Introducción*

 

Martín Bergel y Martín Albornoz

 

 

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

 

Universidad Nacional de San Martín 

Universidad Nacional de Quilmes / CONICET

 

Universidad Nacional de San Martín/ CONICET

El 5 de agosto de 1874, el entonces novel diario La Nación consignaba en sus páginas con tonos altisonantes una novedad recibida con gran expectativa por la opinión pública citadina:

gran fiesta nacional. Llenos de júbilo anunciamos al pueblo argentino que hasta el último de los villorrios de la República se halla desde hoy al habla con todos los países del mundo civilizado. El Telégrafo Interoceánico que une desde ayer a la República Argentina con el Brasil, con la Europa, con la América Septentrional, con el Asia, con el Africa y con la Oceanía, será solemnemente inaugurado hoy, a las 2 de la tarde, en los salones de la casa del Gobierno de la Nación […] de hoy en adelante las pulsaciones del pensamiento humano podrán repercutir, casi simultáneamente, en todas las naciones de la tierra. ¡Gloria al progreso y a la civilización de nuestro siglo![1]

Fueron en efecto muchos los contemporáneos que se mostraron extasiados por el hecho, comenzando por Sarmiento. Ferviente impulsor del sistema telegráfico que, desde su llegada a la presidencia en 1868, se había desarrollado raudamente en territorio argentino y hacia países limítrofes como Chile, aparecía ahora henchido de orgullo por haber podido alcanzar sobre el final de su sexenio su más preciado anhelo en la materia: la conexión con Europa y, a su través, con el conjunto del globo. “Tócame hoy la felicidad de abrir la comunicación de mi país con el mundo civilizado, y doy de ello gracias a la Providencia que me ha deparado un favor tan insigne”, diría en su discurso de inauguración.[2] Para de inmediato añadir que, a distancia de cualquier determinismo tecnológico o suceso fortuito, la hazaña de la conectividad transoceánica cuasi instantánea había sido posible por el decidido concurso de la voluntad humana, incluida por supuesto la suya propia.[3]

Ciertamente, Sarmiento había dado numerosas muestras a lo largo de su trayectoria de su afán por ampliar el radio de comunicaciones de la Argentina. Por caso, desde joven había proclamado que una de las misiones principales de los diarios debía ser la de transmitir “la noticia de los sucesos que se desenvuelven en todos los lugares de la tierra”.[4] Pero si con anterioridad al telégrafo el entramado de la prensa ya daba lugar discontinuamente a informaciones provenientes de latitudes lejanas –a través de barcos y otros medios de locomoción que las portaban consigo–, sería a partir de las posibilidades de velocidad, de volumen y de dilatación de marcos geográficos propiciadas por el nuevo sistema, que una era diferenciada de mundialización informativa comenzaría a reflejarse en los periódicos porteños. Como correlato de ello, ya en 1877 La Nación anunciaba la contratación de los servicios de la agencia de noticias internacionales Havas que entonces se servía de la nueva tecnología para extender sus redes informativas, y a partir de allí paulatinamente todo periódico de pretensiones no podría privarse de verse incorporado a la nueva dinámica noticiosa de cables y despachos telegráficos.

Curiosamente, hasta tiempo reciente los enfoques que dieron impulso en las últimas décadas a una renovada historia cultural y política de la prensa periódica en nuestro medio no se detuvieron mayormente en la cisura introducida por el telégrafo y otras tecnologías conexas en relación con el problema del lugar de los asuntos internacionales en la arena pública de Buenos Aires.[5] Tampoco lo hizo la importante zona de estudios sobre las artes gráficas y las imágenes en la cultura impresa porteña, que ha tenido uno de sus focos predilectos en las revistas ilustradas que emergen a fines de siglo xix en plena era de aceleración de distintas formas de conectividad global.[6] Por el contrario: en el contexto del aluvión inmigratorio que se experimenta en el período, primaron las perspectivas que colocaron a los procesos de modernización de la prensa en relación con temáticas de la cultura urbana popular local, asociadas a la cuestión de la nacionalización de las masas.[7] En palabras de Adolfo Prieto, a pesar del “aire de extranjería y cosmopolitismo” que podía observarse en el paisaje de la Buenos Aires de entresiglos, en las camadas que se alfabetizaban y se incorporaban al consumo de diarios y revistas “el tono predominante fue el de la expresión criolla o acriollada”.[8] Así, por mencionar un caso saliente, las miradas predominantes sobre Caras y Caretas, expresión paradigmática del nuevo magazine ilustrado, se detuvieron especialmente en la picaresca, el costumbrismo y en formas e ingredientes expresivos de la dinámica cultural nacional.[9]

En forma paralela, amén de los trabajos insertos en la clásica historiografía de las migraciones ultramarinas y en la más reciente de las comunidades diaspóricas (por lo general, también imantados en última instancia por el mencionado problema de la formación de la identidad nacional), los estudios sobre prácticas y discursos cosmopolitas tendieron a reservarse a las élites, principalmente a los núcleos y las figuras de la escena intelectual y literaria.[10] Todo ello coadyuvó a la tácita reproducción de la imagen que reserva el acceso y el interés por los asuntos del mundo a las minorías letradas.

