo ya como opción de investigación académica, sino también como un impreso pasible de transmitir ideas por fuera de los círculos universitarios. Finalmente, el artículo culmina con la posición que Chartier ha tomado en la arena pública internacional frente al futuro del libro, el devenir de las bibliotecas y los cambios en la práctica de la lectura en una era marcada por la hegemonía de Internet.

Palabras clave: Roger Chartier, Reseña bibliográfica, Alta divulgación, Historiografía francesa, Le Monde des libres

 

Abstract

The aim of this article is to reconstruct the role that, since the 1980s, Roger Chartier played as a writer of reviews for the general public in the newspaper Le Monde, reviews whose profusion and continuity represent a true global chronicle of Western historiography. Within the framework of a French high popularization, Chartier became the transnational intermediary between a non-specialized public and French or foreign intellectual production and, in doing so, succeeded in expanding his concept of book as a historical object: no longer only as an option for academic research, but also as a printed matter capable of transmitting ideas outside university circles. Finally, the article culminates with the position Chartier has taken in the international public arena regarding the future of the book, the future of libraries and the changes in the practice of reading in an era marked by the hegemony of the Internet.

Key Words: Roger Chartier, Book Review, High Divulgation, French Historiography, Le Monde des livres

 

Traducción para Prismas de María Inés Castagnino.

 

Roger Chartier ha sido uno de los primeros en ser objeto de una sección recurrente de Le Monde des livres, el suplemento literario del célebre periódico francés. Esa sección, cuyo título fonético es Keskili, le plantea a un grupo selecto de escritores una serie de preguntas sobre sus hábitos y preferencias de lectura: “el libro que lo hizo pasarse de estación”, “un primer recuerdo de lectura” o “el lugar preferido para leer”. Ante esta última pregunta, la mayoría de los interlocutores ofrecen topoi familiares de larga data que vinculan la lectura con un lugar: “mi cama”, por ejemplo, encabeza una lista que también incluye “cafés” y sitios relacionados con los viajes, como hoteles y medios de transporte. Chartier, viajero empedernido, sin duda podría haber hablado sobre lo que significa leer en aviones o en terminales de aeropuerto, pero, cuando se lo preguntaron, se contuvo: “importa el libro, no el lugar”, respondió.[1] En esta reticencia, podemos detectar el sentido visceral que Chartier le atribuye a la profundidad de una pregunta que se ve frustrada por la banalidad de las respuestas que se esperan. Por cierto, en su obra, nada es más relevante que la compleja relación entre libros, lectura y lugar. En este sentido, las reseñas que ha publicado desde la década de 1980 hasta la actualidad funcionan como una crónica de estos temas centrales, tal como se desarrollaron no solo en su propia investigación y escritura, sino en la cultura en general: una cultura que se vuelve más global e interconectada y, sobre todo, situada en medio de un cambio histórico en las formas textuales, de lo impreso a lo digital. Chartier, hábilmente, lleva a su público –mayormente el de Le Monde, pero cada vez más a los lectores de todo el mundo y, especialmente, los de América Latina en las últimas dos décadas– a considerar no solo cuestiones urgentes sobre la movilidad de los textos en un mundo interconectado, sino también la transformación de las formas moldeadas por tecnologías y mercados, las vicisitudes de la publicación, la diversidad de lectores y públicos en distintos lugares o épocas y la naturaleza, a menudo incongruente y asombrosa, de las confrontaciones entre textos y lectores.

Esto, además, incluye la falta de conexión entre textos y lectores, un hecho que ha configurado la historia de la circulación de las ideas de una forma inesperada, pero decisiva. En su artículo de 1994 “Al borde del acantilado”, reflexionando sobre la vida y la muerte de Michel Foucault con motivo de la publicación por Gallimard de los cuatro volúmenes de Dits et écrits, Chartier comienza: “Al final del primer volumen de Dits et écrits, se encuentra uno de los ensayos más famosos de Foucault: ‘¿Qué es un autor?’”.[2] Luego, viene la salvedad que evoca una geografía profundamente compleja de las influencias: “Famoso en los Estados Unidos”, ya que en Francia, aquel texto que se había convertido en uno de los más reconocibles de la ola de French Theory de los años 1980 en los Estados Unidos, publicado en traducción como “What is an Author?” en dos antologías muy difundidas, hasta ese momento había permanecido semioculto en un número de 1969 del Bulletin de la Société française de la philosophie y en las páginas de la revista lacaniana de la década de 1980, Littoral.[3]

