Adrián Velázquez Ramírez
La democracia como mandato. Radicalismo y peronismo en la transición argentina (1980-1987),
Buenos Aires, Imago Mundi, 2019, 186 páginas
En la conferencia “Mal de archivo”, de 1994, Jacques Derrida recuerda que con el término arkhé los griegos nombraban tanto el comienzo como el mandato. Dice:
Este nombre coordina aparentemente dos principios en uno: el principio según la naturaleza o la historia, allí donde las cosas comienzan –principio físico, histórico u ontológico–, mas también el principio según la ley, allí donde los hombres y los dioses mandan, allí donde se ejerce la autoridad, el orden social, en ese lugar desde el cual el orden es dado.
I
La referencia de Derrida puede servir como un punto de partida para situar el recorrido que Adrián Velázquez Ramírez presenta en su libro sobre la recuperación institucional y la imaginación conceptual sobre la democracia política a partir de 1983. En efecto, no es impreciso señalar que comienzo y mandato son rostros de un mismo proceso cuando lo que se pretende es inscribir un nuevo tiempo de la experiencia política. Tiempo y espacio son metáforas que condensan la experiencia y que el concepto de transición democrática logró articular como un factor organizador de la misma. Si entre diferentes cosas democracia significa ruptura temporal y bisagra institucional, también incluye una nueva semántica de los discursos radicales y peronistas en su búsqueda de nuevas formas de representación identitarias. El mandato, como un modo de articular las demandas políticas de una época, pone a jugar formas posibles de representar que eluden una visión trascendental de los actores sociopolíticos. Hay allí un eje central de este trabajo. Al no ser mero conteo de las partes ni espejo de la sociedad, el trabajo de la representación implica un ejercicio creativo que en el mismo movimiento pretende fundar una nueva temporalidad de la política. Así, pues, doble inscripción de la arkhé democrática.
Organizado en torno al período 1980-1987 y concentrándose en diferentes intervenciones discursivas (con epicentro en las destacadas figuras de Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero), el libro desarrolla el curso que van tomando las fuerzas políticas y sus principales referentes ya desde los inicios de los años ’80. Con un énfasis centrado en una descripción histórica más exhaustiva, este trabajo se suma a un conjunto de producciones que ya desde hace algunos años han venido contribuyendo a dilucidar las condiciones intelectuales, políticas y discursivas del proceso democrático abierto en 1983.[1] Así, recuperando un conjunto de ideas y debates de la época, Velázquez indaga en aspectos clave de la formación de las dos culturas políticas locales más importantes, mostrando asimismo que muchas de las articulaciones conceptuales y discursivas que hoy dan forma a la esfera pública tuvieron en el transcurso de esos años un momento de compleja elaboración. Allí figuran la cuestión populista, el pluralismo, la representación y las identidades políticas, por nombrar los problemas teóricos y políticos más importantes que este trabajo se encarga de abordar desde un análisis centrado en los discursos políticos.
II
Decíamos, entonces, comienzo político e institucional: punto de
partida con eje en los partidos políticos como los actores privilegiados de un
horizonte posautoritario. Según las motivaciones del autor, “el presente libro
se propone indagar sobre este proceso de cambio en el lenguaje político,
focalizando en los cambios identitarios que durante la década de los ochenta
experimentaron tanto el radicalismo como el peronismo”. En efecto, hay aquí un
punto importante en la estructura del libro que es necesario subrayar. Distante
de cualquier esencialismo, el discurso sobre la conformación de las identidades
sociopolíticas en los años ‘80 se dirige a producir un efecto de ruptura y a
trazar un
punto de inflexión en las dos principales fuerzas políticas del país. Siguiendo
la perspectiva analítica de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en el tratamiento
de la organización social de las identidades políticas, Velázquez se aleja de
un abordaje que remita a un centro explicativo último, confesando su adhesión a
una perspectiva posestructuralista. En efecto, de alcance político pero también
intelectual, la experiencia de ruptura signará hacia adelante el devenir de los
actores que propiciaban un cambio en los modos de producir la relación de
representación. Un resultado parcial podrá observarse en las elecciones de 1983
cuando se consolida una competición política de tipo bipartidista, elevando a
la ucr como primera fuerza
nacional electoral. En ese marco, parte del trabajo de esos mismos partidos
rendía sus frutos, al posicionarse como las dos fuerzas políticas con mayor
capacidad de producir representación. Sin embargo, al menos en los primeros dos
años, las diferencias fueron notables para unos y otros. En ese contexto, no
cabe duda de que los resultados del discurso alfonsinista, aprovechando el
cisma peronista, produjeron un potente efecto performativo.