Fue entonces solo en el curso de los últimos años que los estudios sobre la prensa comenzaron a ser colocados en relación con el proceso de tramitación de las noticias internacionales, y por extensión a la conformación de una esfera pública de masas abonada incesantemente por estímulos cosmopolitas. Aun cuando no es esa exactamente su perspectiva, el instigante libro de Víctor Goldgel sobre la invención de lo nuevo en Hispanoamérica parte del periódico como artefacto que despunta con el auge de las ideas ilustradas y los procesos independentistas, y que suscita poderosos efectos de subjetivación ligados al anhelo de novedades, muchas de ellas provenientes de tierras lejanas.[11] Pero se trata de un trabajo sobre la primera mitad del siglo xix, antes de los trastrocamientos inducidos por el telégrafo y de la emergencia de la prensa popular. En rigor, hace más de tres décadas, en un notable capítulo de Desencuentros de la modernidad en América Latina, Julio Ramos ubicaba en la comunicación telegráfica un aspecto clave del proceso de modernización de los diarios (que reconstruía a partir de un trabajo de archivo pionero sobre La Nación), y de las transformaciones asociadas que entonces se operan en una nueva economía de distribución de funciones que se produce en los periódicos y que, entre otras esferas, afecta de modo decisivo el quehacer de los intelectuales –cuyos rasgos “modernos” comienzan a perfilarse al calor de ese proceso–.[12] Pero no fue sino en los últimos años que, en consonancia con el llamado giro material de la historiografía, y en diálogo con las discusiones alimentadas por el campo de la global history, en la Argentina la historia cultural e intelectual de la prensa periódica se internó decididamente en el estudio del conjunto de cambios vinculados a la nueva fisonomía de las noticias internacionales que emerge hacia el último cuarto del siglo xix.[13]

En efecto, hacia el final de esa centuria se habían afirmado en la opinión pública de Buenos Aires una serie de transformaciones sustantivas atinentes a las modalidades de circulación e impacto de los hechos del mundo, que tenían su expresión más visible y cotidiana en las infaltables secciones de cables y telegramas de los diarios. En primer lugar, en lo relativo al espacio, si en el pasado los barcos traían consigo noticias de locaciones europeas y americanas (y solo raramente de otras latitudes), con el flujo permanente de despachos originados en los más diversos rincones del planeta el movimiento informativo asume un cariz efectivamente mundial. En segundo lugar, en lo concerniente al tiempo, la nueva velocidad del comercio noticioso propiciada por las redes telegráficas y sus fenómenos derivados dispuso un marco de conexiones virtualmente instantáneas con sucesos acaecidos en regiones muy distantes (una diferencia decisiva respecto al período anterior). En tercer lugar, en cuanto a la intensidad del cambio, la provisión diaria y ya no discontinua de reportes internacionales sobre un menú de temas que los diarios traían consigo cada mañana facilitó la pregnancia pública de hechos y referencias lejanas. Finalmente, en la medida en que estas mudanzas acontecían en coincidencia con la ampliación exponencial del público alfabetizado y el crecimiento vertiginoso del mercado de objetos impresos (cuyos registros en Buenos Aires eran en la época singularmente altos), su caladura social fue pronunciada.[14] Como corolario de esta serie de alteraciones, el propio tenor de las conversaciones públicas, pero también de las de mayor intimidad –las que tenían lugar en los hogares, o en las charlas amistosas de café– se vio aguijoneado de maneras novedosas por el constante murmullo sobre sucesos de latitudes lejanas que la prensa diariamente posicionaba en lugares expectantes.[15]