Otra reseña se destaca por dar cuenta de contingencias de publicación y público que pueden verse ofuscadas por la luminiscencia contemporánea de un nombre famoso. Norbert Elias aparece con frecuencia en el corpus de escritos públicos de Chartier, incluso en una conmovedora reflexión de agosto de 1990, pocas semanas después de la muerte del historiador de La sociedad cortesana. Chartier esboza una emotiva biografía intelectual, recordando la emigración de Elias de la Alemania nazi a París y luego a Londres.[4] Tal como lo hizo con el ensayo de Foucault sobre la autoría, Chartier llama nuestra atención sobre los inciertos comienzos del trabajo de Elias acerca de las costumbres. El estudio definitorio de Elias, sin duda una referencia clásica para los lectores de Le Monde de 1990, se publicó por primera vez en Basilea en 1939, en una tirada chica financiada por su padre, y “pasó casi desapercibido en una Europa acosada por la guerra que se avecinaba. En Francia –continúa Chartier–, un solo sociólogo acusa recibo de la obra”, a saber, Raymond Aron, que escribió una breve reseña para Annales sociologiques en 1941.[5] La historia de la obra que encuentra su público solo mucho tiempo más tarde es antigua. Pero el punto es cómo Chartier hace que esa historia del libro, en todos sus detalles granulares, sea central para el relato periodístico: Chartier cuenta la anécdota del editor de Elias en Basilea quejándose de que los ejemplares del libro “me ocupan el sótano”, lo cual subyace a la influencia de un paradigma académico o historiográfico, sumándole valor, credibilidad y, quizá, sobre todo, perspectiva.

Compárese aquella nota necrológica con una reseña de 1989, en este caso, de la obra Citizens del historiador inglés Simon Schama, una de las muchas reseñas de libros sobre la Revolución francesa que inundaron el mercado en los dos años previos al Bicentenario.[6] Este artículo es, en sí mismo, una reflexión interesante, aunque deliberadamente ambigua, sobre el historiador como académico especialista público ya que Chartier evoca una escena marcadamente diferente a la de El proceso de la civilización de Elias. En este caso, vemos triunfo comercial y fácil ubicuidad: “Para el lector estadounidense de hoy, la Revolución francesa es, ante todo, un libro que se encuentra en todas las librerías”. La omnipresencia del libro, su “conquista” del público estadounidense (específicamente “la América de Reagan y Bush”), en este caso, no refiere ni refleja sus cualidades. Va tomando forma un sentido de responsabilidad por parte del crítico de libros, tal como Chartier la concibe y la habita: responsabilidad que tiene que ver con sacar a la luz la historia subyacente de los libros para confrontar los silencios, las ausencias y los huecos en el archivo y, potencialmente, corregir una sobreexposición.

Lo más notable en el corpus de los escritos periodísticos de Roger Chartier son sus esfuerzos por presentar al público francés una visión global y expansiva de los estudios históricos contemporáneos. La reseña de un volumen de 2013 que examinaba las tendencias actuales de la investigación histórica, À quoi pensent les historiens?, denunció el enfoque casi exclusivo de la obra en trabajos escritos en francés e inglés con una pizca de atención a la microhistoria italiana y, por añadidura, a la Alltagsgeschichte alemana: “Todas las demás historiografías, aun siendo cercanas e innovadoras, como la española o la portuguesa, parecen no existir”.[7] Este imperativo profesional es perceptible desde muy temprano en las reseñas de Chartier. Una evaluación de La Cour de France de Solnon, de 1987, elogia la “considerable documentación” del estudio.[8] No obstante, Chartier también lamenta que esa investigación no haya involucrado la producción de, al menos, un notable historiador no francófono de la corte francesa, es decir, Elias.

