Carlos Aguirre y Charles Walker,
Alberto Flores Galindo. Utopía, historia y revolución,
Lima, La Siniestra, Ensayos, 2020, 234 páginas
Dar cuenta de la prolífica producción intelectual de Flores Galindo, de sus múltiples intervenciones en la escena pública del “Perú hirviente de nuestros días” y las controversias en las que intervino no es tarea sencilla. Para advertirlo alcanza con atender al ritmo frenético con que aparecieron sus libros como autor, coautor o compilador. Flores Galindo (1949-1990) se graduó en la Universidad Católica del Perú en 1972 con una tesis titulada Los Mineros de la Cerro de Pasco, 1900-1930. (Un intento de caracterización social y política) publicada dos años después y reeditada en 1983. En 1976 estuvo a cargo de la antología Tupac Amaru II- 1780: sociedad colonial y sublevaciones populares y publicó Arequipa y el sur andino, Ensayos de Historia regional, Siglos xviii-xx. Junto a Manuel Burga dieron a conocer Apogeo y crisis de la república aristocrática. Oligarquía, aprismo y comunismo en el Perú, 1895-1932, en 1979, y en 1980 Feudalismo y luchas campesinas, 1867-1960. En solitario ese mismo año publicaba La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern. En 1983 presentó su tesis doctoral en la ehess de París que se convirtió en libro al año siguiente: Aristocracia y plebe. Lima, 1760-1830. En 1985, junto a Nelson Manrique, Violencia y campesinado y en 1986 su libro de mayor repercusión internacional, Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes, reeditado en seis ocasiones y traducido al inglés y al italiano. Un año después compiló Independencia y revolución 1780-1840 y en 1988 Comunidades campesinas: cambios y permanencias, al mismo tiempo que publicaba una colección de artículos titulada Tiempo de plagas. Por último, no pueden quedar fuera de inventario su incisivo ensayo de 1986 publicado en 1999: La tradición autoritaria: violencia y democracia en el Perú, que formó parte en 2001 de esa hermosa antología que fue Los rostros de la plebe. Una abrumadora serie de textos sobre muy diversos temas y escritos en pocos, muy pocos años.
Para afrontar este frenesí Aguirre y Walker reunieron dos estudios que ya habían publicado y sumaron otros cuatro inéditos, aunque no se restringieron al análisis de sus textos. Por el contrario, optaron por abordar en cada capítulo un aspecto significativo de la trayectoria de Flores Galindo y lo tomaron como un foco de observación para examinar problemas más amplios del Perú y de América Latina en las décadas de 1970 y 1980. Quien emprenda la lectura del libro no debiera esperar una biografía, aunque sus trazos y sus ecos resulten evidentes, y tampoco una apología, aunque los autores no dejen de demostrar su reconocimiento, cariño y admiración. Y, sobre todo, consiguieron recuperar el más sugestivo de sus legados, los interrogantes con que interpeló a sus interlocutores y lectores.
Para Aguirre y Walker “No hay otro historiador en el Perú del siglo xx que haya logrado lo que Flores Galindo consiguió: conjugar en su obra y su esfuerzo vital (como investigador, profesor, conferencista, periodista, militante y animador de iniciativas culturales) el rigor académico, la pasión por la historia, una incesante curiosidad intelectual, y una tenaz intervención en el debate político”. La conexión entre sus inquietudes historiográficas y políticas era ineludible y el propio Flores Galindo la empleó como premisa en “La imagen y el espejo: la historiografía peruana 1910-1986”, su crítico balance de 1988: replantear los modos de hacer historia en el Perú era imprescindible para pensar qué era el Perú; pero ese replanteo tenía como requisito que los mismos historiadores rompieran el espejo en el que se miraban. Este es en buena medida el enfoque que adoptan Aguirre y Walker: tomar esa conexión como hilo conductor, examinar las maneras que utilizó Flores Galindo para indagar al Perú y su historia y dar cuenta de cómo se veía a sí mismo y de los espejos que buscó romper.
Un breve repaso lo pone en evidencia. En el capítulo 1 exploran conjuntamente su trayectoria intelectual atendiendo a la cuestión que la signó: las relaciones entre la “utopía andina” y la “utopía socialista”. Cómo pensó el legado de Mariátegui y los desafíos que se presentaban en una coyuntura histórica definida –1968/1990– que a la vez era la del auge y la crisis de la izquierda peruana y de la producción intelectual de Flores Galindo. Y en esta apretada síntesis concluyeron que su contribución más ambiciosa fue la noción de “utopía andina”, convertida en su guía para transitar la fracturada historia del Perú desde la invasión europea. Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes fue un libro de factura singular, y para Aguirre y Walker no caben dudas: ningún otro libro había propuesto un marco interpretativo tan ambicioso ni ofrecido un uso tan potente del género ensayístico.
