Aimer Granados y Sebastián Rivera Mir (coords.),

Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo xx, México, El Colegio Mexiquense y Casa abierta al tiempo, 2018, 284 páginas

La compilación preparada por los historiadores Aimer Granados y Sebastián Rivera Mir se compone de diez artículos, entre los que se cuenta una colaboración de cada uno de ellos. Los antecede una breve introducción de autoría conjunta preparada a fines de 2017. Allí se aclara que el proyecto tuvo su inicio en la vinculación de tres mesas de trabajo del Tercer Congreso de Historia Intelectual de América Latina, organizado en 2016 en El Colegio de México. Los compiladores destacan la consolidación en nuestro continente de los estudios sobre la sociología y la historia del libro y la edición. Las recientes investigaciones sobre las prácticas editoriales en los países de América Latina estarían motivadas tanto por la recepción de los estudios, particularmente, de Donald F. McKenzie, Roger Chartier y Randall Collins –a los que los artículos agregan los de Robert Darton y Jean-Yves Mollier– como por la mayor atención a los espacios de sociabilidad, las redes intelectuales y la materialidad que caracteriza el pasaje de la “historia de las ideas” a la “historia intelectual”.

Los diez artículos se agrupan en tres apartados temáticos y ofrecen estudios de casos, en su mayoría centrados en una ciudad latinoamericana. Ellos terminan por visibilizar a editores e intelectuales –y a algunos pasajes de una figura a otra– involucrados en muy diversas prácticas editoriales. Los artículos de los dos primeros apartados –titulados “Edición, ideología y política” y “Ediciones, literatura y escritores”– se ocupan de los libros. En cambio, el tercero, “Ediciones, revistas y cultura impresa”, se detiene en una serie de revistas. Así, las prácticas editoriales señaladas en el título de la compilación van desde la fundación y desarrollo de un sello editorial mexicano, argentino, venezolano o español dedicado al libro de izquierdas, al libro cultural o al libro literario –en los que algunos intelectuales participaron como editores, o bien como autores, asesores de los catálogos, compiladores, prologuistas, traductores o reseñistas– hasta la publicación de revistas sobre las artes gráficas en Buenos Aires y Santiago de Chile, de mensuarios culturales chilenos y de breves revistas evangélicas y progresistas colombianas.

Los cuatro artículos del primer apartado ofrecen distintos acercamientos a un tipo de “libro político”, el libro de izquierdas. En “Arnaldo Orfila Reynal como empresario socialista. Unidad y diferencias al interior de Siglo xxi, una editorial de izquierdas y exitosa en el espacio cultural iberoamericano”, Gustavo Sorá vuelve sobre la biografía de Orfila Reynal para mostrar, a partir de diversos testimonios y del análisis del catálogo editorial, que las posibilidades y las decisiones editoriales de Siglo xxi –y de la mayoría de los sellos políticos– no dependen únicamente de las afinidades políticas de los editores, sino también de los mercados transnacionales. Con ello se sugiere que todo estudio de la estructura organizacional de una editorial política debería precisar la tensión inevitable entre definiciones político-culturales y condicionamientos comerciales. El siguiente artículo pertenece a José Carlos Reyes Pérez y se titula “Ediciones Era y Siglo xxi de Argentina: la difusión latinoamericana de la nueva izquierda”. Allí se retoman, en parte, las caracterizaciones de Sorá, pues la editorial mexicana Era es contrastada con el catálogo preparado por José Aricó para la filial argentina de Siglo xxi. Con ello se recuperan interesantes vinculaciones entre dos catálogos que participaron de la renovación marxista de la “nueva izquierda”, pero en la definición de esta se recurre a estudios críticos que no terminan de ser útiles. Es que para el caso argentino se cita bibliografía que inscribe a la Revolución Cubana y al guevarismo en la nueva izquierda mientras que para el caso mexicano se retoman análisis según los cuales la nueva izquierda se reduce a expresiones antidictatoriales que excluyen el proceso cubano.

La colaboración de Rivera Mir, “La difusión del marxismo en tiempos convulsos. Rodrigo García Treviño y Editorial América (1936-1940)”, nos invita a retrotraernos varias décadas para centrarnos en un momento del itinerario político-intelectual de un intelectual que pasó de ser un entusiasta editor de libros marxistas a un decidido anticomunista. La puesta entre paréntesis de ese pasaje le permite a Rivera Mir reconstruir el desafío revolucionario buscado por la Editorial América en un momento clave para la historia política mexicana, el de la radicalización de la Revolución que impulsó el cardenismo. En una escala amplia, ello subraya la comprensión que ofrecen los análisis sobre la edición que realizan un recorte sincrónico inscrito en el giro material.

La tensión destacada por Sorá entre la dimensión político-cultural del libro y su dimensión comercial recibe un nuevo análisis en el último capítulo de este apartado, “Hacia una historia del mundo impreso del comunismo argentino. La editorial Problemas (1939-1948)”, de Adriana Petra. La historiadora reconstruye la profesionalización del libro político que logra el editor comunista Carlos Dujovne y la contrasta con los documentos judiciales vinculados a la prohibición de su sello. Ello descubre la distancia entre una actividad editorial claramente inscrita en el Partido Comunista  y la defensa de esa actividad desde argumentos comerciales. Atenta a las condiciones materiales de la edición, Petra incorpora la cuestión de las pérdidas económicas de Problemas para pensar su autonomía relativa respecto del Partido.  