Claro que las facetas recién mencionadas no constituyen sino los rasgos estructurales más salientes de un proceso de enorme complejidad, que más allá de los aspectos singulares de Buenos Aires afectó contemporáneamente, en mayor o menor medida, a la totalidad de ciudades importantes del mundo.[16] En ese marco, el caso porteño se ha visto singularmente beneficiado por los trabajos de Lila Caimari, que en una labor de una profundidad y sofisticación que todavía no han sido cabalmente apreciadas ha echado luz sobre el fenómeno de la nueva circulación informativa global/local de fines del siglo xix atendiendo a numerosos engranajes y matices en una multiplicidad de planos. Por empezar, Caimari ha establecido una periodización ajustada del proceso, mostrando tanto la aceleración del arribo de informaciones del mundo previa al tendido del cable interoceánico (gracias al aumento sostenido de los “paquetes” noticiosos que llegaban en los barcos a vapor, cuyo número se incrementa sustancialmente en las décadas de 1860 y 1870), como el impacto solo paulatino de la comunicación telegráfica en la prensa, que por sus altos costos iniciales desplegó todo su potencial recién desde su abaratamiento en la década de 1890. Junto a ello, ha exhibido las hibrideces de los nuevos esquemas comunicativos, tanto en lo que hace a las rutas de circulación de noticias (que sobre todo en los inicios del cable podían combinar tramos materiales e inmateriales), como en la propia superficie de los periódicos, que durante todo el período que aquí se considera yuxtaponían registros y formatos resultantes de temporalidades heterogéneas (el caso típico y más conocido estaba dado por la coexistencia del abigarrado menú de despachos breves fechados el día anterior de las secciones de “Telegramas”, con las cartas de corresponsales de prestigio que seguían arribando a través del correo semanas después de haber sido elaboradas; aun cuando diversas formas intermedias concurrían también en las páginas de los diarios). En esa misma vena, Caimari ha reconstruido el mapa de actores que participaba en la travesía de la noticia, considerando tanto los emporios del cable y las agencias de información (menos poderosas y determinantes que lo que una primera imagen sugiere), los grandes diarios porteños del período y sus cambiantes estrategias informativas, los agentes estatales y las políticas públicas de correos y comunicaciones, y el gradiente de corresponsales, periodistas y operadores que intervenían en la transmisión, recepción, jerarquización y publicación de las novedades internacionales. Finalmente, se ha preguntado también por las experiencias de lectura de la masa creciente de consumidores de la prensa del período, tanto en lo que hace a la inteligibilidad y a los usos de las partículas informativas provenientes de geografías lejanas que los periódicos diseminaban diariamente, como a los cambiantes horizontes y formas de conciencia de mundo que podían derivarse de ese roce cotidiano. Los trabajos de Lila Caimari, en suma, sientan nuevas bases para pensar la conformación histórica de Buenos Aires como polo informativo y cultural a nivel regional;[17] y al mismo tiempo, y en la medida en que el fenómeno de la intensificación de la circulación de noticias internacionales y de emergencia de esferas públicas urbanas periódicamente alimentadas por asuntos de todos los continentes era en sí mismo global,[18] se ofrecen como un modelo para exploraciones que enfrenten problemas análogos con foco en otras ciudades del planeta.

Dado este cuadro, el presente dossier dispone un conjunto de estudios relativos a las derivas en Buenos Aires de fenómenos noticiosos de resonancia mundial de naturaleza deliberadamente heterogénea –tanto en cuanto a sus temáticas como a las dinámicas comunicacionales que los impulsan–, que permiten aproximaciones diversas a la trayectoria de lo que el brasileño Renato Ortiz llamó “cultura internacional-popular”.[19] Si bien es cierto que, como ha advertido una vez más Caimari, a partir de haber conquistado un espacio privilegiado en los esquemas informativos de la prensa, las secciones de telegramas y corresponsalías internacionales mantuvieron su presencia cotidiana aun en ausencia de grandes eventos noticiosos (vehiculizando así, en esas situaciones de baja relativa de tensión, la circulación de minucias provenientes de lugares distantes),[20] los trabajos aquí reunidos se concentran en acontecimientos y procesos que, con arreglo a la compleja dinámica de conformación de los grandes temas de la prensa mundial, inundaron como un vendaval las conversaciones urbanas. Se trata de un conjunto de momentos globales anexados a sucesos o ciclos informativos singulares, capaces de generar interés y debates, movilizar afectos y entreverarse con circunstancias locales en ciudades de distintos continentes. También, de manifestarse como un susurro constante diariamente alimentado por referencias y versiones incompletas o cruzadas que escapaban al entendimiento cabal del común de los lectores de periódicos. Pero la noción de momento global, modulada en distintas investigaciones e iniciativas historiográficas,[21] en el uso que aquí se propone se desdobla en dos registros diferenciados. Por un lado, en el sentido más corriente recién aludido, refiere a una serie continua de hechos conectados a procesos de gran poder de irradiación (guerras, fenómenos políticos o insurreccionales, sonados casos policiales, eventos del espectáculo deportivo o artístico, etc.), que durante un período de tiempo concitan elevado interés y capturan la atención de la opinión pública internacional. En su lapso de mayor fulgor, ocupan privilegiadamente durante semanas, meses o incluso algunos años (aún con altibajos) las secciones de cables y noticias del mundo de revistas y periódicos, diseminando nombres y perfiles de figuras públicas (algunas proyectadas como celebrities), referencias de ciudades o geografías distantes, y distintos tipos de informaciones, notas de color y relatos derivados del fenómeno noticioso matriz. Pero por otro lado, y en una dimensión usualmente menos explorada, dentro de esos procesos el concepto alude asímismo a disrupciones puntuales, acontecimientos pautados con antelación o acaecidos sorpresivamente que acaparan las portadas de los diarios y escalan al altar de la opinión pública mundial. Los trabajos del dossier en general lidian también con esta especie de noticias extraordinarias, en sus modos de ingreso y existencia en la novedosa trama comunicativa que se robustece progresivamente desde las décadas finales del siglo xix y en sus prolongaciones en la prensa porteña.