Por entonces, el liderazgo de Alfonsín dominaba la escena y las tensiones en el peronismo no hacían más que aflorar. Convulsionado y desorientado, el sector renovador dará un paso importante para producir una ruptura en el partido: también cumplía con su mandato histórico. El descrédito del período en el gobierno anterior al golpe de Estado de 1976, la derrota en las elecciones presidenciales de 1983 y la voluntad alfonsinista de representar a actores históricamente peronistas como una estrategia más amplia de representación –sin olvidar los efectos que dejó la denuncia del pacto sindical-militar por parte de Alfonsín–, hacían madurar las condiciones para el nacimiento de ese sector en el peronismo. Como la renovación era en gran medida un resultado de la derrota electoral del ‘83, sus principales referentes interpretaron que era necesaria cierta apropiación de la semántica política puesta en circulación por el alfonsinismo. Intentaban un peligroso juego de identificación, con el riesgo de diluir la propia identidad. Efectivamente, apenas un par de años después la historia daba un golpe de maestría dialéctica, generando condiciones para su posterior derrota a manos del ex renovador Carlos Saúl Menem. Incluso el triunfo de Cafiero como gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1987 resultaría un factor insuficiente de cara a la interna peronista de 1988. Como confirma el propio Velázquez en un pasaje de su libro: “La apropiación y confirmación de un nuevo lenguaje político en el que paulatinamente convergieron radicalismo y peronismo, no debe, sin embargo, impedir apreciar las diferentes gramáticas exhibidas por una y otra fuerza política”.
Pero el cambio conceptual también exige un nuevo punto de partida.
Con un ojo puesto en el pasado y otro hacia el futuro, el autor observa este
doble registro que se da en la retórica movimientista y en
la vocación hegemonista de Alfonsín, en el contexto de una irremediable escena
pluralista. El radicalismo buscaba condensar esas tensiones productivas en
torno a la búsqueda de una novedosa representación. Esta operación, recurrente
en fuerzas políticas con un pasado popular, convocaba en el tiempo pretérito un
imaginario de fuerzas políticas movilizantes, que vía un krausismo de tipo
moral asumieran el sentido de las demandas del presente. El
procedimiento confirmaba en cierta medida la voluntad de crear un lenguaje
político que diera sustento y legitimidad a la experiencia en ascenso, dotando
de nuevos significados a la práctica democrática y al concepto de lo político
que le subyacía (un aspecto, este último, tal vez no muy trabajado por el
autor).
Así, cambio político y cambio conceptual son dimensiones que con sus propios ritmos y modalidades forman parte de un mismo ejercicio hacia adelante. La investigación de Velázquez indaga en el proceso político con eje en el cambio conceptual, y a partir de allí observa cómo las innovaciones en el interior de un vocabulario político, que históricamente lo antecede, pueden inscribirse en términos de futuro pasado como posibilidad de ordenar las acciones del presente. En contra de cierto sentido común contemporáneo que tiende a producir una escisión o incluso a negar la relación entre acción política y orientación de los conceptos, Velázquez repone la noción básica de que un espacio público democrático es también el resultado por la lucha de ideas y la enunciación legítima, que desde su propuesta de análisis se desenvuelve alrededor de la noción de representación como un modo privilegiado de observar los pliegues de la dinámica social.
En este contexto
surgían categorías de autoidentificación como la de “tercer movimiento
histórico”, que Alfonsín movilizaba también desde un imaginario popular y con
la condición de mantenerlo a distancia de cualquier connotación populista.
