“A cada uno lo que es propio”

Vanguardia periodística y cobertura global en los diarios

de Buenos Aires a fines del siglo xix

 

Lila Caimari

 

 

 

 

 

 

 

Universidad de San Andrés / conicet

 

Cuba Libre se llamaba el periódico que en Buenos Aires defendía la causa de la independencia en la insurrección contra el imperio español, iniciada a fines de 1895 y zanjada dos años y medio más tarde en una breve guerra entre España y los Estados Unidos. Además de abundante información sobre el conflicto, ofrecía perfiles de los héroes cubanos de la gesta –José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo– y mucha editorialización de las noticias publicadas por otros medios. Los fondos obtenidos de sus 3000 suscriptores eran destinados al tesoro del Partido Revolucionario Cubano.[1] A fines de 1897, cuando el conflicto entre los rebeldes y el régimen colonial estaba ya muy avanzado, Cuba Libre lanzó un ataque abierto contra La Nación, condenando la “vergonzosa” cobertura de la contienda, que a su juicio disimulaba mal una vil ambición de lucro. Los criterios informativos del poderoso diario –denunciaba– se habían alejado de la prensa honorable, aquella “concebida solamente como institución moralizadora y de elevada propaganda, y nunca como un elemento de tráfico mercantil”.[2]

Esta renuncia moral había sido reconocida por el mismo matutino, al parecer. Pocos días antes, suscriptores españoles de La Nación se habían quejado de la atención prestada en sus páginas a las voces contrarias a la causa de su país, forzando la explicitación de la política informativa en la coyuntura. Nada más ajeno a la animosidad contra España, se apuraba a aclarar Enrique de Vedia, administrador del diario. Por el contrario, sobraban pruebas de amistad: la abundante cobertura de las actualidades de ese país, la nacionalidad española de tantos colaboradores, las prendas de participación en la herencia cultural de la madre patria. “La Nación no es, pues, ni debe, ni le conviene ser enemiga de España. Es, simplemente, ó a lo menos, desea, pretende ser justa é independiente, y llenar su misión con verdad y con probidad.” Lo que estos lectores confundían con anti-hispanismo –y lo que Cuba Libre tomaba por mercantilismo– era en verdad una concepción esclarecida de la misión de un gran diario ante el desafío de informar: “La verdadera prensa” –concluía– “la prensa libre y digna procede con la equidad y altura del juez, dando á cada uno lo que es propio. Lo contrario es servilismo y mistificación.”[3]

Ocurrido en el momento de auge del sistema telegráfico internacional, con diarios muy expandidos en sus capacidades de cobertura, el conflicto cubano constituye un hito en la historia de la modernización de la prensa. Esa historia ha quedado asociada a los representantes de aquellos diarios norteamericanos (neoyorquinos en particular) que, envueltos en una feroz competencia por la primicia, alentaron las proezas más impensadas de sus enviados en el terreno, y los transformaron en protagonistas de la noticia.[4] Hecha de denuncias del abuso de las autoridades españolas en la isla, de burlas a la vigilancia de dichas autoridades, y de crónicas calientes de las zonas de batalla, esta “guerra de los corresponsales” alimentó una potente ola de simpatía con la causa de los insurrectos. La presión sobre los periodistas era tal, decía el experimentado Stephen Crane, que “lo que llega [de Cuba] a Key West como ratón, debe partir a Nueva York como elefante”.[5]

A la luz de las consecuencias de opinión pública en momentos clave de la crisis, no sorprende el interés en esas corresponsalías “de autor”, ni la atención prestada a las manipulaciones cometidas en las salas de redacción. Pero el énfasis ha distraído de estrategias de cobertura de otro tipo, que pasaban por un momento de redefinición igualmente decisivo, y que el episodio cubano ponía también al descubierto. Para detectarlas, vale mover el punto de mira de Nueva York a Buenos Aires, un mercado de prensa por entonces en plena expansión, donde los grandes diarios enfrentaban desafíos de otra naturaleza. Con una colocación muy distinta en relación al conflicto, la búsqueda no residía allí en el potencial de conmoción, sino en un horizonte de radical aspiración abarcativa. Partiendo de las reacciones que suscitó en la gran capital del Plata, las páginas que siguen observan la forma que adquirió aquella concepción del diario moderno de fin de siglo, cuya apuesta a la noticia internacional llevaba implícito un cambio del espectro informativo, y una nueva forma de participar en la arena de las opiniones.