Y es que el problema de las travesías y las ubicuidades de la noticia (la gran noticia, la que genera estruendo o conmoción, la noticia-espectáculo que provoca excitación y emociones a distancia), junto al de su aclimatación y derivas en la esfera pública de Buenos Aires, se ubican en la base de los estudios agrupados en este dossier. Y todo ello mediado por la prensa, artefacto sobre cuya centralidad en la experiencia de la modernidad no es preciso abundar. Añadamos, sí, una conjetura en relación con el estatuto y los efectos de la noticia de rango global. Como es sabido, es en la porción final del siglo xix cuando se acelera la compleja transición, nunca lineal ni acabada, desde el tipo de prensa facciosa que había marcado el tono de la vida pública en esa centuria, a los periódicos modernos sustentados en las premisas de informar, entretener y conquistar segmentos de un público cada vez más masivo y diversificado.[22] En otros contextos, como la Berlín del ‘900, se ha insistido en los nexos de la gran prensa emergente con las novedades locales, como mapa cuya textualidad breve y efímera, en homología al carácter fragmentario de la modernidad, servía para orientarse en el territorio de la metrópoli.[23] Pero frente a esa perspectiva, es posible señalar que no se han subrayado suficientemente las deudas que las transformaciones modernizadoras de los periódicos guardan con el flujo incesante de partículas informativas de geografías variadas que adviene en la era del telégrafo. Como sugieren numerosos testimonios de época y la propia coincidencia temporal de ambos fenómenos, quizás el triunfo de las lógicas de la noticia en el seno de la prensa obedeció antes que a otra cosa al ascenso de la noticia internacional.

Esa función de mediación de los periódicos entre el público y las noticias del mundo incentivó la proliferación de un abanico de posiciones mediadoras: periodistas especializados, corresponsales de diverso tipo, cronistas literarios, distintas figuras de intelectual que hallaron en el desarrollo de la prensa espacio para su propio despliegue. Para concluir, detengámonos un instante en los escritores, que en la época tuvieron en los diarios una instancia clave en su proceso de profesionalización.[24] Si, como también alertan abundantes referencias del período, la masa de partículas informativas que traían consigo las secciones de telegramas del exterior a menudo resultaba poco inteligible y difícil de digerir, con frecuencia le correspondió a las plumas destacadas que engalanaban las ediciones de La Nación o La Prensa tareas de amansamiento, reelaboración y embellecimiento de la información telegráfica (en lo que Julio Ramos llamó operaciones de sobreescritura de los registros estrictamente periodísticos). Así, al tiempo que la prensa fue para los escritores “condición de posibilidad de la modernización literaria” y un “taller de experimentación formal”,[25] favoreció en ellos el ejercicio de funciones de amplificación de saberes y sugestiones sobre los hechos del mundo.

 

* * *

 

Los trabajos de este dossier, entonces, se quieren a un tiempo reconstrucciones del impacto y los usos locales de momentos globales significativos por sus propias cualidades intrínsecas, y ejercicios de incisión en las peculiaridades del interjuego dinámico y cambiante entre opinión pública urbana, coordenadas espacio-temporales, configuraciones de la prensa periódica y mediaciones intelectuales, en el intenso proceso de tramitación de noticias del mundo en la Buenos Aires que va del último tercio del siglo xix a mediados de la década de 1930 (cuando la popularización de la radio añade otras modalidades de contacto con los sucesos globales).

