Rosa E. Belvedresi (dir.),

La filosofía de la historia hoy: preguntas y problemas,

Rosario, Prohistora Ediciones, 2020, 172 páginas

La rama de la filosofía denominada la filosofía de la historia halló durante las últimas décadas del siglo pasado un centro gravitatorio en el narrativismo, cuya figura decisiva fue Hayden White. La hegemonía del narrativismo comenzó a declinar en el inicio del siglo xxi. Se evidenció la veloz obsolescencia de lo que todavía en 1995 Hans Kellner y Frank Ankersmit podían nombrar en la recopilación de textos por ellos organizados, A New Philosophy of History. Tal vez con precipitación, en nuestros días se ha hablado de un momento “postnarrativista” en la filosofía de la historia. Numerosas crisis contemporáneas (del clima, de la economía capitalista, de las políticas sanitarias, del futuro, entre otras) presentan desafíos insuficientemente conceptualizados en el paradigma que se concentraba en las operaciones de construcción narrativa de los textos históricos. Cualquiera fuera el legado del narrativismo, que este reseñista considera de primera magnitud, para decirlo con palabras de Raymond Williams, ha cedido la condición de fenómeno emergente en el territorio de la filosofía de la historia.

Allí reside, precisamente, el interés del volumen que con trazo firme nos propone Rosa Belvedresi. El libro se inaugura con una introducción confeccionada por su directora, donde se brinda un panorama sinóptico del desarrollo de la especialidad, desde sus inicios “especulativos” hasta la invención de las ciencias del espíritu a fines del siglo xix, el despliegue de la comprensión y el giro epistemológico que apremió sin éxito un acercamiento de la historiografía a las ciencias naturales en lo concerniente a los requisitos explicativos. Luego se impone el segmento narrativista, ya avanzada la segunda mitad del siglo xx, con el cual, señala la autora, “la filosofía de la historia fue nuevamente separándose de la práctica historiográfica” (p. 11). Belvedresi enfatiza que los estudios sobre la memoria colectiva y la “experiencia histórica” instalaron una agenda generadora de desafíos inéditos para la filosofía de la historia. De allí deriva una situación “crítica”. La respuesta a la crisis, señala, consiste en elaborar un sentido de la historia que sea compatible con la comprensión de la agencia histórica de los sujetos que en ella participan. Por eso es preciso recuperar la conexión con las ciencias sociales y la investigación histórica, sin reducirla a una interrogación cientificista. Un delicado planteo provee al público lector, sin pedagogismos innecesarios, la expectativa de una interrogación sobre la condición filosófica del presente, con sus inexorables preguntas sobre el pasado y, por qué no, sobre la vacilación de los futuros posibles.

La filosofía de la historia hoy, heterogénea como toda compilación académica, permite reconocer un perfil problemático singular.  Este libro soporta con éxito su ambicioso título de presentar un escenario de la filosofía de la historia hoy. Por supuesto, ese hoy no cesa de desplazarse y sorprendernos, con la certeza de que los desafíos “actuales” se transforman raudamente. El enfoque del libro aquí comentado dialoga con un futuro abierto que es su brújula filosófica y sutilmente política. 

El primer estudio del libro es sin embargo de índole más tradicionalmente académica, lo que desde luego no es un demérito. Luis María Lorenzo procura mostrar la importancia de la “crítica de la razón histórica” de Wilhelm Dilthey para la posterior hermenéutica gadameriana. El autor afirma la conexión entre los problemas de la verdad y del método en la indagación “fenomenológica” del mundo histórico por Dilthey. El enfoque diltheyano excedería la fundamentación epistemológica para desplegarse en un proyecto comprensivo del mundo del “espíritu” cuyo entramado, Zusammenhang, es histórico. La cuestión decisiva reside en que la comprensión no solo provee un método adecuado para las “ciencias del espíritu”. Constituye “una característica de la vida humana” (p. 32), revelada por la fenomenología de la estructura comunicativo-comprensiva del mundo humano. El autor afirma que esas consideraciones diltheyanas roturaron el camino para que luego Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer “profundizaran” sus alcances filosóficos. Por ende, Lorenzo matiza la fractura que Ser y tiempo entraña en la tradición hermenéutica. 