Roger Chartier expresó la importancia de esta dimensión de su obra unos años más tarde en un breve comentario en Le Monde des livres de 1992, titulado “Ouvrir les livres du monde”: “¿Por qué no dar cabida a obras importantes publicadas en lenguas extranjeras (y que, a veces, esperan mucho tiempo antes de ser traducidas al francés)?”.[9] Por saber inglés, español, portugués e italiano y llevar largo tiempo integrado en redes intelectuales expandidas por toda Europa y América del Norte y del Sur, Roger Chartier siempre ha estado muy bien posicionado para transmitir a sus lectores en Le Monde su visión amplia del campo intelectual: vista globalmente, esta es una de las facetas de su producción pública que más se destaca. Si compilásemos una lista de los artículos que Chartier ha publicado en diarios y periódicos desde la década de 1980 hasta la actualidad, nos llamaría la atención la gran cantidad de estudios del mundo no francófono que se esforzó por introducir en el discurso público francés.[10] Esto se destaca especialmente en el período previo al momento más francocéntrico de todos, el Bicentenario de la Revolución francesa. Más allá del ejemplo discutido anteriormente, durante esa ventana de dos años, las reseñas de Chartier fueron la plataforma para una amplia gama de estudiosos norteamericanos de la historia francesa cuya investigación había aportado nuevos e importantes conocimientos sobre la Francia del siglo xviii y la Revolución, como Timothy Tackett, Steven Kaplan y Robert Darnton.[11] Más allá de la Revolución, Chartier presentó a los ojos de los lectores de Le Monde la obra de Natalie Zemon Davis y Stephen Greenblatt, la de los historiadores italianos de la cultura y la escritura Carlo Ginzburg y Armando Petrucci, la de estudiosos españoles del Siglo de Oro, como Francisco Rico, junto con historiadores soviéticos y polacos.[12] La lista es larga.

Además, no se trata solo de individualidades del extranjero, sino de historiografías y metodologías incubadas en comunidades intelectuales de todo el mundo, como la ya mencionada microhistoria italiana (Ginzburg) y el neohistoricismo estadounidense (Greenblatt). Una reseña de 1996 de Ces Merveilleuses possessions. Découverte et appropriation du Nouveau Monde au xvie siècle de Greenblatt les presenta a los lectores de Le Monde esta última tendencia de los estudios literarios estadounidenses junto con su paradigma analítico central, traducido al francés como négociation: “La obra literaria siempre negocia con las prácticas del mundo social, ya sean políticas, judiciales o religiosas”, escribe Chartier. Un párrafo conciso que resume magistralmente el proyecto intelectual del neohistoricismo remitiendo a dos estudios adicionales de Greenblatt.[13]

Sin duda, la forma más profunda en la que Chartier ha operado como una especie de intermediario transnacional es a través de su compromiso con las tendencias no francesas en la investigación histórica sobre la escritura y la lectura junto con su introducción en el campo francés de l’histoire du livre, un campo en cuya invención jugó un papel fundamental, por supuesto. Dos nombres se destacan en relación con esto. Primero, el paleógrafo italiano Armando Petrucci, a quien Chartier considera en una reseña de 1993.[14] “Aún muy poco conocido de este lado de los Alpes, Petrucci […] ha sabido transformar la historia de la escritura –una disciplina respetable, pero, durante mucho tiempo, estrechamente técnica y descriptiva– en una verdadera historia de los usos sociales de lo escrito”. En segundo lugar, el bibliógrafo neozelandés Donald F. McKenzie, cuya famosa observación y no tan obvia para traducir “forms effect meaning” Chartier cita con frecuencia como “les formes produisent du sens”, es decir, “las formas producen significado”, tal como la traduce en un momento.[15] Una extensa reseña de 1989 reúne a ambos, junto con Henri-Jean Martin, en una síntesis fascinante de “nuevos métodos” para comprender la materialidad de los textos y los impactos de esta materialidad en la lectura y la interpretación.[16] Así, se conformó una nueva perspectiva sobre las obras literarias y culturales que rompió radicalmente con “la soberanía del texto-rey y su maquinaria todopoderosa que funciona por sí misma sin autor ni lector”. Bibliography and the Sociology of Texts, obra de McKenzie de 1986, basada en la serie de conferencias Panizzi que dio en la Biblioteca Británica en 1985, apuntaba directamente a uno de los textos canónicos del New Criticism angloamericano, el artículo clásico de Wimsatt y Beardsley de 1946, The Intentional Fallacy, que se erige como manifiesto de un enfoque formalista de la obra literaria.[17] La Scrittura de Petrucci exploró las implicancias políticas y sociales de la escritura a lo largo de un milenio, en pergamino, papel y paredes.[18] Martin, por su parte, también pasa de su foco inicial en la industria de la imprenta del siglo xvii a un marco temporal más amplio y a las cualidades gráficas y materiales de la escritura y las modalidades de tipografía y diseño: “lo más destacable es, sin duda, […] la ventilación de la página mediante la multiplicación de párrafos que rompen la continuidad ininterrumpida del texto, habitual en el Renacimiento”.[19] Es sorprendente lo ambiciosa que resulta la reseña. El propio Chartier señala cómo estos tres académicos, que trabajan en campos disciplinarios profundamente técnicos (bibliografía, diplomacia, paleografía y estudio de archivos), son capaces, no obstante, de formular nuevas perspectivas muy accesibles, amplias y pertinentes sobre textos, lectura e interpretación. Sin embargo, no es menos impresionante la capacidad del mismo Chartier para resumir y sintetizar para un público lego con claridad y concisión a estos escritores desafiantes y las tendencias pioneras en la comprensión histórica de los textos y la lectura que representan.

