10.48160/18520499prismas26.1305

Dossier

Chartier y el relato

Esbozo de un itinerario

Chartier and Narration. Outline of a Route

 

Philippe Carrard (1)

 

(1) University of Vermont / Dartmouth College

 

Resumen

Inscrito en una perspectiva formalista y en el marco de los principales problemas que plantea la escritura para la epistemología de la historia, el objetivo del artículo consiste en intentar establecer qué tipo de continuidad ha tenido la posición conceptual y práctica de Roger Chartier frente al “relato” o “narración” a lo largo de su obra. De allí, se desprenden, a su vez, dos grandes preguntas: ¿hasta qué punto toda representación escrita de los datos que reúne el historiador se traduce en narración? y, por otro lado, ¿es compatible el género narrativo con las exigencias de rigor científico que impone la disciplina? De acuerdo con un análisis regresivo de los textos que Chartier dedicó a este tópico, se busca determinar en qué momento el historiador comenzó a considerar los problemas de la escritura y si, en efecto, las premisas teóricas que ofrece para situar la “narración” en la operación histórica resultan compatibles con el tipo de relato que emplea en sus propias investigaciones.

Palabras clave: Roger Chartier, Relato, Epistemología de la historia, Paul Veyne, Historiografía

 

Abstract

Within a formalist perspective and in the framework of the main problems posed by writing for the epistemology of history, the aim of the article is to try to establish what kind of continuity Roger Chartier’s conceptual and practical position on story or narration has had throughout his work. From this, two major questions arise: to what extent does every written representation of the data collected by the historian translate into a narrative; on the other hand, to what extent the narrative genre is compatible with the demands of scientific rigor imposed by the discipline. In accordance with a regressive analysis of the texts that Chartier devoted to this topic, the aim is to determine at what point the historian began to consider the problems of writing and whether, in fact, the theoretical premises he offers to situate narration in the historical operation are compatible with the type of narrative he uses in his own research.

Key Words: Roger Chartier, Narration, Historical Epistemology, Paul Veyne, Historical Writing

 

Traducción para Prismas de Maya González Roux.

 

Cuando, en una reciente entrevista, Évelyne Cohen y Pascale Goetschel invitaron a Roger Chartier a que evocase su “itinerario”, este expresó su desconfianza hacia tal procedimiento.[1] Trazar un recorrido suponía, según él, caer en la “ilusión biográfica” y no deseaba convertirse en su víctima. Probablemente, la intención de Cohen y Goetschel era que el historiador explicase de qué manera había pasado del estudio de los sistemas de educación al del libro y, más tarde, de una observación de fenómenos muy generales, como los que describió en Lectures et lecteurs dans la France d’Ancien Régime, a lo que él mismo llamó estudios de “caso”,[2] es decir, al análisis de textos individuales, tales como aquellos que fueron discutidos en La Main de l’auteur et l’esprit de l’imprimeur.[3] Mi objetivo, que no ha sido sometido a la pertinencia de Chartier, es de otro orden. A partir de una perspectiva formalista, se intentará establecer si la posición de Chartier ha cambiado con relación a un problema central para la escritura y la epistemología de la historia: la cuestión del relato. Los historiadores, cuando llevan al texto la información reunida, ¿recurren necesariamente al género narrativo? Y este género ¿es comparable con las exigencias de rigor, propias de una disciplina que se quiere “científica”? Estas preguntas, como sabemos, inquietan desde hace mucho tiempo a filósofos, historiadores y especialistas de las ciencias sociales y han dado lugar a una abundante literatura.[4] Tras centrarme en los textos que Chartier dedicó a este tópico y partiendo del principio según el cual las preguntas sobre el pasado siempre se enuncian desde el presente, procederé de manera regresiva. Comenzaré observando, por lo pronto, un texto reciente que puede considerarse representativo de la posición actual de Chartier sobre este tema: “Récit et histoire”, publicado en 2006 en el Dictionnaire des sciences humaines que editaron Sylvie Mesure y Patrick Savidan.