Noticias del mundo

La lectura de los diarios porteños de fin del siglo xix produce asombro en el lector acostumbrado al modesto horizonte noticioso del presente. En la década de 1890, los dos matutinos más identificados con proyectos de modernidad, La Prensa y La Nación, dedicaban varias páginas cada día a dar cuenta de eventos ocurridos muy lejos. El singular alcance de esta ambición era reconocido por observadores contemporáneos. Enviado a España a fines de 1898 para registrar las marcas de la terrible derrota ante los Estados Unidos, el escritor-corresponsal Rubén Darío comenzaba subrayando la limitación del espectro informativo de los diarios madrileños: “No se sigue, como entre nosotros, el movimiento de los sucesos del mundo”, comentaba a los lectores de La Nación.[6]

El largo conflicto en suelo cubano ocurría en un momento culminante de sincronía entre opinión pública y eventos remotos, cuando la madurez del sistema de cables submarinos –en términos de tarifas y capacidad de transmisión– lo había tornado en pieza clave de la rúbrica internacional de los diarios. No sorprende, pues, la competencia en torno a la calidad de este servicio, ni las querellas entre La Prensa y La Nación para establecer quién ofrecía mayor rapidez, mejor routing, más fidelidad de la transcripción y la oferta más exclusiva.[7]

Los ostentosos gestos de autonomía que cada diario ponía en escena no lograban ocultar que el acceso a la información internacional estaba mediado por las reglas de un sistema que establecía, para Buenos Aires y para el resto del mundo, cuáles eran las noticias que había que cubrir, y por qué vías podían cubrirse. De allí se sigue la relativa uniformidad en la oferta temática “Exterior”, que emparentaba a La Nación y La Prensa con sus pares de Río de Janeiro y Montevideo, y a todos ellos con los principales matutinos en Madrid, Londres y París. En cada momento, los diarios más modernos de estas ciudades seguían un mismo repertorio de historias de estatus global, que estructuraba la agenda del conjunto. En esta grilla, la insurrección en Cuba convivió con la guerra anglo-boer en Sudáfrica, el conflicto anglo-venezolano, la guerra greco-turca, y el affaire Dreyfus. Así pues, las discusiones sobre los servicios respectivos existían en un marco de composiciones posibles donde todos se alimentaban –por el intermedio de agencias y corresponsalías– de lo que circulaba en páginas impresas de ciudades lejanas. Naturalmente, los énfasis variaban según las localizaciones y las áreas de influencia de cada matutino. La guerra en Sudáfrica no ocupaba el mismo espacio en Londres, Madrid, o Río, ni las noticias de Cuba resonaban de la misma manera en esas ciudades. Y si la cobertura del conflicto en el Caribe era motivo de tanto escrutinio en Buenos Aires, es porque la cuestión importaba especialmente a los lectores en esa plaza.

Estos lectores eran de variado tipo y persuasión, naturalmente. A poco de iniciada la rebelión en la isla, La Prensa ya daba cuenta de las primeras grescas ocurridas en torno al asunto. Todo había comenzado con la reunión de unas 600 personas en el club Unione e Benevolenza para organizar el apoyo a la causa de los insurrectos. Participaron del evento figuras jóvenes e inquietas de la política local –Francisco Barroetaveña, Manuel Ugarte, José Luis Cantilo, Marcelo T. de Alvear–, además del representante de un centro pro-Cuba creado en Montevideo. Luego de acordar medidas de apoyo político y financiero a la causa de la liberación, la asamblea se dispersó, para toparse en la calle con una contra-manifestación. En la esquina de Lima y Avenida de Mayo, unas 300 personas comenzaron a dar gritos de “¡Viva Cuba Libre!”, mientras otro grupo contestaba “¡Viva Cuba española!”, “Siendo esto causa de que se tiraran mesas y sillas de hierro que había en las veredas de la avenida, pertenecientes al café del Teatro de Mayo y del Tortoni”. Similares episodios se registraron en la jurisdicción de la comisaría segunda, en una jornada que terminaba con decenas de arrestados.[8]