Esta facilidad para destilar y describir con claridad realidades históricas complicadas explica, sin duda, la presencia de Chartier en el archivo periodístico no solo como crítico, sino como referente para considerar perspectivas innovadoras sobre el pasado y el futuro de los libros y la lectura. Las publicaciones del propio Chartier que definen el campo están ampliamente cubiertas en Le Monde y otros medios, en Francia y en todo el mundo. También aparece con frecuencia en estas publicaciones como entrevistado. De hecho, es sobre todo como tal que su presencia llega mucho más allá del público lector francés de Le Monde ya que los compromisos periodísticos con la obra de Chartier han tenido lugar en cada vez más periódicos en español de América Latina. En una entrevista –específicamente, una “entrevista ‘facciosa’”– de 1995 en Reforma de México, Chartier discutió “las formas de la lectura”, en ocasión de una reciente adaptación (más que una traducción) al español de su obra, bajo el título Sociedad y escritura en la Edad Moderna.[20] Una mera búsqueda de menciones en ProQuest sobre “Roger Chartier” muestra de forma sorprendente la explosión del interés por su trabajo en el mundo de habla hispana y, particularmente, en América Latina, a partir de mediados de los años 1990. Esta proliferación de referencias supera ampliamente las que se hallan en la prensa de habla inglesa, lo cual refleja culturas intelectuales divergentes. El historiador debe seguir una trayectoria diferente para dirigirse a la esfera pública angloamericana. Y esa trayectoria en general no se traza con la complejidad con que lo hace Chartier y los matices y el equilibrio de su compromiso con varias cuestiones. Esta entrevista de 1995 también es notable por su giro hacia un tema que se volvería crítico para la continuidad de las reflexiones de Chartier sobre la lectura y su futuro, así como para todas las nuestras, cuando se le pregunta sobre el “desplazamiento de la escritura de la página del libro a la pantalla electrónica”. Chartier, adverso a los mantras reduccionistas que han dado forma al discurso en torno a la “revolución digital” (y que, sin duda, habrían conducido a más referencias en ProQuest de la prensa angloestadounidense), responde, como lo hace habitualmente, con su propio conjunto de sagaces preguntas:

¿Cómo continuar calificando las obras a partir de criterios tales como la originalidad, la estabilidad, la coherencia del texto, cuando la representación electrónica le da maleabilidad y plasticidad? ¿Cómo aplicar la noción de copyright a los textos que pueden ser libremente copiados, transmitidos y transformados por sus lectores?[21]

Estas preguntas le hablan al ethos de mediados de los años 1990 de una forma muy potente, es decir, cuando Internet parecía prometer, más que nada, libertad y fácil acceso. Esto sucedía una década antes de que surgiesen las extraordinarias pretensiones que rápidamente iban a plantearse sobre el espacio digital, de las cuales la más dramática fue encabezada por Google con su grandioso proyecto de una biblioteca universal, un proyecto que, para Chartier, siempre evoca los escritos de Jorge Luis Borges, una de sus influencias intelectuales más importantes. Un artículo de ese mismo año en Le Monde marca una de las primeras instancias en las que Chartier lidió en la prensa escrita con los impactos nacientes de la digitalización.[22] A decir verdad, en retrospectiva, aquí la discusión parece quedar reducida y un tanto retrasada en un artículo que, ostensiblemente, examina las investigaciones recientes sobre la historia del libro. Pero el título sin duda supo llamar la atención sobre la “revolución” que Chartier evoca, anunciando “la fin du livre-Roi”.