En ese texto, Chartier abrió su presentación enunciando aquello que, para él, resultaba evidente: “En la actualidad, los historiadores son muy conscientes de que ellos también son productores de textos. La escritura de la historia, incluso la más cuantitativa y la más estructural, pertenece al género narrativo, con el cual comparte sus principales categorías”.[5] En varias ocasiones Chartier volvió a mencionar esta pertenencia y subrayó, según él, su carácter evidente con formulaciones tales como “constatar lo que la historia tiene de narración”, “reconocer el hecho de que la historia era relato” o, aun, el “diagnóstico en lo que concierne a la naturaleza narrativa de la escritura histórica”. Al explicar que esa constatación no siempre fue tan evidente como lo es en la actualidad, Chartier rastreó un movimiento que iba del rechazo hacia el relato por parte de los seguidores de la escuela de Annales a su recuperación por parte de Michel de Certeau y, sobre todo, de Paul Ricœur. Sin duda, es a Ricœur y, especialmente, a las tesis defendidas en Temps et récit i (1983), a quien debemos el “reconocimiento” de que, inclusive en los textos que generalmente son considerados arquetipos de la historia estructural –empezando por La Mediterranée de Braudel– subyace una potencial intriga. El hecho de que los estudios históricos tengan una organización narrativa y que, en este aspecto, su disposición sea similar a la de las novelas no implica que pertenezcan a la esfera de la “invención ficcional”. Chartier, al oponerse en ese punto a Hayden White y a otros teóricos llamados “posmodernos”, afirmó rotundamente que la historia se diferencia de la ficción porque brinda un “saber susceptible de controles y verificación”.[6] No cabe duda de que la historia es, por consiguiente, una “ciencia” en el sentido en que la ha definido Michel de Certeau en L’Écriture de l’histoire: si “construye” sus objetos, los discursos que produce están sometidos a “reglas” que permiten el control de las “operaciones” que el historiador realiza en el contexto de su oficio.[7]

“Récit et histoire” desarrolla un enfoque que Roger Chartier ya había defendido en “L’histoire entre récit et connaissance”, un ensayo publicado por primera vez en 1994 en la revista estadounidense Modern Language Notes y que, en 2009, incluyó en Au bord de la falaise. Al examinar las causas que “sacudieron” las “certezas” de la comunidad de historiadores en el transcurso de los años 1980, Chartier indicó entre ellas la “toma de conciencia” de que su discurso, cualquiera fuera su forma, siempre adoptaba la forma de un relato.[8] Sin embargo, para Chartier, esta adopción comportaba cierta cantidad de “desafíos”.[9] El desafío de White, por supuesto, pero también el de Keith Baker y de los partidarios del linguistic turn para quienes “la realidad ya no debe pensarse como una realidad objetiva, exterior al discurso, sino como constituida en y por el lenguaje”.[10] No obstante, si el uso del relato no conlleva para Chartier la supresión de la diferencia entre historia y ficción, recurrir al lenguaje tampoco implica diferenciar las prácticas lingüísticas de las prácticas no lingüísticas. Chartier subrayó la especial necesidad de evitar un uso incontrolado de la categoría “texto”, categoría generalmente aplicada a “prácticas” cuyas “tácticas y procedimientos” no son en absoluto semejantes a las “estrategias discursivas”.[11]

Finalmente, una primera refundición de la tesis según la cual los estudios históricos adoptan necesariamente la forma del relato se encuentra en “L’histoire ou le récit véridique”, un texto publicado en la obra colectiva Philosophie et histoire en 1987 por las Éditions du Centre Georges Pompidou y que, más tarde, incluyó en Au bord de la falaise bajo el título “Philosophie et histoire”. Al observar que la cuestión de las “formas de la escritura histórica” es una de las más imperiosas que se formulan los historiadores de los años 1980, Chartier juzgó que era necesario “reconocer”, “junto con Ricœur”, que jamás se había abandonado el género narrativo: cualquier escritura histórica, independientemente de lo declarado por quienes la practican, “se construye a partir de fórmulas que pertenecen al relato o a la intriga”.[12] Para Chartier, esta pertenencia no implica una “antinomia entre conocimiento histórico y configuración narrativa”. La “intriga”, en efecto, es un instrumento cognitivo que plantea como central “la posible inteligibilidad del fenómeno histórico”.[13] A este respecto, Chartier reconoció que una intriga no era tan fácilmente verificable como un enunciado individual. Junto con Carlo Ginzburg, consideró que la relación que establece con el pasado puede considerarse como aceptable si es “plausible, coherente y explicativa”, un estatus, tal vez, “decepcionante” desde el punto de vista epistemológico, frente al cual no hay otra alternativa.[14]

