Miranda Lida,
Amado Alonso en la Argentina. Una historia global del Instituto de Filología (1927-1946),
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2019, 184 páginas
El nuevo trabajo de Miranda Lida da cuenta desde su mismo título de las dos grandes apuestas metodológicas en las que se articula esta investigación. Por un lado, el hecho de que lejos de plantear algún tipo de distinción entre una y otra, la autora propone reconstruir la historia de Amado Alonso en la Argentina como una forma de, necesariamente, reconstruir la historia del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires antes del peronismo. Al margen de que una distinción de ese tipo resultaría en una visión un tanto sesgada, el análisis de Lida pone el acento justamente en la imposibilidad de escindir al hombre de la institución. En este caso, en tanto el Instituto de Filología fue el ámbito que cobijó los años más activos y fructíferos de la producción de Alonso, quien por su parte impulsó un modelo de institución científica que llevaría al Instituto a convertirse en un centro de investigación de avanzada, logrando un prestigio internacional que alcanzaba también, lógicamente, a su director.
La otra gran apuesta de Lida consiste en analizar el objeto de estudio desde una perspectiva que ella denomina “global”, es decir, atendiendo a un contexto no únicamente local, por lo que la historia de Alonso y el Instituto de Filología se despliega mirando constantemente a un lado y otro del Atlántico y, en especial, como es de esperar, a España. Esta perspectiva doble permite entender no solo el contexto de creación del Instituto –en el cual estuvieron involucrados intereses peninsulares que explican a su vez la elección de un director español para conducir la institución–, sino también el éxito que supuso la extensa estadía de Alonso en la Argentina. Tal éxito radica no solo en su talento como científico y en su habilidad para la gestión –cualidades innegables, por otra parte–, sino también en una coyuntura desfavorable para las instituciones culturales de España, que atravesada por las urgencias de una guerra civil fue cediendo terreno en la posición de liderazgo que ostentaba en el mundo hispánico, situación que fue hábilmente capitalizada por Alonso para posicionarse a sí mismo y a la institución que dirigía como faro de los estudios en lengua española.
El de Miranda Lida es un libro breve pero a la vez denso en información, que por otra parte se encuentra impecablemente desplegada a lo largo de sus cinco capítulos, cada uno de ellos dedicado al análisis de los distintos momentos que la autora identifica en la historia de Alonso y el Instituto de Filología. El primero de ellos describe los pormenores de las negociaciones para la creación del Instituto entre el entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Rojas, y Ramón Menéndez Pidal, el director del Centro de Estudios Históricos de Madrid, en una coyuntura local todavía atravesada por los efectos lingüísticos de la inmigración, lo que incentivó el interés por el estudio de la lengua de un modo científico y por la filología como disciplina en las universidades argentinas. A ello se sumaron los aires de renovación como producto de la reforma universitaria de 1918, a raíz de lo cual se promovió la creación de institutos de investigación y la apertura a la colaboración con instituciones académicas extranjeras. Esto último coincidió con las acciones emprendidas por parte de los organismos científicos españoles, en particular, la Junta de Ampliación de Estudios y el mencionado Centro de Estudios Históricos, que veían, a su vez, a la lengua española como el punto en común a partir del cual asentar una expansión cultural que afianzara un sentido de pertenencia en las ex colonias que fuera ante todo hispanoamericano, en especial en Buenos Aires, cuyas élites se habían caracterizado hasta ese momento por sus afinidades más bien francófilas.