Era enero de 1896, apenas el inicio de un ciclo de repercusiones contrapuestas que se cerraría recién tres años más tarde. Difícilmente podían pasar desapercibidas estas actualidades, en efecto, allí donde la inmigración española constituía un componente demográfico dominante, base de un rico mercado de prensa étnica a la vez que consumidora y partícipe de muchos diarios argentinos. Además de encender las pasiones nacionales de ese amplio segmento de la sociedad porteña, el conflicto contenía aristas con potencial de interpelación a la potente tradición anti-hispanista liberal (la presencia del anticlerical Barroetaveña en ese temprano mitin evoca esta lectura de las informaciones). Y luego, el desarrollo del acontecimiento pondría en primer plano la gran cuestión del emergente poder de los Estados Unidos, reabriendo la discusión sobre la naturaleza del imperio que se perfilaba en el hemisferio, y las maneras de relacionarse con él (la figura de Ugarte en aquel inicial encuentro podría verse como anticipo de esta visión de las cosas). Al igual que en otras urbes del continente adonde también se agitaban las aguas, la cuestión hablaba a una franja amplia y muy diversa de lectores de diarios.[9]

Desafíos informativos de un conflicto

El establecimiento de Cuba como escenario prolongado de noticias planteaba un desafío enorme a los diarios porteños. Su localización imponía un camino contraintuitivo para las transmisiones telegráficas, favoreciendo una lógica de circulación que contrariaba los diseños prevalecientes, centrados en las rutas atlánticas. El conflicto aceleró, por eso, el ascenso de agentes estadounidenses en el negocio de las comunicaciones hemisféricas, consolidando el papel de la “Vía Galveston” como medio de transmisión telegráfica, y de Associated Press como agencia proveedora de noticias en detrimento de la tradicional agencia francesa Havas.[10] Otro dato clave de las infraestructuras echa luz sobre las dinámicas en juego: España no había participado en ninguna instancia de la construcción del sistema de cables caribeños y sudamericanos. El tendido del telégrafo terrestre cubano había sido delegado en manos del empresario neoyorquino Samuel Kennedy en 1850, para gestión de la burocracia colonial. Esa abstención, que inicialmente no despertaba reservas, revelaría su precio durante el conflicto, cuando la dependencia de estas tecnologías mostrara –tarde– su peso estratégico.[11]

Lo que sí estaba al alcance del gobierno español era la censura interna. La decisión se tomó muy temprano: a partir de marzo de 1895, ningún telegrama con información desfavorable a los intereses de España podría salir de la isla. Esta interdicción, reiterada y redoblada muchas veces, tuvo consecuencias para los corresponsales en el terreno, impedidos de telegrafiar reportes sustantivos desde La Habana. Las corresponsalías zarparon entonces en las ubicuas embarcaciones clandestinas, que a lo largo de esos tres años sacaron provecho del conflicto llevando dinero, armas y mercancías del continente. Con esa intermediación –en particular, la del servicio de vapores a Key West (a 171 kilómetros de La Habana)– los informes tomaron la ruta de las otras islas, desde donde se telegrafiaba a los diarios de Nueva York y el resto del sistema. El gobierno español también prohibió el ingreso de corresponsales a las zonas de batalla. A excepción del puñado de cronistas norteamericanos que se filtraron tras las líneas y lograron acceso a los campamentos rebeldes, los periodistas apostados en la isla (incluido el corresponsal de La Nación) estaban confinados en La Habana, pendientes de rumores por demás confusos, transmisores escépticos de las gacetillas oficiales.

La concentración de corresponsales en Key West mostraba la abrupta relevancia que adquiría un punto del sistema cuyas líneas de comunicación se situaban entre el escenario de la acción y la red internacional. Una multitud de reporteros se apiñaba en el hotel, pagando precios exorbitantes por dormir en un catre del pasillo. Esos huéspedes pasaban largas y calurosas jornadas matando el tiempo, oteando el horizonte en el muelle, hasta que la llegada de alguna embarcación de la isla los precipitaba en pelotón a la oficina del telégrafo. El espectáculo de los corresponsales corriendo por el centro del pueblo inspiró una de las más precoces filmaciones de la empresa Edison, que por entonces comercializaba su registro visual de objetos en movimiento para solaz de los espectadores de todo el mundo.[12]

Los protagonistas de esta carrera no escribían para los diarios de Buenos Aires, sin embargo, sino para los de Nueva York, Londres o Madrid. Las complicadísimas condiciones de acceso explican el deslizamiento, en Buenos Aires, de la definición de corresponsalía “exclusiva” por fuera del testimonio directo de los hechos. En La Nación, el corresponsal-héroe fue reemplazado por una empresa no menos competitiva: la exhibición de contactos diseminados en un gigantesco sistema de circulación de noticias, capaz de producir efectos de flujo, ubicuidad y omnividencia. El servicio de “nuestros corresponsales” se fue alejando de su centro inicial en La Habana, hacia puntos cada vez más numerosos y dispersos de un vasto entramado de registros.