Si la posición de Chartier sobre las relaciones entre el relato y la historia resulta relativamente clara para los años 1980-2000, lo fue menos durante la década anterior. En 1978, Chartier codirigió junto con Jacques Le Goff y Jacques Revel la enciclopedia La Nouvelle histoire. No obstante, esta obra no contenía ninguna entrada para “relato”, como tampoco para “escritura”, “narración”, “representación” u otro tema relacionado con la textualización. Chartier, autor de varias entradas, no parecía interesarse por ese tipo de preguntas. A lo sumo, en el artículo que dedicó a la historia “positivista” que se había establecido a comienzos del siglo xx, señaló que aquella era, esencialmente, de dos tipos: “la historia événementielle o historizante, dedicada al recitativo político y biográfico” y “la historia-cuadro que ordena los hechos en un cuestionario universal donde dominan lo político y lo institucional”.[15] Si aceptamos que aquí Chartier comprendía el término musical “recitativo” en el sentido de “relatar”, no podemos dejar de constatar que condenaba ese modo de organización discursiva en el que veía una práctica propia de “escuela” contra la cual la Nueva Historia pretendía posicionarse en los años 1970. Notemos que, en el mismo campo, ni Chartier como tampoco ninguno de los coautores de aquella obra abordaron las tesis de Paul Veyne, de quien solo se cita la “Lección inaugural” en el Collège de France[16] y un artículo sobre la familia y el amor en la Antigüedad.[17] Evidentemente, las posiciones defendidas por La Nouvelle histoire en 1978 no eran compatibles con las que Veyne había impulsado desde 1971 en Comment on écrit l’histoire: es decir que la historia, más allá de sus pretensiones científicas, finalmente, no es más que una “novela verdadera”, “un relato verídico y nada más”.[18] La idea que, por entonces, predominaba –título de un artículo programático de François Furet publicado originalmente en 1975– era que la disciplina había pasado de la “historia-relato” a la “historia-problema”: es decir, de la narración de hechos aislados al análisis de un conjunto de hechos, un análisis basado en procedimientos cuantitativos.

Solo una lectura atenta de todo lo que Chartier escribió a partir de 1978 permitiría establecer en qué momento el historiador comenzó a considerar los problemas de la escritura. Esta lectura debería tener en cuenta no solo las fechas de publicación de sus textos, sino también –en la medida de lo posible– las fechas en las que fueron redactados. Si les otorgamos a los coautores del Dictionnaire des sciences historiques el beneficio de la duda, deberíamos atribuir a la diferencia transcurrida entre el momento de la redacción y el de la publicación el hecho de que esta obra, publicada en 1986 bajo la dirección de André Burguière y para la cual Chartier escribió varios artículos, tampoco contiene ninguna entrada acerca de las cuestiones de escritura. A este respecto, es reveladora la expresión “reconocer junto con Ricœur”[19] que Chartier utilizó en el ensayo de 1987 “La historia o el relato verídico” sobre la “plena pertenencia” de su disciplina al campo de lo narrativo. Al parecer, en efecto, fue la lectura del primer volumen de Temps et récit, publicado en 1983, la que lo condujo a interesarse por la cuestión de las formas del discurso histórico. Los artículos de 1994 y 2006 analizados más arriba, y a los cuales habría que agregar –entre los estudios reunidos en Au bord de la falaise– los ensayos dedicados a Michel de Certeau y a Hayden White (publicados inicialmente en 1987 y 1993), insistieron del mismo modo en la contribución de Ricœur. En el texto sobre Michel de Certeau, Chartier también le hizo justicia a Veyne al admitir que las tesis defendidas en Comment on écrit l’histoire tenían cierto “peso” desde el momento en que rompían con las teorías dominantes de comienzos de los años 1970.[20] Pero, aquí, la perspectiva de Chartier era retrospectiva. La idea de que la historia era “un relato verídico y nada más” no había despertado el interés, ni siquiera la indignación, de los partidarios de la Nueva Historia. De manera significativa, la reseña de Comment on écrit l’histoire en Annales fue delegada no a los miembros del equipo Annales-Nueva Historia, sino a aquellos especialistas que, presumiblemente, poseían conocimientos sobre cuestiones de epistemología, en este caso a Michel de Certeau (1972) y a Raymond Aron (1971).