Recordemos que el término populismo, de múltiples usos actuales, en el
transcurso de los años de la transición era usado, sobre todo en el ámbito de
la discusión conceptual, como índice de ruptura para delimitar pasado de
presente, autoritarismo de democracia y radicalismo de peronismo. Fueron
ciertas figuras intelectuales en torno al proyecto de Alfonsín las que
comenzaron a darle esos usos. Si esos sujetos tenían la intención de establecer
ante todo una diferencia político-conceptual, el discurso de Alfonsín apuntaba
a dar forma a las acciones de un presente que pudiese ordenar el futuro. Para
él, esa distinción era un aspecto de una discusión mayor sobre la democracia
como práctica y, fundamentalmente, sobre qué actores podían encarnarla en una
sociedad en transición hacia un régimen posautoritario. Así, el proceso de
transición y la formación de las identidades políticas en democracia tomaban
forma sobre la búsqueda de un bipartidismo renovado.
III
Si este proceso puede ser leído desde diferentes ángulos, hay un interés notorio por recuperar una dimensión asociada al surgimiento de ciertas ideas políticas y sus significados en un contexto lingüístico dado. Las preguntas sobre cómo se crea un nuevo lenguaje político, cuáles son las condiciones que posibilitan la emergencia de una posible innovación conceptual y quiénes son los creadores y/o receptores de esa posible semántica están a la orden del día. Velázquez da varias pistas, sobre todo indagando en los discursos de los políticos de esos años. Por supuesto, estas preguntas no son sencillas de responder y es imposible que un solo trabajo pueda hacerlo más que de un modo parcial.
Partiendo de la idea de Reinhart Koselleck de que los conceptos políticos orientan y movilizan a los actores, aquí la democracia y sus posibles significados arraigan históricamente, al tiempo que el autor está atento a la capacidad de los líderes partidarios de producir representación en medio de los cambios que signan una época de crisis. Como hemos dicho, la representación no es portadora de un significado único, sino que es vista dinámicamente en relación a las estrategias discursivas de los actores y sus efectos performativos. La noción de representación elaborada no produce una clausura de sentido, pues se mantiene abierta y condicionada a las relaciones de fuerzas que surcan a la sociedad contemporánea.
Una última reflexión. A lo largo de las páginas del libro una ausencia se hizo presente. Me refiero al énfasis puesto sobre los intelectuales, que cumplieron un papel destacado en la organización de las ideas políticas del período estudiado, así como en el acompañamiento, a veces orgánico y otras veces no tanto, del proceso abierto en 1983. Tanto desde el polo radical y sus satélites, como desde el campo de los peronistas renovadores, el lugar de los intelectuales cumplió un papel ostensible. Sin embargo, con este señalamiento no se pretende sugerir la idea de infinitas interpretaciones de una época, sino que se trata –siguiendo una de las búsquedas del libro– de poder captar el proceso de construcción conceptual en una dimensión más amplia, dando lugar a aquellos procedimientos que intentaron organizar, enunciar y brindar un direccionamiento al proceso de la transición. En el registro de la historia reciente y en los aportes de la historia intelectual, decir democracia en el Cono Sur de los años ‘80 es también convocar a las figuras intelectuales.
Finalmente, el libro de Adrián Velázquez Ramírez es una contribución muy importante para comprender una época de la historia reciente a través de sus discursos, acciones y efectos en el tiempo, que sin lugar a duda, y como lo demuestra el libro, sigue siendo necesario indagar.
Nicolás Freibrun
Universidad Nacional
de Mar del Plata
[1] Amilcar Manuel Salas Oroño, Ideología y democracia: intelectuales, partidos políticos y representación partidaria en Argentina y Brasil desde 1980 al 2003, Buenos Aires, Pueblo Heredero, 2012. Ariana Reano y Julia Smola, Palabras políticas. Debates sobre la democracia en la Argentina de los ochenta, Avellaneda, undav Ediciones, 2014. Nicolás Freibrun, La reinvención de la democracia, Intelectuales e ideas políticas en la Argentina de los ochenta, Buenos Aires, Imago Mundi, 2014. Martina Garategaray, Unidos, La revista peronista de los ochenta, Bernal, unq Editorial, 2018.