Abre el dossier un ensayo de Martín Albornoz y Claudia Roman que muestra cómo, en los albores de la comunicación telegráfica, un evento de profundas resonancias globales como la Comuna de París no pudo ser decodificado de manera inmediata por los lectores de la prensa de Buenos Aires. Por el contrario, acompañando el ritmo disperso de la información periodística y las intervenciones de intelectuales y políticos, la indagación advierte que los acontecimientos parisinos –cargados de potencial noticioso– configuraron un caso de construcción diferida de la noticia que se expresó en al menos tres momentos en un arco temporal dilatado entre 1871 y 1905. En cada uno de ellos, los sentidos locales asignados a los hechos fueron cambiantes y disputados, con arreglo a su inscripción en el contexto de recepción y en la movediza arena periodística porteña.

Seguidamente, Ori Preuss y João Paulo Rodrigues reconstruyen el excepcional eco que tuvieron en la opinión pública porteña las noticias referidas a la abolición de la esclavitud de 1888 en el Brasil. Acontecimiento que fue recibido de inmediato con alborozo en muchas ciudades del mundo, en Buenos Aires dio lugar a conmemoraciones multitudinarias que se dieron cita en lugares icónicos de la cultura urbana y las movilizaciones callejeras del período. Ese impacto, que dejaría marcas perdurables en las relaciones diplomáticas, intelectuales y culturales argentino-brasileñas, fue propiciado por el rebote noticioso entre las capitales de ambos países, y por el rol activo que en ese “efecto especular” tuvieron algunos actores no estatales, en particular los propios diarios y los núcleos de periodistas y letrados. El ensayo de Preuss y Rodrigues ofrece una sugerente vía para sopesar el modo en que las conexiones interurbanas transnacionales (en este caso, entre Río de Janeiro y Buenos Aires) se vieron afectadas por la nueva conectividad comunicativa del período.

Lila Caimari se adentra a continuación en las lógicas de la noticia y las racionalidades periodísticas que fueron puestas en juego en el último lustro del siglo en ocasión de la guerra por la independencia cubana, nudo emblemático del novedoso tipo de resonancias globales de la era de los cables informativos. En su abordaje, si el caso supo ofrecer un menú de episodios y temas comunes, ineludibles para el conjunto de órganos de la prensa internacional, se declinó en estrategias de cobertura muy distintas. En el contrapunto que ofrece, si los sucesos de la isla caribeña supusieron para los diarios norteamericanos un escenario de acelerada pugna por las primicias obtenidas en el teatro de los hechos, en una Buenos Aires asimismo movilizada por el conflicto a través de asociaciones migrantes y grupos de políticos e intelectuales el diario La Nación podía jactarse de otro modelo de modernidad periodística: aquel que, elevándose por encima de los intereses en disputa, se servía de una gama de recursos y formatos heterogéneos para acercar al cotidiano de los lectores ángulos diversos sobre las escenas frescas de la lejana contienda.

En un sentido del todo complementario al trabajo de Caimari, Inés Rojkind y Flavia Fiorucci se inmiscuyen en aspectos de la acogida por parte de la opinión pública argentina del célebre asunto Dreyfus que tenía lugar contemporáneamente. Su punto de mira se dirige a La Prensa, el otro gran artífice del notable proceso de modernización periodística que evidenciaban los diarios argentinos del período. Según destacan, el affaire fue para este periódico una oportunidad para ensayar distintas modalidades de presentación de sucesos internacionales de alto impacto, entre las que resaltaban diversas estrategias narrativas y formas de composición del espectro noticioso destinadas a recrear los aspectos melodramáticos que el caso traía consigo.

La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 fue otro evento que ocupó amplio espacio en los diarios y revistas de Buenos Aires, en consonancia con lo que ocurría simultáneamente en todo el globo. Martín Bergel cartografía algunas zonas de esa presencia, optando luego por concentrarse en uno de los efectos del bullicio noticioso que acompañó el resonante triunfo nipón en la contienda: el viaje al país victorioso de Enrique Gómez Carrillo, uno de los más afamados corresponsales de La Nación, que lo envía para dar a conocer a sus lectores los secretos que se encierran en esa potencia emergente (sin sospechar que allí se iniciaba una de las relaciones más intensas de la crónica literaria latinoamericana con el “Oriente”).

En su estudio sobre la emergencia de la aviación como fenómeno noticioso, Pablo Ortemberg muestra el carácter eminentemente global del nuevo espectáculo tecnológico-deportivo. Asociados a un repertorio repetido vinculado a la publicidad, el turismo, la quiebra de records y las exhibiciones en zonas abiertas de ciudades grandes y pequeñas, los primeros vuelos en aeroplano capturaron la atención del público mundial a través de cables, fotografías y crónicas de periodistas y escritores. Así, en Buenos Aires le correspondió a la prensa, y a revistas ilustradas como Caras y Caretas, el seguimiento ubicuo de las conquistas asociadas al nuevo fenómeno, y la preparación de una sentimentalidad fascinada con sus “hazañas” que rápidamente incentivó el desarrollo local de la actividad.