Este “momento global” es, en verdad, una sucesión de momentos de resonancia creciente. Un esquema de la secuencia podría ser: insurrección (diciembre 1895-enero 1896), guerra interna de baja intensidad (1896-1897), crisis diplomática y compás de espera (enero-abril de 1898), y guerra entre España y los Estados Unidos (abril-agosto de 1898). La secuencia dibuja la ampliación de los marcos de relevancia, con el foco inicial en Cuba abriéndose hacia escenarios más amplios, en Europa y los Estados Unidos. En este largo proceso, sería el tenso goteo informativo transcurrido en el lapso 1896-1897 lo que definiría las grandes líneas de sentido entre los lectores porteños, a medida que las noticias erosionaban la confianza en la capacidad (y el derecho) de España para mantener su principal colonia, y se difundía la alarma en relación a las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos. Los temas de la agenda de opinión estaban plenamente desarrollados previo al estallido de la guerra, entonces, cuando la noticia ingresó en su fase más ostensiblemente “global”.

A las corresponsalías fechadas en La Habana (de las que raramente provenía información importante), se fueron agregando mensajes provenientes de una constelación de ciudades devenidas puntos de información. Por un lado, estaban aquellas definidas por la proximidad física a la acción: Key West, Tampa, Kingston, Port au Prince. Por otro, los centros políticos de la contienda: Madrid, Nueva York, Washington y, por supuesto, Londres, usina de noticias de alta política internacional de cualquier lugar. El reporte de las reacciones públicas ante la crisis agregaba a México, Montevideo y otras capitales latinoamericanas a la lista de escenarios de la noticia. En esta cobertura sin centro fijo, semejante a la de una agencia de noticias, el propósito no era alimentar un punto de vista (fuese este nacional o político), sino dar prueba de la capacidad de estar en todas partes: en los polos de poder relevantes, por supuesto, pero también en los innumerables puntos del sistema donde podía recogerse algún eco.

El mosaico de dispersas selecciones telegráficas adquiría complejidad aun mayor gracias a la contigüidad con las cartas, reportes y selecciones de diarios llegados por transporte a vapor. Vale marcar el desfase entre ambos, pues a la demora habitual de dos o tres semanas entre Europa y el Plata se agregaba la falta de servicios directos de los Estados Unidos o Cuba, que sometía a los despachos de toda corresponsalía a escalas y trasbordos intermedios. A lo largo del conflicto, pues, los lectores recibieron en una misma entrega reportes con distintas líneas de tiempo, debiendo reponer por su cuenta el sentido de cada pieza en una misma secuencia cronológica. Informados por servicios telegráficos de los hechos “de última hora”, iban por delante del corresponsal que refería las impresiones recogidas en Madrid, Nueva York, Washington, París o Londres dos o tres semanas antes. No obstante esta brecha, las narrativas más extensas (que eran las más atrasadas) mantuvieron su lugar, insertando las piezas en panoramas del estado de cosas más explícitos en matices y contextos de sentido. Así, la primicia de ayer y de hoy se completaba con vistazos retrospectivos, en una composición que transcurría en registros de escritura diferentes y se desplegaba en varios tiempos informativos.

En las páginas de La Nación, el mosaico de noticias se combinaba con las más variadas columnas de opinión en torno a la crisis. No solamente se atendía a los vaivenes de la política colonial española, sino también al malestar que esa política producía en vastos sectores de aquel país, y a la circulación de visiones alternativas (extra-oficiales) en diarios como El Imparcial y El Heraldo de Madrid. De la misma manera, era posible enterarse allí de las diversas interpretaciones del conflicto que circulaban en Nueva York, donde los acontecimientos en la isla resonaban en círculos muy diferentes. Los grandes diarios porteños nunca se volcaron en la dirección más vociferante de la prensa neoyorquina, por cierto –las lógicas de ese fenómeno eran, por lo demás, muy locales–. Pero sí hicieron gala de una conexión con los servicios de diarios como el Herald –o luego el New York Times– que se definían como “informativos” y cultivaban un ideal novedoso de objetividad.[13]