Sin duda, Chartier no fue el único en prestar atención a los problemas de la escritura a partir de mediados de los años 1980. Varias obras colectivas sobre la historia o, de modo más general, sobre las ciencias sociales, ofrecían el tipo de entrada que estaba ausente en La nueva historia y en el Dictionnaire des sciences historiques. “Relato” y “escritura”, por ejemplo, fueron objeto de artículos en Historiographies, publicado en 2011 bajo la dirección de Christian Delacroix, François Dosse, Patrick Garcia y Nicolas Offenstadt, y en el Dictionnaire de l’historien, publicado en 2015 bajo la dirección de Claude Gauvard y Jean-François Sirinelli. Sin embargo, subrayemos que, en estos artículos, la perspectiva era igual de retrospectiva que en el texto de Chartier antes mencionado. De este modo, la cronología establecida por Dominique Kalifa para los “debates” que tuvieron lugar en Francia sobre la cuestión del relato (Veyne, 1971; White, 1973; De Certeau, 1975; Ricœur, 1983) no debe nada a su actual desarrollo.[21] White, en particular, parece haber sido reconocido en Francia solo por medio de los análisis que le dedicó Ricœur en Temps et récit. El interés de los historiadores franceses por el problema de las relaciones historia-relato es tardío, en particular si se lo compara con las discusiones sostenidas entre la comunidad angloestadounidense de historiadores desde los años 1960, como demuestran los ensayos reunidos en 2001 por Geoffrey Roberts en The History and Narrative Reader.

Los textos que Chartier dedicó a las relaciones entre el relato y la historia plantean una serie de preguntas. La que desearía abordar brevemente a modo de conclusión y en una perspectiva formalista como es la mía puede expresarse retomando las frases iniciales, citadas más arriba, respecto de la entrada “Relato e historia” en el Dictionnaire des sciences humaines. Si los historiadores, de acuerdo con Chartier, “en la actualidad son muy conscientes” de que son “productores de textos”, estos textos ¿pertenecen, necesariamente, al “género del relato”?[22] En otras palabras, para un historiador, ¿producir textos significa producir relatos y solo textos de este tipo? Responder esta pregunta implica –lo que no siempre fue el caso en los debates que mencioné– precisar lo que entendemos por “relato”. Chartier ofreció de inmediato una definición, indicando que tomaba el término “en el sentido aristotélico de ‘intriga de acciones representadas’”.[23] De forma más amplia, un teórico de la literatura como Gérard Genette diría que “relato” remite a la “representación de un acto o un acontecimiento, aunque sea único”, conduciendo a “una transformación, el pasaje de un estado anterior a un estado posterior y resultante”.[24] En realidad, las dos definiciones son muy próximas: un texto, para figurar en la categoría de relato, debe incluir, por lo menos, dos unidades (“acciones”, “acontecimientos”) dispuestos sobre un eje temporal (“intriga”), pudiendo quedar implícita la primera de esas unidades. Tomemos como ejemplo un tema trabajado por Chartier, como la Revolución francesa: el enunciado “la Bastilla era una prisión” no es un relato porque no representa una transformación. Pero el enunciado “la Bastilla fue tomada por el pueblo el 14 de julio de 1789” sí es un relato –sin duda, mínimo–, desde el momento en que describe un cambio producido tras una acción, el pasaje de un estado a otro.