El segundo apartado se abre con “Reditando las Letras de América: las prácticas editoriales de Rufino Blanco Fombona”, de Isabel de León Olivares. Su artículo nos retrotrae al espacio editorial latinoamericano de comienzos de siglo para recordarnos que la actividad estaba hegemonizada por sellos franceses que traducían y publicaban en nuestro continente obras francesas. El análisis de la biografía del venezolano Blanco Fombona, sobre todo de su exitosa Editorial América (1915-1933) de Madrid, ilumina el desplazamiento de aquellos sellos por uno madrileño encargado de poner a circular, sobre todo, la literatura del modernismo latinoamericano. En ese desplazamiento la autora descubre una de las primeras vías de profesionalización del editor latinoamericano. En el siguiente capítulo, “El escritor y el mundo de la edición: La experiencia literaria de Alfonso Reyes”, Aimer Granados reconstruye las diversas dimensiones de la edición en las que se involucró un literato central del siglo xx latinoamericano. El análisis de diversas fuentes termina por mostrar los mecanismos de Reyes –y de muchos otros intelectuales– para intervenir en la cultura de lo impreso.

El apartado “Ediciones, literatura y escritores” se cierra con “La utopía de América de Pedro Henríquez Ureña y la escritura de un prólogo polémico para la edición de la Biblioteca Ayacucho (1979): “Ángel Rama y Rafael Gutiérrez Girardot”, de Diego Zuluaga Quintero, quien realizó una exhaustiva búsqueda de la correspondencia que mantuvieron dos críticos culturales que, como Reyes, se destacaron en el siglo xx latinoamericano. A través de la lectura de las cartas recuperadas, Zuluaga Quinteros nos presenta el diálogo y las decisiones no solo sobre el armado y la edición de una compilación de textos de Henríquez Ureña, sino también sobre los comienzos de una editorial clave en la segunda parte del siglo, la Biblioteca Ayacucho.

En el tercer apartado, Juan David Murillo contrasta, bajo el título “Testigos encubiertas de la transformación. Las revistas gráficas y el espacio editorial sudamericano a comienzos del siglo xx”, una serie de revistas editadas en Buenos Aires y en Santiago de Chile que, en el marco de la sindicalización de los trabajadores de la imprenta y del crecimiento de la industria gráfica, difundieron los nuevos saberes gráficos. Una difusión que convertiría al maestro tipógrafo en un tipo de intelectual. A continuación, Claudia Darrigrandi y Antonia Vui analizan el “Editorialismo, manifiestos y reseñas en tres revistas culturales chilenas de la primera mitad del siglo xx”. Las revistas analizadas –Babel, Claridad e Índice– son contemporáneas a las gráficas del capítulo anterior y se distinguen por articular un programa cultural que debería exceder el ámbito intelectual para abarcar a la sociedad toda. La compilación se cierra con “Prácticas editoriales de los evangélicos en Colombia: Intentos de consolidación de una intelectualidad disidente”, artículo en el que Juan Carlos Gaona reconstruye las revistas de los evangélicos para mostrar que en los inicios del siglo xx ellas emprendieron no solo una confrontación religiosa, sino también una apuesta por el progresismo cultural.

El recorrido por las prácticas analizadas en los artículos ofrece un claro contraste. En los dos primeros apartados se analizan varios sellos editoriales que marcaron el espacio editorial del siglo xx latinoamericano, se trabaja la tensión entre la doble condición del libro –como objeto de cultura y como mercancía– y se rescatan las tareas relativas a la edición de importantes literatos así como el lugar de la edición en las trayectorias político-intelectuales personales. Además, se recurre a fondos documentales muy diversos. En efecto, a la reconstrucción de los catálogos editoriales se suman los testimonios, la correspondencia, las memorias y los archivos judiciales. En cambio, los tres artículos del tercer apartado circunscriben su corpus de investigación a breves revistas que no traspasaron la ciudad de edición y reconstruyen sus proyectos y algunos rasgos materiales. De todos modos, la ausencia de las revistas y los folletines que construyeron el espacio intelectual latinoamericano del siglo xx y el recorte nacional de la mayoría de los capítulos no impide que la compilación ofrezca una agenda de investigación transnacional que abarca la edición de libros y de revistas.

Es que la exhaustiva reconstrucción cronológica y geográfica de las diversas tramas editoriales de nuestro extenso continente no es el objetivo de Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo xx. A pesar de ello, varios de los episodios editoriales analizados constituyen ejes para los nuevos estudios diacrónicos –sobre los proyectos editoriales que sucedieron o antecedieron a los abordados– o sincrónicos –atentos a una escala que exceda los espacios nacionales–. E incluso la trama transnacional aparece anunciada en la lectura cruzada de los artículos. Por ejemplo, a la evidente relación entre los dos primeros artículos –ocupado uno sobre Siglo xxi y el otro sobre parte del catálogo de ese sello y el de Era– se suma que el editor responsable de Siglo xxi, Orfila Reynal, tuvo uno de sus maestros en Henríquez Ureña, de quien el artículo de Zuluaga Quintero analiza su consagración como el intelectual del proyecto de la Biblioteca Ayacucho. A su vez, a lo largo del siglo xx, Henríquez Ureña, Blanco Fombona, Reyes, Rama y Gutiérrez Girardot fueron literatos clave del continente y desde esa condición participaron del espacio editorial. Otro ejemplo lo constituye la posibilidad de contrastar el catálogo de editoriales de la “vieja izquierda”, como América de México y Problemas de Buenos Aires, con los libros de la nueva izquierda editados por Era y Siglo xxi. Cruces entre intelectuales, política y edición que insisten en que si la historiografía quiere ocuparse de los procesos ideológicos de América Latina debe participar del “giro material”, o bien tiene que reinscribir los textos en los libros en que se editaron, pues la “puesta en página” que permitió que las ideas político-culturales circularan y se leyeran en nuestro continente no constituye una mera contingencia, sino un importante vector de producción de sentido.

Natalia Bustelo

Universidad Nacional
de San Martín / conicet