El segundo capítulo se ocupa de repasar, además de la formación académica de Alonso en España y Alemania, sus primeros pasos tras su llegada a la Argentina luego de una estadía en Puerto Rico que tuvo por propósito, en buena parte, prepararlo para sus tareas como director del Instituto de Filología de Buenos Aires, a partir de tomar contacto con el funcionamiento del Departamento de Estudios Hispánicos que, apadrinado por el Centro de Estudios Históricos, funcionaba en aquella isla. La llegada de un español a dirigir un instituto argentino sobre temas lingüísticos no se produjo sin tensiones, especialmente en un contexto en el que la pregunta por el idioma nacional todavía era objeto de debate en los círculos intelectuales y en la prensa. Miranda Lida da cuenta de esas tensiones en este capítulo, especialmente cuando se ocupa de reseñar algunas de sus más conocidas manifestaciones, como es el caso de las embestidas de Arturo Costa Álvarez y Vicente Rossi contra Alonso y el Instituto de Filología. Otro de los aspectos más atractivos de este capítulo es el análisis que Lida hace de las primeras decisiones que Alonso tomó como director, a partir de las cuales fue trazando un perfil más abierto y menos condenatorio de las formas lingüísticas locales. Esto le valió a Alonso una simpatía de la que no habían gozado sus predecesores, en especial su colega y compatriota Américo Castro, en quien se evidencia un pensamiento menos permeable al ambiente porteño. Si bien ambos filólogos eran conscientes de la importancia de la tarea a realizar en Buenos Aires –ya en 1923 el mismo Castro afirmaba: “veo más claro que la luz de nuestro porvenir como país es América”–, Castro siempre sostuvo una mirada más bien prejuiciosa y pesimista respecto de las posibilidades que ofrecía el ambiente intelectual y social argentino, que nunca lo atrajo del todo y al que tampoco logró seducir. El en ese entonces joven Jorge Luis Borges lo sintetizó de manera contundente: “no sabe impresionarnos”. Este contrapunto entre Amado Alonso y Américo Castro que la autora sutilmente delinea en diversos momentos del libro es interesante en tanto en cierto modo contribuye a explicar por qué el perfil de Alonso logró insertarse tan plena y exitosamente en el ambiente académico y social local.
El tercer capítulo se dedica a reconstruir en detalle los lineamientos de la gestión de Alonso y su agenda de trabajo, que tuvo como principales objetivos la formación de recursos humanos y la publicación de las investigaciones del Instituto de Filología. Ambos objetivos pudieron encararse con éxito gracias a las hábiles gestiones de Alonso, tanto para conseguir recursos para el Instituto como para administrarlos con eficiencia. Por un lado, la institución pudo sostener su volumen de trabajo gracias a que su director hizo de esta un verdadero semillero de especialistas que alcanzarían a su vez nombre propio, como es el caso de Raimundo y María Rosa Lida o de Ángel Rosenblat. Este trabajo en la formación de discípulos, sumado a los cuantiosos recursos obtenidos, provenientes no solo de la Universidad sino también del Congreso Nacional y de fondos privados –especialmente los vinculados a las instituciones españolas en la Argentina–, hizo posible que pudieran concretarse proyectos de largo alcance como la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana o la Colección de Estudios Estilísticos, que le valieron al Instituto de Filología no solo prestigio sino también un reconocimiento internacional que fue creciendo a contracorriente de la coyuntura al otro lado del Atlántico. Esto es particularmente visible en la reconstrucción que Lida ofrece acerca de las disputas alrededor de la creación de la Revista de Filología Hispánica, proyecto de Alonso al que su mentor Menéndez Pidal se mostró reticente en un principio, tal vez por temor de que pudiera llegar a opacar o desplazar a la Revista de Filología Española fundada por él en 1914. Sin embargo, una vez descontinuada la revista madrileña a causa del avance de la guerra, Alonso decidió retomar el proyecto y fundar, en colaboración con la Universidad de Columbia, la revista que representaría la consolidación de la proyección internacional del trabajo del Instituto, convirtiendo a la Facultad de Filosofía y Letras en “el centro de las investigaciones hispánicas de todo el mundo”, según palabras de Alonso al decano Emilio Ravignani. Por su parte, esta colaboración con la Universidad de Columbia es reveladora respecto de los cada vez más estrechos vínculos entre el Instituto de Filología y la academia norteamericana, que serán decisivos en los destinos de Amado Alonso y de sus discípulos en años posteriores, de los que Lida da cuenta en el último capítulo del libro.