¿Las definiciones que Aristóteles y Prince ofrecieron dan cuenta de la disposición textual de todos los textos comprendidos en la categoría “historiografía contemporánea”? Sobre la base, ciertamente limitada, de un corpus francés, respondí de forma negativa: en el sentido de la teoría literaria, gran parte de esta producción no pertenece al género narrativo.[25] Al no recurrir a ese género, las obras de Chartier ofrecen un excelente ejemplo. Si los textos que las conforman van, como todo escrito, de un punto a a un punto z, este avance muy raramente se realiza mediante un eje temporal. Uno de los pocos libros de Chartier que, considerado en su conjunto, correspondería a las definiciones de Aristóteles y de Genette es Cardenio entre Cervantès et Shakespeare. El historiador, como indica el subtítulo que le dio a su obra, reconstituye aquí la “historia” de una obra perdida de la cual rastrea las reapariciones desde 1613 hasta 1727. Pero la mayor parte de la producción de Chartier, como también la de la mayoría de los representantes de la Nueva Historia, es del orden del análisis. El historiador procede mediante un corte sincrónico y examina una cuestión con la cual diseca los diferentes aspectos de un determinado período. De este modo, Les origines culturelles de la Révolution française aborda diferentes puntos relativos a la pregunta que el capítulo viii formula explícitamente: “Las revoluciones culturales, ¿tienen orígenes culturales?”. Asimismo, las recientes obras de Chartier como L’Œuvre, l’atelier et la scène (2014) y La Main de l’auteur et l’esprit de l’imprimeur (2015) plantean problemas relativos a la materialidad del libro, principalmente con respecto a los roles respectivos del autor, del tipógrafo, del corrector, del impresor, incluso del traductor en la producción de una obra. Sin duda, Chartier examina las evoluciones, en particular la de la figura de autor, durante mucho tiempo anónimo antes de resultar central en el siglo xix, pero no la reconstituye ni describe las sucesivas etapas en un libro que adoptaría la forma de un relato por fases, según el modelo de L’Homme devant la mort de Philippe Ariès o de Le Syndrome de Vichy de Henry Rousso. A lo sumo, podríamos decir que esta evolución, como la decadencia del Mediterráneo tras la lectura que Ricœur hizo de Braudel, en Chartier constituye un relato en potencia y subyacente. En lo que concierne al análisis de los orígenes culturales de la Revolución francesa, podría considerarse como la etapa de un relato más extenso cuya siguiente fase sería el análisis de las consecuencias del mismo acontecimiento.

En la medida en que los estudios históricos, debido a la naturaleza de la disciplina, se sitúan en el tiempo, serían susceptibles, independientemente de su estructura, de aquello que podría llamarse una recuperación narrativa. Así pues, podríamos preguntarnos si existe algún tipo de beneficio teórico o pragmático en considerar que toda investigación histórica participa, en última instancia, del género relato. En todo caso, desde un punto de vista formalista, atento a las distinciones, parece preferible disociar los textos que sitúan sus datos en el tiempo de aquellos otros que los organizan en un eje temporal. Este procedimiento es, en efecto, más fecundo y susceptible de dar cuenta de la naturaleza de los diferentes modelos textuales a los que recurre no solo el historiador, sino también el investigador que da forma a los materiales que reúne.

 

Bibliografía citada

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Rousso, Henry, Le Syndrome de Vichy de 1944 à nos jours, París, Seuil, 1990 [1987].

Veyne, Paul, Comment on écrit l’histoire. Essai d’épistémologie, París, Seuil, 1971 [trad. esp. de esta primera edición por Mariano Muñoz Alonso: Cómo se escribe la historia. Ensayo de epistemología, Madrid, Fragua, 1972, y de la segunda edición de 1978 (con un cambio de subtítulo en el original) por Joaquina Aguilar: Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia, Madrid, Alianza Universidad, 1984].