En el capítulo 2 (“‘Más de una alternativa’: Flores Galindo y la independencia”) Walker examina las perspectivas desde las cuales Flores Galindo pensó este tema dilemático para la historiografía peruana y subraya la vigente fertilidad de algunas de sus propuestas. Pero además este examen contiene también una revisión crítica de los alcances y las limitaciones de la historiografía sobre la independencia del Perú puesta en el contexto de las latinoamericanas.
En el capítulo 3 (“Cultura política de izquierda y cultura impresa en el Perú contemporáneo: la formación de un intelectual público”) Aguirre reconstruye a través de las iniciativas de Flores Galindo las formas y los atributos de la cultura política de izquierda gestada en el Perú. Y aunque sea discutible que puedan ser solo asignados a la izquierda peruana, es revelador el análisis de sus prácticas de escritura y de los formatos empleados para interpelar a públicos muy distintos. En el capítulo 4 (“No hay isla feliz”: Flores Galindo, Cuba y la utopía socialista”) Aguirre se enfoca en una dimensión complementaria, pero desde una óptica más personal: cómo Flores Galindo pensó la Revolución Cubana y los dilemas que esa experiencia producían a la hora de imaginar las posibilidades de una “utopía socialista” para el Perú.
En el capítulo 5 (“Bordeando el abismo: Flores Galindo frente a Sendero Luminoso, la violencia y las crisis de los ochenta”) Walker se interna en las tensiones que suponían las relaciones entre pasado y presente examinando las condiciones de recepción en el Perú de Buscando un Inca y las controvertidas implicaciones de la noción de la “utopía andina”. Explora los angustiados textos de Flores Galindo en los últimos años de su vida y de los que dio cuenta en los últimos capítulos de la edición definitiva de 1988 y en otras intervenciones contemporáneas. Sigue con cuidado las modificaciones y las ampliaciones introducidas entre 1985 y 1988. Si el hilo articulador de los ensayos de Buscando un inca en su versión inicial habían sido las pistas de los modos populares de imaginar una utopía andina, los capítulos finalmente agregados y los demás textos escritos al mismo tiempo eran esbozo de una historia de larga duración de las relaciones entre Estado y sociedad, el autoritarismo y la violencia en el Perú. Reconoce en esos textos las mejores características de Flores Galindo como historiador: su creativo uso de las fuentes, su capacidad para combinar una visión de larga duración con un afinado olfato para captar historias humanas reales y su esfuerzo para repensar el Perú y sus tradiciones históricas.
En el capítulo 6 (“Una pasión correspondida: Flores Galindo y la literatura”) Aguirre ofrece un jugoso examen para comprender la sugestión de su escritura y su formación como historiador. Esa relación íntima y entrañable con la literatura aparece como una clave de lectura reveladora sobre Flores Galindo y sobre otros historiadores latinoamericanos de la misma generación.
A pesar de los hallazgos e inestimables propuestas del libro de Aguirre y Walker hay algunas cuestiones que merecerían un tratamiento más sistemático. Por ejemplo, el proceso de formación de Flores Galindo como historiador y las transformaciones en su modo de pensar y hacer historia hasta la versión definitiva del libro que lo hizo famoso. Las diferencias entre Arequipa y el sur andino y Aristocracia y plebe son notables, del mismo modo que lo son las que se presentan entre este libro y Buscando a un inca. En poco tiempo Flores Galindo había experimentado maneras muy diferentes de trabajo: desde las formas más conocidas de historia económica y social regional hasta el psicoanálisis pasando por la historia “desde abajo” o de las mentalidades para expresarlo con brutal sencillez.
Que Flores Galindo haya estudiado en instituciones católicas, que fueran los cursos de Gustavo Gutiérrez los que lo indujeron a repensar la religión, la espiritualidad y la conexión entre intelectuales y sectores oprimidos, como se sostiene, y que se desempeñase entre 1978 y 1982 como director de Allpanchis (la revista del Instituto de Pastoral Andina) amerita interrogarse sobre las marcas de esas experiencias en su producción intelectual, en su decisión de rastrear la “utopía andina”, en el giro cultural que adquirieron sus ensayos o en los mismos atributos de la cultura política de la nueva izquierda que, por cierto, no se manifestaron solo en el Perú.
A su vez, las influencias y las interacciones entre Flores Galindo y la historiografía internacional de las décadas de 1970 y 1980 son también dimensiones ineludibles, particularmente para el Perú, que concitaba entonces mucha atención desde Francia y los Estados Unidos y desde donde su historiografía se nutría de innovadoras contribuciones. Sin embargo, no quedan claras las razones por las cuales pasó de su idea inicial de investigar a Túpac Amaru con la orientación de Pierre Vilar a escribir una tesis en la ehess bajo la dirección de Ruggiero Romano dedicada a la sociedad limeña, apelando a una periodización (1760-1830) que por entonces no era habitual y que hoy es la más aceptada como pertinente. Si la influencia de la francesa parece ser más marcada en Arequipa y el sur andino y está presente en Aristocracia y plebe…, este libro también registra una recepción muy activa y marcada de la historiografía británica, aunque en él y en Buscando un inca puede reconocerse la influencia de la historia de las mentalidades, no siempre en forma explícita como sí lo reconocía Manuel Burga, con quien compartió la estadía francesa.