El trabajo de Diego Galeano abre otra puerta de acceso al menú de hechos que atizaban la imaginación porteña en vísperas de la Primera Guerra Mundial: la conformada por los crímenes de proyección internacional. Tomando el caso del robo de la Mona Lisa del Museo del Louvre de París en 1911, pero recuperando narrativas vinculadas con otras causas anteriores, Galeano se adentra en las diferentes vías por las cuales el lenguaje de los faits divers, la difusión de la ficción detectivesca y la crónica internacional, generaron un repertorio de recursos expresivos, giros y rumores que hizo del consumo de información sobre delitos un ingrediente fundamental de la cultura de masas. Siguiendo las pistas y fantasías en torno a la posible ubicación del cuadro de Leonardo da Vinci, que permitieron aventurar incluso la posibilidad de que estuviera en Buenos Aires, el artículo presta atención a los efectos de inmediatez y los ritmos a través de los cuales los diarios y las revistas ilustradas modularon la resonancia global del fenómeno.

Emiliano Sánchez, por su parte, inspecciona otro caso policial resonante en la época que puso a prueba una vez más la gimnasia noticiosa de la prensa de Buenos Aires así como el francocentrismo de su opinión pública. Como advertía Roberto Pay------ró en sus corresponsalías desde Europa, el affaire Caillaux tenía todos los condimentos para atrapar al público lector: intimidades de alcoba de una figura política de primer orden sugeridas por un prestigioso periódico, el asesinato de su director a manos de una mujer en estado de alteración emocional, un juicio breve concluido con una sentencia polémica. Pero las páginas de los diarios porteños no solo reflejaban cómo incluso en una capital austral lejana a París la propia noción de affaire era inseparable de la espiral de noticias, expectativas y trascendidos traqueteados por el evento, sino que eran además escenario para el debate sobre el propio estado de situación de la cultura francesa, colocada bajo examen por todas las implicaciones del caso.

A su turno, Manuel Muñiz muestra cómo el Campeonato Mundial de fútbol de Montevideo en 1930 (el primero de la larga saga que llega a nuestros días) impulsó ya a los diarios de Buenos Aires a movilizar un conjunto de recursos periodísticos y tecnológicos, complementados por la pluma de cronistas especializados e intelectuales que escribían para la prensa sobre las alternativas del evento. La cita montevideana favoreció así la circulación de imágenes y referencias de una incipiente cultura global ligada al fútbol, que tuvo en los periódicos un espacio fundamental de origen y también de plasmación.

Finalmente, Juan Buonuome cierra el dossier con un artículo que pivotea en torno a la figura del intelectual y periodista socialista Dardo Cúneo. Su cobertura como corresponsal de prensa en la Guerra Civil Española ofrece un punto de vista singular en relación con las vibraciones que el evento producía en la escena pública porteña. Pero su caso se ofrece también como una vía de entrada a las transformaciones en la cultura mediática que se experimentaban a fines de la década de 1930, y que tanto afectaban a las apuestas periodísticas del socialismo, como, en un sentido más general (y que merece exploraciones ulteriores), incluían con la afirmación definitiva de la radio otro tipo de vínculo con las noticias internacionales. o

Bibliografía citada

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Winseck, Dwayne y Robert Pike, Communication and Empire. Media, Markets and Globalization, 1860-1930, Durham, Duke University Press, 2007.



[1] La Nación, 5 de agosto de 1874, cit. en Horacio Reggini, Sarmiento y las telecomunicaciones. La obsesión del hilo, Buenos Aires, Galápago, 1997, p. 186.

 

[2] Domingo F. Sarmiento, “Inauguración del Cable Sub-marino. Discurso del Presidente de la República” [1874], en Obras Completas, Buenos Aires, Belín Sarmiento, 1899, vol. xxi, p. 375.

 

[3] “Arrástranos en su curso rápido los acontecimientos y el torbellino de los progresos humanos, es verdad; pero no ha de decirse que somos testigos inermes, beneficiarios de ocasión y como al acaso, cual si fuera lluvia del cielo que nos enriquece, sin que nada hayamos hecho para provocarla”. Ibid.

 

[4] Domingo F. Sarmiento, “Sobre la lectura de periódicos” [1841], en Obras Completas, vol. i, Santiago de Chile, 1887, p. 67.