Más que el testimonio de un corresponsal, el valor de este servicio “exclusivo” residía en la exhibición del acceso a una vasta red informativa, hecha de agentes en muchos puntos, en un sistema de recursos donde todos tomaban de todos. Tanto los servicios telegráficos como las entregas más largas mezclaban datos de primera mano con materiales que habían pasado por varias instancias de reformulación. Ni dominada por corresponsales estrella ni tributaria de una sola agencia de prensa, la cobertura de la guerra en Cuba hablaba de la intervención de muchos actores en el marco de una red con amplios márgenes de informalidad. Múltiples agentes operaban como mediadores entre los grandes proveedores y la prensa local, incidiendo no solamente en la traducción y reescritura de materiales sino, sobre todo, en su selección. Allí residía, quizás, el sentido más ajustado del adjetivo “particular” o “exclusivo” adjudicado a estos servicios.

Cuba Libre tenía buenas razones para denunciar la falta de claridad en el compromiso político de La Nación, y también las tenían los ofendidos suscriptores españoles. Esa impresión no provenía del tono neutro que regía la prosa de la sección “Telegramas”. De hecho, no faltaban columnas encendidas, ni denuncia, ni indignación. Pero cada pieza estaba inserta en un contexto muy ampliado, donde la ambición omnividente del espectro noticioso se combinaba con un repertorio de opiniones que contenía virtualmente la totalidad de los sesgos. A la vez que procuraba convertirse en reservorio informativo a la manera de una agencia, La Nación buscaba ser foro de exhibición prismática de las líneas interpretativas disponibles. Este modelo de modernidad era exactamente lo opuesto a la construcción de un punto de vista excluyente: cargadas de información recogida en un escenario global, y de argumentos para todos los puntos de vista, esas páginas-sábana apostaban a ubicarse por encima de las otras, y a capturar el universo completo de lectores. Tal era el modelo al que aludía De Vedia, quizá, cuando refutaba las objeciones a su diario hablando de “verdad”, de “altura”, y de dar “a cada uno lo que es propio”. o

Bibliografía citada

Ahvenainen, Jorma, The History of the Caribbean Telegraphs before the First World War, Helsinki, The Finish Academy of Sciences and Letters, 1996.

Britton, John, Cables, Crises, and the Press. The Geopolitics of the New International Information System in the Americas, 1866-1903, Albuquerque, U. of New Mexico Press, 2013.

Brown, Charles H., The Correspondent’s War. Journalists in the Spanish-American War, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1967.

Caimari, Lila, “‘De nuestro corresponsal exclusivo’. Cobertura internacional y expansión informativa en los diarios de Buenos Aires de fines del siglo xix”, Investigaciones y Ensayos, n° 68, 2019, pp. 23-53.

Darío, Rubén, España contemporánea (vol. xix de las Obras Completas), Madrid, Mundo Latino, s/f [1900].

Desbordes, Rhoda, “How Havas Lost the War: The Spanish-American War Revisited”, en Peter Putnis, Chandrika Kaul, y Jurgen Wilke (eds.), International Communication and Global Networks. Historial Perspectives, Nueva York, Hampton Press Inc., 2011, pp. 143-165.

Gallegos, Claudio, “El 98 cubano en la prensa gráfica. Aportes desde el Cuba Libre y La República de Cuba”, Revista Electrónica de Fuentes y Archivos, n° 7, 2016, pp. 149-180.

Milton, Joyce, The Yellow Kids. Foreign Correspondents in the Heyday of Yellow Journalism, Nueva York, Harper & Row, 1989.

Pérez Vejo, Tomás, “La guerra hispano-estadounidense del 98 en la prensa mexicana”, Historia Mexicana, n° 50, vol. 2, octubre-diciembre de 2000, pp. 271-308.

Schudson, Michael, Discovering the News. A Social History of American Newspapers, Nueva York, Basic Books, 1978.