[1] Évelyne Cohen y Pascale Goetschel, “Entretien avec Roger Chartier”, Sociétés & Représentations (París), vol. ii, nº 40, 2015, p. 289.

[2] Roger Chartier, L’Œuvre, l’Atelier et la Scène. Trois études de mobilité textuelle, París, Classiques Garnier, 2014, p. 8. [N. del E.: en la bibliografía se detallan todos los libros citados que tienen ediciones en castellano].

[3] Para un análisis más detallado del derrotero de Roger Chartier, cf. Bertrand Müller, “Chartier, Roger”, en Sylvie Mesure y Patrick Savidan (eds.), Le Dictionnaire des sciences humaines, París, Presses universitaires de France, 2006.

[4] Para un estado de la cuestión en el ámbito francés, cf., por ejemplo, François Dosse, “Récit”, en C. Delacroix, F. Dosse, P. Garcia y N. Offenstadt (eds.), Historiographies II. Concepts et débats, París, Gallimard, 2010, y Dominique Kalifa, “Récit”, en C. Gauvard y J.-F. Sirinelli (eds.), Dictionnaire de l’historien, París, Presses universitaires de France, 2015.

[5] Chartier, Roger, “Récit et histoire”, en S. Mesure y P. Savidan (eds.), Le Dictionnaire des sciences humaines.

[6] Chartier discute con más detalle las tesis de White en “Figures rhétoriques et représentations historiques. Quatre questions à Hayden White”, un ensayo publicado en Storia della Storiografia (Pisa), n °24, 1993, e incluido en la primera edición de Au bord de la falaise. L’histoire entre certitude et inquiétude (París, Albin Michel, 1998).

[7] Michel de Certeau, L’Écriture de l’histoire, París, Gallimard, 1975, pp. 64 y 972 respectivamente.

[8] Roger Chartier, “L’histoire entre récit et connaissance”, en la segunda edición de Au bord de la falaise. L’histoire entre certitude et inquiétude en la colección “Bibliothèque de l’Évolution de l’Humanité” (París, Albin Michel, 2009, p. 104), edición que utilizaremos de aquí en más.

[9] Ibid., p. 106.

[10] Ibid., p. 108.

[11] Ibid., p. 111.

[12] Roger Chartier, “Philosophie et histoire”, en ibid., pp. 292 y 294 respectivamente.

[13] Ibid., p. 295.

[14] Ibid., p. 302.

[15] Roger Chartier, “Positiviste (Histoire)”, en J. Le Goff, R. Chartier y J. Revel (eds.), La Nouvelle histoire, París, Retz-c.e.p.l., 1978, p. 461.

[16] Jean Lacouture, “L’histoire immédiate”, en ibid., p. 275. La obra que menciona Lacouture es L’Inventaire des différences (París, Seuil, 1976).

[17] Jean-Louis Flandrin, “Sexualité”, en ibid., p. 511. El artículo de Veyne mencionado por Flandrin se titula “La famille et l’amour sous le Haut Empire romain”, Annales. Économies, sociétés, civilisations (París), Año xxxiii, nº 1, enero-febrero de 1978, pp. 35-63.

[18] Paul Veyne, Comment on écrit l’histoire. Essai d’épistémologie, París, Seuil, 1971, p. 10.

[19] Roger Chartier, “Philosophie et histoire”, p. 294.

[20] Roger Chartier, “Stratégies et pratiques. De Certeau et les ‘arts de faire’”, en R. Chartier, Au bord de la falaise, p. 194.

[21] Dominique Kalifa, “Récit”.

[22] Roger Chartier, “Récit et histoire”, col. 969a.

[23] Ibid.

[24] Gérard Genette, Nouveau discours du récit, París, Seuil, 1983, p. 14.

[25] A este respecto, cf. Philippe Carrard, History as a Kind of Writing. Textual Strategies in Contemporary French Historiography, Chicago, The University of Chicago Press, 2017.