Finalmente, en el examen de la formación de Flores
Galindo convendría haber prestado mayor atención a sus lecturas de Mariátegui.
En particular, la que plasmó en La agonía de Mariátegui cuyo tema –el
análisis de las controversias de Mariátegui con el apra y con la III Internacional– es inseparable de la
decisión de rastrear la “utopía andina”. Obviamente porque fue su vía
primordial de acceso al marxismo y también por la intensidad que tenían los
debates al respecto en la izquierda peruana y latinoamericana de la década
de 1970. Pero también porque esa lectura sugiere mucho sobre las
opciones y las exploraciones de Flores Galindo: para él, Mariátegui “acabó
elaborando una manera específica
–peruana, indoamericana, andina– de pensar a Marx”. Además, de este modo
quedarían de relieve otras vertientes de sus lecturas y formación, incluyendo
las reflexiones producidas al mismo tiempo sobre la historia y las desventuras
del marxismo en América Latina, como las de José Aricó. El mismo título
parafraseaba el que tenía un artículo de Miguel de Unamuno sobre el
cristianismo y en su examen de los desacuerdos de Mariátegui con los emisarios
de la III Internacional en la conferencia realizada en Buenos Aires en 1929 no
dejó de subrayar enfáticamente que fueron dos nociones –“ensayos” y “realidad
peruana”– las que provocaron su mayor reticencia e inquina. De alguna manera,
este trabajo prefigura la forma y algunos de los contenidos de Buscando un
inca.
Si bien Flores Galindo fue uno de los primeros en emplear asiduamente la “utopía andina” como noción orientadora y tuvo una decisiva influencia en su difusión, quizás sea exagerado considerarla como su “contribución más ambiciosa”. Más bien, parece haber sido una creación colectiva, ambigua y polisémica a la que también apelaron casi simultáneamente otros autores como Jan Szeminski y Manuel Burga; estaba en circulación y la tornó problemática que Flores Galindo la empleara para transitar toda la historia andina y no solo el período colonial. Su amplia difusión y las discusiones que suscitó no pueden separarse del ambiente a la vez paradójicamente propicio que encontró, en el que intervinieron múltiples vectores: por un lado, el desarrollo de la etnohistoria y en particular de la andina y la multiplicación de estudios históricos de las movilizaciones campesinas e indígenas, su examen como actores políticos y por tanto el análisis de sus ideologías y programas; por otro lado, la irrupción de Sendero Luminoso y del terrorismo contrainsurgente en el Perú de la década de 1980. El debate fue intenso y ha seguido vigente, adquiriendo un decurso singular: aunque hoy existe consenso en identificar imaginarios utópicos en ciertos momentos de la historia de los Andes, no hay acuerdo en que hayan tenido un alcance pan-andino y la misma noción de “lo andino” está en abierta discusión.
“He llegado ayer al país clásico del sol, de los Incas, de la fábula y de la historia” le escribía Simón Bolívar a José Joaquín Olmedo desde el Cuzco el 27 de junio de 1825. De muy diversas maneras esa sensación se replicó en distintos momentos de la historiografía peruana y Flores Galindo se propuso superarla. Estaba convencido de que era necesaria una historia más plural y su aventura intelectual, ambiciosa, quizá desmesurada, apuntaba en esa dirección; solo así podía darse cuenta de las distintas historias que habían hecho la historia del Perú e imaginar una nación que reclamaba una utopía de futuro en ese tiempo de “Sueños y pesadillas”, como tituló el epílogo de Buscando un inca.
El libro de Aguirre y Walker invita a pensar si no es necesario reconstruir de nuevas maneras las múltiples tramas que dieron forma a toda una generación de historiadores latinoamericanos y latinoamericanistas, ofrecer una mirada que vaya más allá de sus textos y que reponga la intensidad de las intersecciones de sus trayectorias y la densidad de sus ámbitos de conexión. Y frente a esa tarea quizá convenga recuperar algo que Flores Galindo escribió en su conmovedora carta de despedida del 14 de diciembre de 1989: “No creo que haya que entusiasmar a los jóvenes con lo que ha sido nuestra generación. Todo lo contrario. Tal vez exagero. Pero el pensamiento crítico debe ejercerse sobre nosotros”. La invitación –coherente con el trabajo que había realizado sobre sus predecesores– no era su única interpelación a las nuevas generaciones: también recordaba que era necesario que recuperasen “la capacidad de indignación”, que no se resignasen ante los oprobios del presente y que, si aspiraban a tener un futuro “ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad”. Se trataba, en definitiva, de reencontrarse con “la dimensión utópica”.
Raúl O. Fradkin
Universidad de Buenos Aires / Universidad de Luján