 

[5] Entre los trabajos más reconocidos por su impacto en la renovación de los estudios sobre la prensa porteña pueden citarse Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988; Sylvia Saítta, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Paula Alonso, “‘En la primavera de la historia’. El discurso político del roquismo de la década del ochenta a través de su prensa”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª Serie, n° 15, 1997, pp. 35-70; Claudia Roman, “La prensa periódica. De La Moda (1837-1838) a La Patria Argentina (1879-1885)”, en J. Schvartzman (dir.), Historia crítica de la literatura argentina, vol. 2: La lucha de los lenguajes, Buenos Aires, Emecé, 2003, pp. 439-467; Claudia Roman, “La modernización de la prensa periódica, entre La Patria Argentina (1879) y Caras y Caretas (1898)”, en A. Laera (dir.), Historia crítica de la literatura argentina, vol 3: El Brote de los géneros, Buenos Aires, Emecé, 2010, pp. 15-37; y Juan Buonuome, “Los socialistas argentinos ante la ‘prensa burguesa’. El semanario La Vanguardia y la modernización periodística en la Buenos Aires de entresiglos”, Boletín del Instituto de Historia Ar---gentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera Serie, n° 46, 2017, pp. 147-179.

 

[6] Marcela Gené y Laura Malosetti Costa (comps.), Impresiones porteñas. Imagen y palabra en la historia cultural de Buenos Aires, Buenos Aires, Edhasa, 2009; Eduardo Romano, Revolución en la lectura. El discurso periodístico-literario de las primeras revistas ilustradas rioplatenses, Buenos Aires, Catálogos/El Calafate, 2004; Geraldine Rogers, Caras y Caretas. Cultura, política y espectáculos en los inicios del siglo xx argentino, La Plata, Editorial de la Universidad de La Plata, 2008; Sandra Szir, “Figuraciones urbanas. Caras y Caretas, 1900”, en A. Lattes (coord.), Dinámica de una ciudad. Buenos Aires, 1810-2010, Buenos Aires, Dirección General de Estadística y Censo, 2010; Verónica Tell, El lado visible. Fotografía y progreso en la Argentina a fines del siglo xix, Buenos Aires, unsam Edita, 2017, cap. 5; Andrea Cuarterolo, “Entre caras y caretas: caricatura y fotografía en los inicios de la prensa ilustrada argentina”, Significação, vol. 44, n° 47, 2017, pp. 155-177; Claudia Roman, Prensa, política y cultura visual. El Mosquito (1863-1893), Buenos Aires, Ampersand, 2017.

 

[7] Para decirlo en los términos del clásico libro de George Mosse, que sintetizan uno de los problemas más visitados por la historiografía argentina posterior a la última dictadura.

 

[8] Prieto, El discurso criollista, p. 18.

 

[9] Romano, Revolución en la lectura; Rogers, Caras y Caretas.

 

[10] Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988; Gonzalo Aguilar, Episodios cosmopolitas en la cultura argentina, Buenos Aires, Santiago Arcos, 2009; Mariano Siskind, Deseos cosmopolitas. Modernidad global y literatura mundial en América Latina, Buenos Aires, fce, 2016; María Teresa Gramuglio, Nacionalismo y cosmopolitismo en la literatura argentina, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 2013.

 

[11] Víctor Goldgel, Cuando lo nuevo conquistó América. Prensa, moda y literatura en el siglo xix, Buenos Aires, Siglo xxi, 2013.

 

[12] Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina, México, fce, 1989, pp. 82-111 (especialmente pp. 95-96, y 100 y ss.).

 

[13] Lila Caimari, “El mundo al instante. Noticias y temporalidades en la era del cable submarino (1860-1900)”, Redes. Revista de estudios sociales de la ciencia y la tecnología, vol. 21, n° 40, 2015, pp. 125-146; Lila Caimari, “En el mundo-barrio. Circulación de noticias y expansión informativa en los diarios porteños del siglo xix”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, n° 49, 2018, pp. 81-116; Lila Caimari, “‘De nuestro corresponsal exclusivo’. Cobertura internacional y expansión informativa en los diarios de Buenos Aires de fines del siglo xix”, Investigaciones y ensayos, n° 68, 2019, pp. 23-53; Lila Caimari, “Diplomacias postales. Los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores y la historia de las circulaciones informativas sudamericanas”, Revista Electrónica de Fuentes y Archivos, n° 11, 2020, pp. 31-47; Martín Bergel, El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2015, cap. 2; Juan Buonuome, “Periodismo militante en la era de la información. La Vanguardia, el socialismo y los orígenes de la cultura de masas en Argentina (1894-1930)”, tesis de Doctorado, Universidad de San Andrés, Buenos Aires, 2016; Emiliano Sánchez, “Pasión de multitudes: la prensa y la opinión pública de Buenos Aires frente al estallido de la Gran Guerra”, Anuario iehs, vol. 33, n° 1, 2018, pp. 177-204; Sergio Pastormerlo, “Sobre la primera modernización de los diarios de Buenos Aires. Avisos, noticias y literatura durante la Guerra Franco-Prusiana (1870)”, en V. Delgado y G. Rogers (eds.), Tiempos de papel. Publicaciones periódicas argentinas (xix-xx), La Plata, Editorial de la Universidad de La Plata, 2017, pp. 13-37; Martín Albornoz, Cuando el anarquismo causaba sensación: fascinación y temor en Argentina frente a los ideales libertarios, Buenos Aires, Siglo xxi, 2021 (en prensa).