El capítulo segundo relativo a la última gran obra de Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, está a cargo de Esteban Lythgoe. La tesis de Lythgoe subraya la relevancia de la dimensión ética en la reflexión ricoeuriana sobre la historia y la memoria. En buena medida, el autor enmienda así al propio filósofo francés, pues este justificó el libro del año 2000 por la ausencia de la cuestión del olvido y la memoria en su anterior trilogía Tiempo y narración. La reconstrucción de Lythgoe, sostenida por una lectura de la obra concretamente analizada pero también de otros escritos ricoeurianos que tornan más sólida la reinterpretación, permite entender mejor el lugar del “deber de memoria” en una argumentación de Ricoeur a menudo constreñida a un molde epistemologizante (aspecto que el estudioso argentino no descuida). Lythgoe concluye su análisis con una alusión al alcance de la incondicionalidad del perdón “histórico”. En diálogo con la interpretación de Bernard Dauenhauer, para quien el concepto de perdón elaborado por Ricoeur sería válido más allá de la experiencia europea, Lythgoe se interroga sobre cómo discernir hasta dónde vale la pena perdonar. El texto se constituye, así, en una cantera de planteos filosóficos relevantes para los debates actuales en torno a la historia, la memoria y la justicia.

En el siguiente capítulo, Adrián Ercoli presenta un ensayo sobre el uso de los conceptos de trauma y testimonio en la historia reciente. Lo desarrolla en términos teóricos a través de las propuestas de Dominick LaCapra, cuyos planteos juzga más útiles que las perspectivas identificadas con el narrativismo. El narrativismo, tal como lo interpreta Ercoli, domesticaría lo irreductible en el trauma y el testimonio de sobrevivientes de experiencias extremas, en razón de su aquiescencia a “la continuidad temporal” (p. 74) y sobre todo, por la renuncia a una práctica transformadora. De allí que le interese la apelación de LaCapra al psicoanálisis, pues este habilita incorporar la discontinuidad de los relatos y una posibilidad dialógica –en la que el historiador se sabe implicado– en una praxis liberadora de los sujetos.

La conexión entre historia y discurso que ocupa a Ercoli es triangulada por una doble conexión con la “memoria social” y la “ideología” en el estudio ulterior de Maximiliano Garbarino. El autor comienza recordando el planteo de Ricoeur sobre la elusión de la aporía entre una memoria individual intransferible y una memoria social que, como en Maurice Halbwachs, se impone sobre los individuos situados en “marcos sociales”. Pero más particularmente, Garbarino se distancia del  Ricoeur orientado a la conciliación de lo que en ciertas circunstancias puede ser inconciliable para ponderar al Ricoeur de las memorias sometidas y la expectativa de narrarse-con-otros de maneras innovadoras. Apoyándose en Frantz Fanon a propósito de la situación colonial, el autor subraya las asimetrías en las posiciones de los grupos sociales también en el plano de la memoria. La “memoria oprimida” sugiere la pertinencia de apelar a lo ideológico y la consideración de las relaciones de poder. Garbarino sostiene que en Ricoeur hallamos una concepción “opresiva” de la memoria y, en consecuencia, el esencialismo derivado de una memoria preexistente a su opresión. Pero esa posibilidad es inconsistente con la dimensión social y lingüística del advenimiento de toda memoria social. Propone entonces el concepto de memoria como “discurso”, en el que se renuncia a cualquier pretensión de transparencia sin disolver la posibilidad de reinscripciones discursivas. En ese momento Garbarino acude a investigaciones históricas sobre la memoria social en la Argentina reciente.