Estoy seguro de que ese título no tiene nada que ver con Chartier, cuya breve discusión apenas está a la altura de esas resonancias milenarias. Antes bien, el artículo da la pauta del compromiso de Chartier en los años venideros con este tema tan apremiante, una reflexión extensa y reflexiva que, sobre todo, ratifica el papel del historiador como aquel que lleva lucidez y equilibrio a la cuestión: “La labor histórica también permite –escribe– comprender mejor y, quizá, dominar mejor la revolución de nuestro presente, la de los textos escritos y leídos en pantalla”. Chartier desarrolló con elocuencia esta postura en su lección inaugural como profesor en el Collège de France en 2007, cuyos principales pasajes se publicaron en Le Monde dos días después.[23] Allí, captura lo equívoco del momento: “El sueño de la biblioteca universal parece hoy estar más cerca de convertirse en realidad que nunca, siquiera en la Alejandría de los Ptolomeos. […] Es una ambición magnífica”, afirma, remitiéndose de nuevo a Borges, cuyas palabras cita: “cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad”. Pero, luego, Chartier esboza una “segunda” reacción bastante diferente dada por el sentido de la “violencia” que la digitalización habría de infligir a las formas textuales históricas: “un cuestionamiento sobre lo que implica esta violencia contra los textos dados a leer en formas que ya no son aquellas en las que los lectores del pasado los encontraron”.

Es esta segunda reacción pesimista (y no el “sueño” optimista) la que iba a intensificarse y definir el compromiso de los académicos con el alcance cada vez más amplio de la “revolución en marcha” (título con el que se publicó en Le Monde la lección inaugural del Collège de France), especialmente, en la medida en que iniciativas altamente comercializadas como Google Books se volvieron cada vez más polémicas y se vieron afectadas por críticas, juicios y mala fe. Google no es mencionado en la lección inaugural de Chartier, pero en un artículo de apenas dos años después, titulado “L’avenir numérique du livre”, Google es el lente a través del cual se percibe y analiza todo el fenómeno de la re-mediación digital.[24] En este artículo, escrito a raíz del manifiesto anti-Google Books de Robert Darnton en el New York Review of Books de febrero de 2009, la “biblioteca universal” se ha convertido ahora en la instrumentalización mercenaria de una “gigantesca base de datos”, en un intento de sacar provecho de la recolección de “la información más personal sobre los usuarios de Internet”.[25] Con todo, mientras Darnton se atrincheró en una defensa a retaguardia del “libro”, Chartier abordaba la situación con más ecuanimidad y menos nostalgia.

En la arena pública que se ha formado en torno de la acuciante cuestión del futuro del libro, del futuro de las bibliotecas, la lectura y la alfabetización en la era de Internet, la posición de Chartier ha trazado, firmemente, un claro término medio: “ni apocalíptico ni romántico”.[26] Una vez más, Chartier brinda a sus lectores no académicos su sensatez y perspectiva típicas, con una mirada puesta no solo en la larga duración que se remonta a mediados del siglo xv y la “revolución de la imprenta”, sino, inclusive, más allá. Cuando, en una entrevista de 2014 en el periódico de Santiago de Chile El Mercurio, le preguntaron si estamos viviendo “la mayor revolución tecnológica y cultural desde la aparición de la imprenta”, Chartier respondió: “pienso que sí, […] aunque la aparición de la imprenta no es la única revolución que debe considerarse”.[27] De hecho, hacía tiempo que Chartier miraba más atrás, hacia una “revolución de las comunicaciones” anterior y potencialmente más importante para él, como la ascendencia del libro en forma de códice en la Antigüedad tardía:

Entre los siglos ii y iv de nuestra era, una nueva forma del libro se impuso a expensas de lo que era familiar para los lectores griegos y romanos. El códice, es decir, un libro compuesto de hojas plegadas, reunidas y encuadernadas, fue suplantando, de manera paulatina pero firme, a los rollos que, hasta entonces, habían portado la cultura escrita.[28]

Más que el impreso per se, es la lógica materializada del códice la que desafía la digitalización.