 

[14] Retomamos estas cuatro dimensiones generales de Bergel, El Oriente desplazado, pp. 84 y ss. En lo tocante a la especial envergadura del espectro de publicaciones periódicas porteñas del período, Prieto ya había advertido que “el número de títulos, la variedad de los mismos, las cantidades de ejemplares impresos acreditan para la prensa argentina de esos años la movilidad de una onda expansiva casi sin paralelo en el mundo contemporáneo” (El discurso criollista, p. 14).

 

[15] Albornoz, Cuando el anarquismo causaba sensación, cap. 1.

 

[16] En rigor, no solamente a las grandes urbes. Aunque debió asumir ribetes desiguales, e intensidades y ritmos menos agitados, el fenómeno de la nueva conectividad comunicacional de rango global que se acelera a fines del siglo xix amerita también indagaciones en casos de ciudades medianas y pequeñas.

 

[17] En un ensayo recientemente publicado, Caimari añade a la progresiva importancia regional de Buenos Aires como eje en la nueva economía comunicacional que emerge en la era del telégrafo, su peso excepcional en la circulación transnacional de libros e impresos por vía epistolar. Véase Lila Caimari, “La carta y el paquete. Travesías de la palabra escrita entre Argentina y Chile a fines del siglo xix”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 48, n° 2, 2021, pp. 177-208.

 

[18] Por caso, en el marco del proceso de modernización de sus periódicos también las ciudades chinas entraban contemporáneamente en contacto con una opinión pública globalizada, como puede apreciarse en los estudios reunidos en Rudolf Wagner (ed.), Joining the Global Public. Word, Image and City in Early Chinese Newspapers, 1870-1910, Albany, State University of New York, 2007. Señalemos por otra parte que las investigaciones sobre la comunicación telegráfica y sus efectos mundializadores –en sus dimensiones empresariales, políticas y culturales– se encuentran en pleno desarrollo, asentadas en una serie de trabajos de referencia. Entre ellos, pueden consultarse Dwayne Winseck y Robert Pike, Communication and Empire. Media, Markets and Globalization, 1860-1930, Durham, Duke University Press, 2007; John Britton, Cable, Crisis and the Press. The Geopolitics of the New International Information System in the Americas, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2013; Roland Wenzlhuemer, Connecting the Nineteenth Century World. The Telegraph and Globalization, Cambridge, Cambridge University Press, 2013; y Michaela Hampf y Simone Müller Pohl (eds.), Global Communication Electric. Business, News and Politics in the World of Telegraphy, Frankfurt, Campus Verlag, 2015.

 

[19] Renato Ortiz, Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 1996, p. 44.

 

[20] Caimari, “En el mundo-barrio”, pp. 100-103.

 

[21] Consúltese, entre otros trabajos, Sebastian Conrad y Dominic Sachsenmaier (eds.), Competing Visions of World Order. Global Moments and Movements, 1880s–1930s, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2007; Erez Manela, The Wilsonian Moment. Self-Determination and the International Origins of Anticolonial Nationalism, Nueva York, Oxford University Press, 2007; Quentin Deluermoz, Commune(s), 1870-1871: Une traversée des mondes au xixe siècle, París, Seuil, 2020.

 

[22] Dos reconstrucciones informadas y matizadas de ese proceso pueden verse en Alonso, “‘En la primavera de la historia’”, pp. 37-51; y Roman, “La modernización de la prensa periódica”.

 

[23] Peter Fritzsche, Berlín 1900. Prensa, lectores y vida moderna, Buenos Aires, Siglo xxi, 2008, pp. 27-95. De acuerdo con este autor, “fueron las noticias locales –y las decenas de anuncios– las que acercaron los periódicos a los lectores urbanos” (p. 69).

 

[24] Alejandra Laera, “Cronistas, novelistas: la prensa periódica como espacio de profesionalización en la Argentina (1880-1910)”, en C. Altamirano (dir.) y J. Myers (ed.), Historia de los Intelectuales en América Latina, vol. i: La ciudad letrada, de la conquista al modernismo, Buenos Aires, Katz, 2008, pp. 495-522.

 

[25] Ramos, Desencuentros, p. 106.