Por otra parte, si Alonso logró arraigarse en la esfera cultural argentina y ganar la aceptación y el reconocimiento de los círculos intelectuales locales fue porque a su faceta de académico y científico sumó toda una dimensión de hombre público, capaz de formar parte e intervenir activamente en los diversos grupos literarios, revistas, editoriales y demás espacios de sociabilidad que conformaban la escena cultural porteña. Lida reconstruye esta dimensión pública de Alonso a partir de tres ejes, que desarrolla a lo largo del cuarto capítulo. El primero de ellos es su participación en las revistas culturales argentinas más influyentes de la época, como Nosotros y, fundamentalmente, Sur, de la que llegó a formar parte del comité editorial. En segundo lugar, Lida destaca especialmente su trabajo en la editorial Losada, que a instancias de Alonso “fue tanto una casa amiga para el Instituto de Filología como un lugar a través del cual colaborar de manera solidaria con el exilio republicano español”. En tercer lugar, y justamente en relación con esto último, este capítulo contempla además una de las facetas tal vez menos exploradas de Amado Alonso, su compromiso político, que suele ser mencionado cuando se alude a su participación en Losada, de conocidas afinidades republicanas, pero mucho menos en lo que se refiere a su colaboración activa en diversas acciones de ayuda internacional suscitadas a raíz de la guerra civil en España. Lida reconstruye el papel fundamental que el filólogo tuvo en la Junta Argentina para la Ayuda de los Universitarios Españoles y, tras la posterior instauración del régimen franquista, y con el avance del nazismo en el resto de Europa, su vinculación con las diversas iniciativas emprendidas desde la Institución Cultural Española de Buenos Aires para lograr la inserción de académicos españoles en las universidades argentinas.
La culminación de este período fructífero tanto para
Amado Alonso como para el Instituto de Filología está narrada en el último
capítulo
–el más breve de los cinco–, en el que Lida reseña los pormenores de la salida
de Alonso de la Universidad de Buenos Aires y del país en un contexto político
en el que la mirada de las nuevas autoridades respecto del Instituto se
cargaron de recelos que obstaculizaron el funcionamiento que este había tenido hasta
ese momento. Fruto de esa nueva coyuntura nacional, Alonso, que para ese
momento había adoptado la nacionalidad argentina y había desistido de retornar
a España, terminó aceptando una invitación largamente postergada que le había
extendido la Universidad de Harvard y que le costaría la cesantía por parte de
las nuevas autoridades de la Facultad de Filosofía y Letras.
Uno de los puntos más fuertes de la investigación de Lida es sin duda el hecho de que está sostenida en un minucioso trabajo de archivo, en el que destacan especialmente los archivos personales, de los que proviene el abundante material epistolar de los que se nutre su análisis. Esto aporta una dimensión íntima en las relaciones entre las diversas figuras que toman parte en la historia del Instituto de Filología que se describen a lo largo del libro, y que resulta valiosa y original en tanto posibilita identificar ciertos matices particulares en la valoración de determinados eventos frecuentemente transitados por la bibliografía sobre el tema. En suma, esta documentada reconstrucción que ofrece la investigación de Miranda Lida permite tomar dimensión de las circunstancias y el modo en que se fueron tejiendo las relaciones personales e institucionales que cimentó Alonso en su desempeño al frente del Instituto de Filología y que marcaron a su vez la internacionalización de la actividad científica del Instituto, así como también la importancia que tendrán algunas de estas redes en la reubicación profesional de Amado Alonso y sus discípulos a partir de 1946.
Laura Sesnich
Universidad
Nacional
de la Patagonia Austral / Universidad Nacional
de La Plata / conicet