El quinto estudio está a cargo de Myrna Edith Bilder y es el único trabajo de interés empírico primario en un volumen de índole filosófica. El problema concreto abordado por la autora es la aparente contradicción entre un consenso mayoritario favorable a la condena de la represión estatal desarrollada durante la última dictadura militar y una opinión benévola e incluso entusiasta hacia las prácticas punitivas actuales que sitúan al delincuente en el campo del otro. Para explicar ese fenómeno, Bilder reconsidera la cuestión de la “inseguridad” tal como se planteó desde la llamada transición democrática, conceptualizada como el pasaje de la doctrina de “seguridad nacional” a la de “seguridad ciudadana”. La autora destaca en la mencionada contradicción que “no parece haberse aprendido la lección” (p. 126), fenómeno que a su entender se explica porque los juicios y condenas a los perpetradores de la dictadura construyeron un pasado clausurado en sí mismo, impidiendo pensar sus vínculos, por mediados que puedan ser, con el presente.

El sexto capítulo preparado por Juan Ignacio Veleda nos regresa al escenario de la teoría. En su caso en torno a los enfoques contemporáneos sobre la relación entre historia, experiencia y lenguaje. Veleda presenta las argumentaciones antinómicas en torno a la “experiencia histórica” de Frank Ankersmit y Joan W. Scott. Por un lado, la “experiencia histórica sublime” de Ankersmit pone de relieve una circunstancia de aprehensión intransferible con un pasado inquietante, cuyo modelo es la experiencia estética. Al respecto, las concepciones representacionalistas como las del narrativismo parecen fracasar. Por otro lado, Scott pone en entredicho, en el seno de discusiones suscitadas en los movimientos feministas y de la diversidad sexual, la apelación esencialista a una experiencia prediscursiva en que se descubriría un sí mismo originario. El razonamiento (post)estructuralista de Scott impugna cualquier formación subjetiva previa a las operaciones discursivas de constitución identitaria. El autor muestra el carácter inicial de las elaboraciones de Ankersmit y Scott, aunque se revela menos cercano al planteo del filósofo holandés. Scott le interesa porque excede el ámbito de la experiencia del historiador para prolongarse en la formación de las identidades individuales. En la conclusión apunta la utilidad de incorporar la apertura a horizontes de expectativa en el ámbito de la experiencia.

El capítulo séptimo y final tiene la firma de Rosa Belvedresi y procura avanzar sobre lo ya reconocido en el texto precedente: la plurivocidad del concepto de “experiencia histórica”, que la autora también considera insuficientemente analizable desde el narrativismo. Belvedresi subraya las vacilaciones de la bibliografía especializada en la elaboración de la experiencia histórica, como puede observarse en el breve capítulo a ella dedicado en el extenso libro de Martin Jay, Cantos de experiencia. Un libro destinado a elaborar la cuestión desde la fenomenología husserliana, el de David Carr (Experience and History, de 2014), no es del todo convincente pues considera la experiencia histórica como un punto de viraje, turning point, en que una comunidad reconoce intencionalmente una fractura de la temporalidad histórica compartida. La experiencia historiográfica no es propiamente estudiada por Carr. Para reconsiderar el problema, Belvedresi reconstruye la ausencia de experiencia humana en las filosofías especulativas de la historia y la viabilidad de introducir la temática a partir de los escritos de Droysen, Collingwood y Dilthey. Luego recupera planteos más recientes en autores tan diferentes como Reinhart Koselleck, Edward P. Thompson y Dominick LaCapra, en cuyos análisis se reencuentra, dentro de marcos teóricos diversos, la ineliminable oscilación entre la experiencia histórica de los actores del pasado y la experiencia histórica del historiador.

De tal manera, La filosofía de la historia hoy nos presenta un panorama de algunos debates teóricos en un momento en que el programa narrativista, si no inválido, parece insuficiente para desplegar en su seno respuestas creativas ante los recientes desafíos del pensamiento y la reflexión históricos. La compartida preocupación por la reflexión sobre el futuro que constituye su trasfondo, un enigma en nuestra época “presentista”, procura al libro una atractiva identidad filosófica. 

Omar Acha

Universidad de Buenos Aires / conicet