He tocado una faceta del trabajo de Roger Chartier como intelectual público, manifiesta más que nada en las páginas de Le Monde, pero, sobre todo, su rol como crítico de libros y referente intelectual para un amplio público de los medios impresos que, a través de entrevistas y otros artículos, ayuda a comprender mejor, tanto en contexto como a partir de una amplia perspectiva temporal de historiador, además de la visión geográfica expansiva que aporta Chartier, una serie de transformaciones claves de nuestro tiempo que van desde la Revolución francesa hasta la revolución digital. En este ensayo, no he discutido el papel de Chartier en los medios en vivo, particularmente, como uno de los presentadores de larga data del programa radial Les Lundis de l’histoire en France Culture. Sospecho que se necesita otra temática para situar esa labor en el marco de los estudios de Chartier, no, por cierto, la movilidad y la maleabilidad de los libros a través del espacio y el tiempo, sino otro topos caro a Chartier, como es la interrelación de la oralidad y la escritura.[29]

 

Bibliografía citada

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[1] “Keskili? Roger Chartier”, Le Monde des livres (París), 26 de agosto de 2011. Este cuestionario, en realidad, acompañaba la reseña de Julie Clarini, titulada “Sur la piste du Shakespeare disparu”, sobre la obra Cardenio entre Cervantès et Shakespeare. Histoire d’une pièce perdue (París, Gallimard, 2011).

[2] Roger Chartier, “Au bord de la falaise”, Le Monde des livres (París), viernes 30 de septiembre de 1994. La publicación de Foucault es: Dits et écrits, 1954-1988, 4 vols., París, Gallimard, 1994. [N. del E.: en la bibliografía se detallan todos los libros y textos citados que tienen traducción al castellano].

[3] Michel Foucault, “Qu’est-ce qu’un auteur?”, Bulletin de la Société française de philosophie (París), Año lxiii, nº 3, julio-septiembre de 1969 y en Littoral. Revue de psychanalyse (París), nº 9, junio de 1983. Chartier no nombra las dos antologías, pero imagino que se refiere a Language, Counter-Memory, Practice. Selected Essays and Interviews by Michel Foucault, editado por Donald Bouchard y publicado por primera vez en 1977 por Cornell University Press, y The Foucault Reader de 1984, editado por Paul Rabinow en Pantheon Books. Sobre la “teoría francesa”, cf. François Cusset, French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze et Cie et les mutations de la vie intellectuelle aux États-Unis, París, La Découverte, 2003.

[4] Roger Chartier, “Elias, le cavalier du lac de Constance”, Le Monde, 10 de agosto de 1990.

[5] Raymond Aron, “(Elias) Norbert, Über den Prozess der Zivilisation. Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen. — T. i: Wandlungen des Verhaltens in den weltlichen Oberschichten des Abendlandes, Bâle, Haus zum Falken, 1939”, Annales sociologiques (París), fasc. 4, 1941.

[6] Roger Chartier, “Une lecture américaine de 1789”, Le Monde (París), 19 de mayo de 1989. El libro reseñado de Schama es Citizens. A Chronicle of the French Revolution, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1989.

[7] Roger Chartier, “Hardis historiens!”, Le Monde (París), 5 de abril de 2013; sobre Christophe Granger (ed.), À quoi pensent les historiens? Faire de l’histoire au xxie siècle, París, Autrement, 2013.

[8] Roger Chartier, “L’homme de cour, un modèle de civilisation”, Le Monde (París), 13 de noviembre de 1987; sobre Jean-François Solnon, La Cour de France, París, Fayard, 1987.

[9] Roger Chartier, “Ouvrir les livres du monde”, Le Monde (París), 20 de marzo de 1992.

[10] Hasta el año 2000, dos obras han reunido las reseñas de Roger Chartier: El juego de las reglas: lecturas, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, y Le Jeu de la règle. Lectures, Bordeaux, Presses Universitaires de Bordeaux, 2000, versión análoga francesa, pero bastante más breve.

[11] Cf. respectivamente: Roger Chartier, “Le serment ‘déchirant’ Un historien américain enquête sur la crise religieuse de 1791 dans la France révolutionnaire”, Le Monde (París), 23 de enero de 1987, a propósito de la obra La Révolution, l’Église, la France, París, Cerf, 1986; Roger Chartier, “Nourrir Paris”, Le Monde (París), 4 de marzo de 1988, a propósito de la obra Les ventres de Paris. Pouvoir et approvisionnement dans la France d’Ancien Régime, París, Fayard, 1988; y Roger Chartier, “Les Lumières de Robert Darnton”, Le Monde (París), 25 de julio de 1988.