Resumen/Abstract

“A cada uno lo que es propio”. Vanguardia periodística y cobertura global en los diarios de Buenos Aires a fines del siglo xix

 

El conflicto librado en Cuba entre 1895 y 1898 planteó grandes desafíos informativos a los diarios de Buenos Aires. Partiendo de las objeciones que lectores de diverso tipo plantearon a la cobertura de La Nación, el trabajo analiza la concepción de modernidad periodística prevaleciente en este importante diario. Propone que, contrariamente a los diarios neoyorquinos que cultivaron la figura del corresponsal-héroe, la noción de vanguardia informativa se desplazó a la construcción de un efecto de omnividencia noticiosa y de representación prismática de los sesgos de opinión.

 

Palabras clave: Prensa - Telegramas - Periodismo - Guerra de Cuba - Opinión pública

 

 

 

“Giving each one what is proper”. Journalistic avant-garde and global coverage in Buenos Aires newspapers at the end of the xixth century

 

The conflict developed in Cuba between 1895 and 1898 brought about major informative challenges to newspapers in Buenos Aires. Indeed, readers with diverse political inclinations objected to the type of coverage offered by the most modern of them, La Nación. Taking its cue from these critical reactions, this article looks at the definition of journalistic modernity prevailing in this important daily. It argues that, contrary to those New York-based newspapers that cultivated the figure of the heroic correspondent, the notion of informative avant-garde was displaced toward the construction of an effect of news omniscience and a prismatic repertoire of opinions.

 

Keywords: Press - Telegrams - Journalism - Spanish-American War - Public opinion



[1] Claudio Gallegos, “El 98 cubano en la prensa gráfica. Aportes desde el Cuba Libre y La República de Cuba”, Revista Electrónica de Fuentes y Archivos, n˚ 7, 2016, pp. 149-180. Este semanario, continuado poco después en La República de Cuba, publicó 87 números entre 1896 y 1898.

 

[2] Cuba Libre, 4 y 5 de diciembre de 1897, p. 2.

 

[3] Cuba Libre, 4 y 5 de diciembre, p. 2. Énfasis original.

 

[4] Joyce Milton, The Yellow Kids. Foreign Correspondents in the Heyday of Yellow Journalism, Nueva York, Harper & Row, 1989; Charles H. Brown, The Correspondent’s War. Journalists in the Spanish-American War, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1967.

 

[5] Milton, The Yellow Kids, p. 285.

 

[6] Rubén Darío, España contemporánea (vol. xix de las Obras Completas), Madrid, Mundo Latino, s/f [1900]), p. 30.

 

[7] Lila Caimari, “‘De nuestro corresponsal exclusivo’. Cobertura internacional y expansión informativa en los diarios de Buenos Aires de fines del siglo xix”, Investigaciones y Ensayos, n° 68, 2019, pp. 23-53.

 

[8] La Prensa, 24 de enero de 1896, p. 5.

 

[9] Sobre las repercusiones en la opinión pública de México DF véase Tomás Pérez Vejo, “La guerra hispano-estadounidense del 98 en la prensa mexicana”, Historia Mexicana, vol. 2, n° 50, octubre-diciembre de 2000, p. 272.

 

[10] La “Vía Galveston” era el nombre adjudicado a la ruta telegráfica del Pacífico inaugurada en 1891, en manos de la empresa Central and South American Co., del magnate norteamericano Scrymser. Sobre la crisis de Havas producida por la cobertura de la guerra en Cuba véase Rhoda Desbordes, “How Havas Lost the War: The Spanish-American War Revisited”, en Peter Putnis, Chandrika Kaul, y Jurgen Wilke (eds.), International Communication and Global Networks. Historial Perspectives, Nueva York, Hampton Press Inc., 2011, pp. 143-165.

 

[11] Jorma Ahvenainen, The History of the Caribbean Telegraphs before the First World War, Helsinki, The Finish Academy of Sciences and Letters, 1996, pp.196-201. Sobre las determinaciones del sistema de cables durante el conflicto en Cuba véase John Britton, Cables, Crises, and the Press. The Geopolitics of the New International Information System in the Americas, 1866-1903, Albuquerque, U. of New Mexico Press, 2013, pp. 173-255.

 

[12] Video disponible en <https://www.loc.gov/item/ 98500967>. Sobre Key West durante el conflicto cubano véase Milton, TheYellow Kids, p. 244.

 

[13] Retomo aquí la distinción de los diarios neoyorquinos de los años 1890 desarrollada en el clásico estudio de Michael Schudson, Discovering the News. A Social History of American Newspapers, Nueva York, Basic Books, 1978, p. 106.