[12] Cf. respectivamente: Roger Chartier, “Le crime et la pardon”, Le Monde (París), 30 de agosto de 1988, a propósito de la obra de Natalie Zemon Davis, Pour sauver sa vie. Les récits de pardon au xvie siècle, París, Seuil, 1988; Roger Chartier, “Entre l’autre et le même”, Le Monde (París), 29 de noviembre de 1996, a propósito de Greenblatt; Roger Chartier, “‘Microstoria’ et anthropologie”, Le Monde (París), 3 de febrero de 1989 sobre Mythes, emblèmes, traces. Morphologie et histoire, París, Flammarion, 1989, y “L’invention du sabbat”, Le Monde (París), 27 de noviembre de 1992, sobre Le Sabbat des sorcières, París, Gallimard, 1992, ambos de Carlo Ginzburg; Roger Chartier, “Écrire les morts”, Le Monde (París), 2 de febrero de 1996, a propósito de Armando Petrucci, Le scritture ultime. Ideologia della morte e strategie dello scrivere nella tradizione occidentale, Turín, Einaudi, 1996; Roger Chartier, “Le visible et les textes”, Le Monde (París), 8 de septiembre de 1995 a propósito de Francisco Rico, Figuras con paisaje, Madrid, Galaxia Gutenberg, 1995; y Roger Chartier, “Thermidor ou l’oubli impossible”, Le Monde (París), 14 de marzo de 1989, a propósito de la obra de Bronislaw Baczko, Comment sortir de la Terreur. Thermidor et la Révolution (París, Gallimard, 1989).

[13] Roger Chartier, “Entre l’autre et le même”, sobre la obra de Greenblatt, Marvelous Possessions. The Wonder of the New World, Chicago, The University of Chicago Press, 1988. Se trata de la primera obra de Stephen Greenblatt traducida al francés (París, Les Belles Lettres, 1996).

[14] Roger Chartier, “Les aventures de l’écriture”, Le Monde (París), 5 de noviembre de 1993, a propósito de Jeux de lettres. Formes et usage de l’inscription en Ialie, xie-xxe siècle, París, Éditions de l’ehess, 1993.

[15] Cf., por ejemplo, Roger Chartier, Les Formes produisent du sense, Lyon, Livre-Pensée, Voie livres nº 58, 1992.

[16] Roger Chartier, “Nouvelles méthodes: le sens des formes”, Le Monde (París), 11 de octubre de 1989.

[17] W. K. Wimsatt Jr. y M. C. Beardsley, “The Intentional Fallacy”, The Sewanee Review, vol. liv, nº 3, julio-septiembre de 1946. El libro de McKenzie mencionado es: Bibliography and the Sociology of Texts, Londres, British Library, The Panizzi Lectures, 1986.

[18] Armando Petrucci, La scrittura. Ideologia e rappresentazione, Turín, Einaudi, 1986.

[19] Roger Chartier, “Nouvelles méthodes: le sens des formes”. Si bien el título del libro de Henri-Jean Martin no es mencionado por Chartier, presumo que se trata de Histoire et pouvoirs de l’écrit (París, Perrin, 1988).

[20] Roger Chartier, Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apropiación, traducción de Paloma Villegas y Ana García Bergua, México, Instituto Mora, “Itinerarios”, 1995. La entrevista mencionada es de Alberto Cue, “Las formas de la lectura”, en Reforma (México), 3 de diciembre de 1995.

[21] Alberto Cue, “Las formas de la lectura” [entrevista con Roger Chartier].

[22] Roger Chartier, “La fin du livre-roi”, Le Monde (París), 9 de junio de 1995.

[23] Roger Chartier, “L’écrit et l’écran, une révolution en marche”, Le Monde (París), 12 de octubre de 2007.

[24] Roger Chartier, “L’avenir numérique du livre”, Le Monde (París), 27 de octubre de 2009.

[25] El manifiesto de Robert Darnton es: “Google and the Future of Books”, The New York Review of Books, 12 de febrero de 2009.

[26] Roger Chartier, “Hacia una revolución de la lectura”, El País (Madrid), 23 de mayo de 2014.

[27] Roger Chartier, “El sueño de un mundo sin bibliotecas es una pesadilla”, El Mercurio (Santiago de Chile), 27 de julio de 2014.

[28] Roger Chartier, “Une nouvelle espèce de livre”, Le Monde (París), 28 de mayo de 1999.

[29] A este respecto, cf. Céline Loriou, “Ces voix qui nous parlent du passé. La voix de l’historien à la radio française”, en Hypothèses (París), vol. xxii, nº 1, 2019.